Ubicado en la actual Plaza Vieja radicó durante varias décadas el Mercado de Cristina o Mercado de Fernando VII, como también se le conoció, centro de abasto icónico para la Habana colonial. Aquella Plaza Vieja (que fue en algún momento Plaza Nueva hasta que se construyó la adyacente a la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje) había perdido gran parte de su aristocrática importancia tras la expansión del antiguo Barrio de Campeche hacia la zona del Arsenal (actual barrio de San Isidro).
Sería el controvertido y dinámico Capitán General Miguel Tacón, y su camarilla de amigos encabezada por el excelso ingeniero Manuel Pastor, quien en su amplio plan de reformas habaneras mandó a construir allí un mercado con casillas y condiciones mínimas para que los habaneros de la zona pudiesen abastecerse con lo necesario, dando origen al Mercado de Cristina.
El proyecto de construcción del Mercado de Cristina fue presentado por Antonio Díaz Imbrechts junto a un plano y una memoria del coronel de Ingenieros Nicolás Garrido y la contrata la obtuvo el propio Imbrechts en conjunto con Manuel Pastor, uno de los hombres fuertes y válido del Capitán General Tacón.
Contaba el Mercado de Cristina – según la descripción de Ramón de la Sagra y las imágenes que del mismo se han conservado – con cuatro frentes y las casillas tenían un tablero o mostrador, un arcón y todos los utensilios necesarios para serrar los huesos y cortar con limpieza la carne. Tenían además un depósito con agua para asegurar la higiene del lugar, que casi nunca se lograba, pues casi todos los testimonios hablan de un lugar tremendamente desaseado:
«El centro continúa ocupado por la fuente, y entre ella y los cuatro frentes de casillas, queda un espacio suficiente para paseo. Las piezas altas se hallan destinadas para viviendas de los vendedores.»
A la construcción del Mercado de Cristina se opusieron varios vecinos de abolengo como José Suárez Argudín, el Conde de San Esteban de Cañongo, Gabriel de Cárdenas y Juan Montalvo, cuyas casas, situadas todas en el ala este de la Plaza Vieja serían supuestamente afectadas en su ventilación e iluminación por la nueva estructura (aunque esencialmente protestaban por mortificar, pues ninguno de los cuatro residía entonces en esas viviendas).
Sin embargo, el Capitán General Tacón y los promotores del mercado supieron sortear este y otros obstáculos y seguir adelante con su proyecto.
Como era común en la época, las obras del Mercado de Cristina se financiaron del mismo bolsillo de los promotores, quienes recuperarían su inversión con el disfrute en monopolio de la concesión del mismo por un número de años, tras los cuales pasaría a ser propiedad del Ayuntamiento.
Este sistema si bien descargaba al gobierno habanero de los costos y riesgos de la inversión, hacía que la desidia y el desinterés del concesionario en el mantenimiento de las obras fuese disminuyendo en la misma medida en que se iba acercando el fin de la concesión. Razón por la cual una vez terminado el usufructo, de la estructura original quedaban poco más que ruinas.
Aristocracia colonial en la Plaza Vieja
A comienzos del siglo XVIII aquella plaza, donde se levantaría el Mercado de Cristina, era una de las más codiciadas de La Habana. Enmarcada entre las señoriales calles de Mercaderes, San Ignacio, Muralla y Teniente Rey enseguida se llenó de familias ilustrísimas que se instalaron allí construyendo algunos de los palacetes coloniales más amplios y aristocráticos de la ciudad.
Fueron vecinos de esta plaza los Santa Cruz, luego Condes de Jaruco, los Aparicio, los Condes de Jibacoa, algunos capitanes de la guarnición de la ciudad como Sotomayor y Ruiz de Guillén e incluso, años después, allí vivió el ilustrísimo historiador habanero José María Félix de Arrate. En la actualidad allí se encuentra el hotel Palacio de Cueto, antiguo Hotel Viena, con su esquina imponente.
La explosión urbanística de la Plaza Vieja nos legó los amplios portales con arcadas de distintas alturas que hoy vemos, heráldicas familiares en las fachadas, balustradas y caobas finamente trabajadas, hasta llegar a la moda de los balcones de hierro cuyos dibujos sorprenden por la profusión de detalles y entramados de inspiración clásica aderezados por la imitación de formas tropicales.
Serán estos elementos junto a las lucetas (vitrales), los patios centrales interiores, los guardavecinos (igualmente trabajados con suma elegancia y ostentación) y los colgadores de lámparas (cuelga-farolas) los símbolos arquitectónicos innegables de la Habana vieja colonial.
Mercado de Cristina
Poco tenía que contar, arquitectónica y patrimonialmente, aquel edificio construido por orden de Tacón entre 1835 y 1836. Estuvo en el centro de la tercera plaza más antigua de la ciudad hasta que en 1908 el ayuntamiento decidió demolerlo, entre otras razones, por considerarla antihigiénica.
Se levantó, o al menos se nombró así, un nuevo parque con el nombre del ilustre general habanero Juan Bruno Zayas que tampoco tuvo muchas alegrías, pero esa es otra historia.
Astuto el General Tacón guardó su apellido, presente en todo lo que construyó, para la más elegante construcción de extramuros nombrada popularmente como Plaza del Vapor, en detrimento del oficial Mercado de Tacón.
El mejor compendio sobre lo que se vivía en el Mercado de Cristina (nombrado de esta manera, por supuesto, en honor a la entonces Reina Cristina) es obra del novelista cubano por excelencia del siglo XIX, Cirilo Villaverde. El insigne colaborador de la revista literaria La Siempreviva, donde publicó por primera vez su (nuestra) Cecilia Valdés o La Loma del Ángel.
El mercado de Cristina por Cirilo Villaverde
«El Mercado de Cristina, era uno de los dos que entonces existían dentro de los muros de la Ciudad. Era aquel un hervidero de animales y cosas diversas, de gente de todas condiciones y colores, en que prevalecía el negro, recinto harto estrecho, desaseado, húmedo y sombrío circunscrito por cuatro hileras de casas, quizás las más alterosas de la población, todas o la mayor parte de dos cuerpos, el bajo con anchos portales de alto puntal, que sostenían balcones corridos de madera.
En el centro se hallaba una fuente de piedra, compuesta de un tazón y cuatro delfines que vertían con intermitencias chorros de agua turbia y gruesa, que sin embargo recogían afanosos los aguadores negros en barriles, para venderla por la ciudad a razón de medio real plata cada uno.
De ese centro partían radios o senderos, nada rectos por ciertos, en varias direcciones marcados por los puestos de los placeros, al ras del piso, en la apariencia sin orden ni clasificación, pues al lado de uno donde se vendían verduras y hortalizas, había otro de aves vivas, o de frutas, o de caza, o de raíces comestibles, o de Pájaros de jaula, (de legumbres, o de pescado de río y mar todavía en el cesto o en la nasa del pescador; de carnes frescas servidas en tablas ordinarias montadas por sus cabezas en barriles o en tijeras movibles.
Y todo respirando humedad; sembrado de hojas, cáscaras de frutas, y de maíz verde, plumas y barro sin un cobertizo ni un toldo ni una cara decente; campesinos y negros, mal vestidos unos, casi desnudos otros, vahoradas de varios olores por todas partes; un guirigay chillón y desapacible y encima el cielo siempre azul.»
«Entraban en la plaza y salían de ella negros y negras; éstos con el propósito de hacer la provisión diaria para sus amos, aquéllos con el de procurarse al precio de por mayor las carnes, verduras o frutas que revendían al por menor dentro de la ciudad o en sus barrios extramuros; tráfico éste dicho sea de paso, bastante lucrativo en no pocos casos.»
La deuda del Mercado de Cristina
Como ya se expresó unos párrafos más arriba el mercado fue demolido en 1908 por considerarse anti higiénico. Mas sobre el pesaba una hipoteca que en realidad no era suya, pero que había que saldar. Dicha deuda era con el Banco Español, y ascendía a la nada despreciable cifra de 100000 pesos, más intereses, más 3000 más para costas.
Desde años antes del dictamen de demolición ya se sabía que más temprano que tarde esta decisión sería tomada, por lo que el deudor interpone un recurso para cobrar su dinero. Ahora bien ¿de dónde procede esta deuda?
El Canal de Albear y deudas para todos
En abril de 1889 el Ayuntamiento de La Habana recibió -del Banco Español- un préstamo de seis millones quinientos mil pesos, que luego fueron ampliados a siete millones, para ejecutar obras relacionadas con el Canal de Albear. Para recibir el préstamo dio como garantía de pago y en primera hipoteca: el Canal de Vento, el Acueducto de Fernando VII, y los mercados de Cristina, Colón y Tacón por ser todas propiedades municipales.
Por lo que a partir de ese momento, y según constó en la escritura de 22 de abril de 1889, se le confirió al prestamista la administración de los inmuebles en todo cuanto afectaba a los derechos civiles que correspondían al Ayuntamiento de La Habana.
La deuda de los siete millones fue distribuida entre las propiedades mencionadas, por lo que al Mercado de Cristina le correspondió la cifra referida. Debido a la próxima demolición se le propuso al prestamista que condonara la hipoteca o la traspasara a otra propiedad municipal, opción esta última recogida en el acuerdo original de préstamo.
Pero dieciocho años después, y trauma del 98 mediante, el Banco Español no estaba dispuesto a renunciar a su dinero, Por este motivo, y mediante el Decreto 863, de 12 de agosto de 1907, el Gobernador Militar de Cuba Charles Magoon ordenaba el traspaso de la deuda del Mercado al Acueducto de Albear.
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