Hay que mencionar (como ya hicimos en esta entrada) al Capitán General Miguel Tacón y Rosique, como uno de los Gobernadores Españoles fundamentales para comprender la complejidad del siglo XIX cubano, pues, aunque recibió el enfrentamiento frontal de no pocos españoles y cubanos en la Isla, por su carácter intrusista y abiertamente despótico, no es posible desconocer los méritos que tuvo su mando en la isla.
En su gobierno, iniciado el 1ro de junio de 1834 (llegó un día antes a bordo del Soberano) y finalizado el 22 de abril de 1838, legó a la ciudad varias obras sociales que llevaron su nombre, pero, fundamentalmente, Tacón ha trascendido por dotar a La Habana de un carácter propio, acercándola a la modernidad arquitectónica que necesitaba.
Cierto es que Tacón heredó de Nicolás Vives, parte, del proyecto de gran capital, pero fue bajo su mando, y con ayuda de su fiel ingeniero Manuel Pastor, que la ciudad entra de lleno a la modernidad, al menos arquitectónicamente hablando.
Aunque, como veremos, su período de mando fue fecundo en controversias y transformaciones para la sociedad cubana, trascendiendo el tema de la transformación urbanística, provocando rupturas en los «poderes paralelos» por los cuales se regía el país en aquel momento. Al punto, que algunos historiadores van más allá y señalan a su período de gobierno como el comienzo de la última etapa de gobernación española en la isla.
Miguel Tacón, da la espalda a la sacarocracia
Desde finales del siglo XVIII, con Don Luis de Las Casas en el poder, la fecunda sacarocracia criolla había comenzado a expandir sus negocios y riquezas.
La situación convulsa en la cercana isla de La Española y los distintos cambios ocurridos en Jamaica, permitieron que las tierras de cultivo de la isla de Cuba recibieran mayor trascendencia para la corona española.
La estabilidad de comienzos del siglo XIX, con el Marqués de Someruelos y sus sucesores, permitió que, apoyados en el auge de la trata negrera, en mayor medida los ingenios, y con cierta discreción las tabaquerías y cafetales cubanos, alcanzarán cotas de producción a la alza con la consiguiente aparición de una clase económica sólida y consolidada.
«Era Miguel Tacón de buena estatura, seco de carnes, de rostro sereno y grave, ceñudo en el mirar y profundamente disimulado en la expresión de su fisionomía; cuidaba mucho de la compostura de su exterior y tenía la virtud de ser metódico y laborioso en las atenciones del Gobierno (…) Su temperamento impresionable lo hacía con frecuencia esclavo de la ira y era severo en extremo cuando se trataba de hacer cumplir sus órdenes».
Pedro Jo´sé Guiteras Font
El poder de esta clase quedará de manifiesto desde finales del siglo anterior cuando empezó a comprar sus títulos nobiliarios directamente en la península, legitimando su poder económico con reconocimiento del poder Real, llegando a casar a algunas de sus jovencitas herederas con los Capitanes Generales que mandaron en la isla.
Esta conjunción de poderes permitió al gobernador general de turno vivir a pierna cómoda, apoyado en las fuerzas paramilitares por un lado (milicias formadas bajo el gobierno de Vives en su mayoría, siendo la banda del sargento Amcoma la más temible en la capital, alcanzando tal grado de impunidad y libertinaje que el propio Miguel Tacón tuvo que apretarle el bozal en más de una ocasión) y la entusiasta colaboración de las élites económicas criollas (cuyo grueso se reunía alrededor de la Real Sociedad Económica Amigos del País).
El General en la Plaza sitiada por el mar
Pero Miguel Tacón era un hombre de orgullo y abolengo. Venía de ejercer como Gobernador en Sevilla por más de diez años y antes había visto crecer las revoluciones americanas durante su estancia en Venezuela a comienzos del siglo. Así que al llegar a La Habana quiso dejar claro que el torero era él, y aquella vasta plaza rodeada de agua estaba a su merced y capricho.
Dicen que quién no oye consejos no llega a viejo pero Miguel Tacón insistió en desoír las advertencias que le llegaban «Si vives como Vives (en referencia al anterior gobernador), vivirás«. Comenzó el proceso de limpieza de la ciudad aplicando un recio control sobre algunas libertades individuales y revocando derechos adquiridos por los criollos. Atacó el juego, la vagancia, el pillaje y la asociación libre de ciudadanos, sobre todo si eran estos mulatos y negros pobres.
Continuó el proceso de españolizar la sociedad y el pensamiento cubano expulsando de la isla a José Antonio Saco, a quien en la orden de expulsión se le dedicó uno de los más nobles halagos posibles:
«(…) usted es un peligro por la capacidad de influir en el pensamiento de la juventud habanera».
No sería Sacó nuestro Sócrates tropical pues el Padre Varela ya se había visto forzado a emigrar antes. Una vez radicado en Filadelfia, Estados Unidos, publicaba el famoso periódico independentista El Habanero, por el cual recibiría de parte de Francisco Tacón, -hermano de Miguel Tacón,- ministro español ante el gobierno americano, múltiples acusaciones, acoso y difamaciones.
Recuperando a Saco y todo el proceso de su expulsión, previo cierre de la hasta entonces existente Academia Cubana de Literatura y el fin de la exitosísima Revista Bimestre Cubana reeditada un siglo después por Don Fernando Ortiz, fue el punto de ruptura definitivo entre los Capitanes Generales, representados por Miguel Tacón, y la oligarquía criolla, representada entonces por Claudio Martínez de Pinillos, el famoso Conde de Villanueva quién ejercía como superintendente de la Junta de Fomento y quien había recibido de Francisco de Arango y Parreño la Intendencia General de Hacienda en 1825.
El proceso de casi 40 años de coexistencia pacífica entre la sociedad civil criolla, organizada y pudiente, y el poder integrista español estallaba bajo las gafas de Miguel Tacón. El Capitán General no venía a estas tierras a dialogar y hacer concesiones, sino a mandar a unos ingratos y desarraigados indianos que habían olvidado cuánto debían a España.
Formaba parte Miguel Tacón del ala más radical del rancio pensamiento conservador español. Alérgico a ideas liberales y a todo aquello que no fuese tan español como era él; si bien había sido «liberal» en España y uno de los aliados de la Reina María Cristina contra los partidarios del príncipe Carlos, en América no era lo mismo.
Se amparaba Miguel Tacón en los grandes apoyos que tenía en su propia familia, todos hombres que escalaron muy alto en la sociedad española de la época y en las amistades poderosísimas que fue haciendo en su paso por la armada, el ejército y el poder político en la península. En La Habana reunió a un grupo de comerciantes y burócratas peninsulares que serían conocidos como «La Camarilla».
Miguel Tacón tenía claras las ideas y no dudó en buscar el mecanismo para llevarlas a cabo. Pese a las presiones de la sacarocracia criolla, tuvieron que aguantarlo cuatro años instalado en el Palacio de los Capitanes Generales. En la entrada del mismo instaló el escudo de la familia real española que allí permaneció hasta los años 60 del siglo XX.
Se rodeó en La Habana de asesores españoles con ideas afines a las suyas y desoyó cuánta súplica vino de los cubanos. Todo cuanto puede decirse de su gobierno en materia de derechos sociales y culturales se resume en una palabra: represión.
Señala el Conde de San Juan de Jaruco que el inflexible Miguel Tacón «reformó a la policía, prohibió el uso de armas, estableció patrullas de fuerza, cuerpo de serenos, limpió y empedró las calles, destruyó los perros que por ellas vagaban, construyó cloacas, Campo de Marte, cárcel pública, bomberos, alumbrado por el sistema de reverberos de Argaud, mercados del Cristo y de Tacón. Por su iniciativa o con su apoyo se dio comienzo al primer camino de hierro que existió en esta Isla, se fundaron la junta subalterna, centro de caridad, juzgado de vagos, y por último, embelleció a la capital colocándola a nivel de las más hermosas del mundo«.
Basado en los poderes omnímodos conferidos por Fernando VII hizo de su palabra, y su estado de ánimo, ley. Convirtiendo sus caprichos en enmiendas y desoyendo Órdenes Reales, junto a toda aquella resolución que no fuese de su agrado, viniese de dónde viniese.
La Habana de Tacón
Como señala Felicia Chateloin, en La Habana de Tacón, al llegar al puerto habanero en 1834 inicia Miguel Tacón un extenso y muy ambicioso plan de obras públicas y reordenamiento urbano, similar la conocido plan L’Enfant ejecutado en Washington. La destacada arquitecta e investigadora señala las similitudes entre ambos procesos arquitectónicos.
Pese a la prominencia que tenía la posesión estratégica de La Habana para el gobierno español, la situación económica del mismo en la isla no era para lanzar cohetes. Así que el mencionado enfrentamiento entre el Conde de Villanueva y Miguel Tacón, antiguos aliados cuya luna de miel había cristalizado en la expulsión de Saco, pasó al terreno urbanístico.
Señala Emma Álvarez-Tabío: «el plan de Tacón, además de proporcionar a la ciudad un avanzado equipamiento de servicios y una eficaz infraestructura técnica, hace énfasis en los símbolos de poder.»
Símbolos a los cuales la aristocracia insular no podía acceder pero que, gracias al poder económico con el que contaba, que no derechos que le amparasen, decide responder a cada obra de mérito del Gobernador Tacón con una más espectacular y trascendente. El objetivo era desvalorizar las obras del repudiado Capitán General.
«De este modo, señala Álvarez-Tabio, sitúa en las inmediaciones del Campo de Marte (hoy Parque de la Fraternidad) la fuente de la India, que se convertiría en el símbolo de la ciudad, o atraviesa el Paseo Militar y la Quinta de Los Molinos, lugar de descanso de Tacón, con las líneas del ferrocarril (cuyo depósito o estación, nombrados de Villanueva, estaban en los terrenos colindantes al Campo de Marte, lugar que ahora ocupa el Capitolio de La Habana«.
Aquel proyecto de ciudad hábilmente planificado por Tacón permitió a La Habana avanzar con una identidad propia hacia la modernidad indispensable que necesitaba como la gran capital, que se presuponía, ya era.
Miguel Tacón abandonó su cargo en 1838 pero los lineamientos de aquel proyecto siguieron teniendo vigencia, incluso cuando las murallas comenzaron a ser derribadas, evitando la dispersión arquitectónica que se hubiese podido ocurrir entre la antigua ciudad intramuros y el amplio crecimiento experimentado por las edificaciones extramuros. La existencia de un discurso urbanístico común que incorporaba la tradición y el desarrollo fue posible, según Álvarez-Tabío, debido a que «los ejes urbanos fundamentales habían sido previamente trazados«.
Para que no quedara ni siquiera ningún buen recuerdo de la obra de Miguel Tacón, sus enemigos políticos, nucleados alrededor del Conde de Villanueva, promovieron un «juicio de residencia» contra el Capitán General una vez que fue relevado desde España por «problemas de salud». Le acusaron, entre otras cosas, de irregularidades en el traslado de la Fuente de los Leones o «de la Pila Seca», como también se le conocía; en la construcción del puente sobre la Calzada de San Luis Gonzaga, en las casillas del Mercado de Cristina y en empedrado de las calles; lo que habla a las claras de un interés marcado de una parte de la aristocracia criolla en desacreditar su obra urbanizadora.
Otros hechos que sucedieron durante el periodo de gobierno de Miguel Tacón, y que mencionaremos en amplitud en siguientes entradas, son los conocidos como la «Conspiración de los capuchinos» cuando una sociedad independentista catalana intentó volar el puente de entrada que estaba por la puerta de Monserrate, zona actual del Parque Central, eliminando a la máxima autoridad española en la isla. Otro hecho remarcable fue el conato de golpe de estado que intentó dar en 1835 el general Manuel Lorenzo.
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