Decía el poeta Sigfredo Ariel en uno de sus versos «la luz bróder, la luz» aduciendo a esa morada donde confluye la habanidad con la naturaleza, a ese bucólico plano le falta el sonido, que antaño el campanero, con su ya en semi-desuso oficio, proveía con el repiqueteo de las múltiples iglesias de la ciudad, y que hoy en día el ruidoso transitar de los autos y guaguas domina. Amanecía La Habana colonial, y de comienzos del siglo XX, con el sonido de los campanarios tañendo en singular sinfonía ciudadana.

El cubano se emborracha de sonoridades, coinciden en ello varios autores, y el habanero, lejos de excepción, es regla. La Habana posee su lenguaje que trasciende el mero ruido ciudadano, ese latido cotidiano moderno ha perdido el subterfugio del tañer del campanero, símbolo de una etapa, ahora en blanco y negro, como otros oficios mencionados en este mismo sitio (el Calesero, el aguador).

El campanero

Ahora no entendemos la trascendencia que alcanzaron en algún momento, pero el historiador Federico Villoch recuerda cómo antiguamente «todo el mundo decía de las campanas de la iglesia de su barrio, o de su pueblo, lo que de los ojos de sus novias dicen sus respectivos amantes: son los mejores y más lindos del mundo«.

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Federico Junco, el campanero y su campana

El campanero, mitad músico mitad tramoyista del gran escenario social de la ciudad, tenía la puntualidad como norma del oficio. De él dependían muchos sucesos en las ciudades de antaño, y aunque si bien muchos vivían en los propios sitios de culto, siendo usual que los propios curas y sacerdotes hicieran a veces las labores del campanero, lo más corriente solía ser que fuese alguien externo el encargado en específico de la función de tañer las campanas, repararlas y mantenerlas protegidas.

Describiendo su función escribía uno de ellos durante el pasado siglo:

Existe una gran diferencia entre el repique, los dobles y los clamores los que habrá fundamentalmente de saber distinguir y ejecutar.

Dos, tres o cuatro campanas se echan al vuelo en un repique y desde luego más de una persona será necesario para hacer oír este toque que tiene cierta sonoridad alegre y musical.

Mantener un compás, llevar cierto ritmo en cada movimiento o toque, porque cada uno de éstos debe estar perfectamente combinado con la campana Mayor que es la que acompaña siempre y que suele tener siempre un tono en mi, sol, la o re.

El repique tiene un sonido alegre. El doble por el contrario deja un eco melancólico y profundo en el ánimo.
Cuando tocan tres campanas juntas tres veces, luego una y dos se llama clamor. Su sonido nos llega como algo lejano.
El doble está compuesto por tres campanas juntas, luego una y otra.

Federico Junco, el campanero de la Iglesia del Santo Ángel, en entrevista para el periódico El Mundo (1949)

Los campaneros solían iniciar el día a las cuatro de la mañana, teniendo hasta las 12 del día los momentos más estresantes de su jornada. Posteriormente a esta hora les quedaban los toques de las 3 de la tarde (la hora en que mataron a Lola) y el de las 8.

¿Por quién doblan las campanas?

El influjo y relación que se establecía entre los habaneros y las campanas de las iglesias que salpican la ciudad trascendía el mero ejercicio católico, se podía ser o no religioso, pero el campanario y su sonido era sagrado para el ciudadano y su pequeña patria.

Un breve río de orgullo transitaba por las venas del anfitrión cuando algún amigo de visita repicaba al oír el trote de las campanas del barrio: ¡Cómo suenan esas campanas!

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El campanero solía tañer las campanas desde el propio campanario o a través de unas cuerdas.

Más allá del mero formalismo de marcar la hora de la misa, la hora de la escuela, la hora de irse a la cama… las campanas vigilantes desde lo alto de los campanarios, fungían, en una época sin teléfonos ni medios de comunicación instantáneos, la función de avisar de incendios, sucesos extraordinarios y de alarma por eventos bélicos o meteorológicos.

No extraña entonces que Guillermo Anckermann, hermano de nuestro prolijo Jorge Anckermann, le dedicase las siguientes rimas: Campanas del Angel/ alegres campanas,/ campanas del barrio/ donde yo nací;/ ¡con cuánta alegría,/ oigo tus sonidos,/ llenos de recuerdos/ de un tiempo feliz!/ Ellas con sus toques/ toda mi alma llenan,/ de un místico arrullo/ que invita a rezar./ Han ido marcando/ horas que se fueron,/ tiempos que pasaron/ y no volverán.

Hacía referencia el poeta a las campanas de la Iglesia del Santo Ángel, cercana al actual Palacio Presidencial, y donde fue bautizada gran parte de La Habana intramuros.

Otras campanas famosas de la capital eran las de la Iglesia de Monserrate, que algunos consideraban como las más potentes de la ciudad, las de Jesús María cuyo timbre alegre recordaba a las amables figuras de sainetes y zarzuelas que allí tenían asiento, y por supuesto, las campanas de la Catedral, profundas y cadenciosas.

Campanas de la Catedral de La Habana

Consideradas las más antiguas de La Habana que se conservan íntegramente, algunas campanas de la Catedral de La Habana fueron fundidas en 1644 de acuerdo a la inscripción que en ellas se observa. Como en todos los campanarios existe una campana Mayor, que en el caso de la Catedral es además la mayor de la ciudad en tamaño.

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Detalle del campanario de la Catedral de La Habana

Según cuenta la leyenda urbana este campana fue fundida en 1828 y colocada en el ingenio Tuinicú, propiedad de Bárbara Iznaga, quien decidió donarla a la Catedral de La Habana. Dicen los viejos que dentro de esta campana hay 20 onzas de oro, introducidos durante la fundición de la misma. A las 6 de la mañana solían comenzar antiguamente su sinfonía, aunque cada iglesia tenía su propio horario, continuando en un pulso latente y puntual a lo largo del día.

Aunque en La Habana colonial estaba prohibido tocar las campanas a partir de las 8, tenían permitido usarse para llamar a la población ante algun suceso inesperado.

Funciones de las campanas durante siglos

Durante el triste incendio ocurrido entre las calles Lamparilla y San Ignacio, el 17 de mayo de 1890 conocido como «el incendio de la Ferretería Isasi«, que costó la vida a una veintena de bomberos de la ciudad dando origen a uno de los monumentos funerarios más elegantes del Cementerio de Colón, las campanas de la Catedral no cesaron de batir. Cuentan que el frenetismo punzante fue tan desalentador como las propias llamas y explosiones que cubrieron de luto a la ciudad.

Este fenómeno de las campanas y el campanero no es exclusivo de Cuba y La Habana. Otros grandes escritores han dedicado múltiples versos y folios a este fenómeno religioso-social como Víctor Hugo en Nuestra Señora de París. Aunque más sentidas y patrióticas sean las palabras de Bernardo López García «Oigo patria tu aflicción/ y escucho el triste concierto,/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón».

Aunque en el caso cubano ninguna campana habanera llegue a alcanzar la celebridad de aquella que llamó a la independencia en la Demajagua un 10 de octubre de 1868, y que años después fue robada.