En pleno ring de La Habana, donde hoy se encuentra el Parque de la Fraternidad Americana con su emblemática ceiba, se ubicaba antaño el llamado Campo de Marte, un polígono regular donde los uniformados coloniales realizaban sus ejercicios militares, pero que también servía, gracias a su centralidad para no pocas actividades festivas y exhibiciones de todo tipo.
Situado en extramuros, en la intersección de la Alameda Nueva y el Camino del Monte, el Campo de Marte habanero (aunque originalmente ocupó un área mucho mayor, desde la Puerta de la Punta hasta el segundo punto mencionado) era un terreno yermo sin mayores adornos, como lo imponían las pocas necesidades de su sentido castrense; una situación que cambiaría radicalmente con la llegada del Capitán General Miguel Tacón, Vizconde de Bayamo, quien gobernaría la isla de Cuba entre 1834 y 1838.
Tacón, quien poseía un espíritu inquieto y renovador – por más que se le haya querido reducir históricamente al triste papel de tirano – se encargó de establecer los lindes del Campo de Marte, sanearlo, enrejarlo y, a cada punto cardinal, erigirle cuatro monumentales puertas adornadas por regios escudos de armas:
La puerta Norte fue la Puerta de Cortés; la Sur, la Puerta de Pizarro; la del Oeste, la Puerta de Colón y – como no podía ser de otra forma en un espíritu narcisista y megalómano como el del nuevo Capital General – la puerta del Este fue la Puerta de Tacón.
Ese afán casi enfermizo de Miguel Tacón de querer eternizarse a través de las monumentales obras que legó a La Habana, no pasó desapercibido por los jodedores de la época quienes hicieron circular una tonada con toda la mala intención del mundo:
Con el nombre respetable de Hernán Cortés y Colón, ha confundido Tacón el suyo tan detestable (...)
Más, si quizás el vanidoso Miguel Tacón nunca llegó a escuchar esos versos, si tuvo que sufrir la humillación de que su rival político el Intendente de Hacienda, Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, se diera el gusto de plantarle frente a su puerta homónima del Campo de Marte, la bellísima Fuente de la India que había mandado a esculpir a Italia; y que, en los terrenos del antiguo Jardín Botánico, colindantes con el polígono militar, hiciera construir los «Depósitos de Villanueva» para el primer ferrocarril habanero al que tanto se había opuesto el Vizconde Bayamo.
Globos, circos y animales en el Campo de Marte de La Habana
Fue el Campo de Marte uno de los lugares en los que se divertía La Habana. Allí funcionó la primera plaza de toros que existió en la ciudad, se estableció el circo y se realizaron frecuentes ferias.
De la Plaza de Marte partió el 29 de junio de 1856 en su globo «Ville París» el toldero Matías Pérez, un toldero portugués avecindado en La Habana. Arrastrado por una fuerte ráfaga de viento fue a parar a las cercanías de La Chorrera, donde unos pescadores lo vieron desaparecer para siempre mar adentro.
Debido a la evolución de las artes militares y su privilegiada ubicación, en la misma medida en que se adentraba el siglo XIX el Campo de Marte fue perdiendo su sentido castrense y convirtiéndose, cada vez más, en un espacio de esparcimiento para los habaneros; lo que no significa que eventualmente volviera ser usado por el ejército (como por ejemplo durante la primera ocupación estadounidense cuando acamparon allí los soldados norteamericanos).
La cercanía de la Estación de Villanueva favoreció también que en sus alrededores se desarrollara una gran actividad de servicios y surgieran comercios y hoteles. También se construirían algunos edificios para viviendas, de los cuales el más notable, sin dudas, es el Palacio de Aldama.
Con el advenimiento de la República el Campo de Marte pasaría definitivamente al uso civil y se plantarían árboles, a la vez que se abrían senderos y se levantaban fuentes y jardines. Incluso existió un proyecto para convertirlo en un parque zoológico. Y en eso andaba el Ayuntamiento cuando el Ciclón del 26 acabó con la quinta y con los mangos e hizo que el lugar retrocediera 30 años.
Sería entonces que por iniciativa del Dinámico Carlos Miguel de Céspedes, Secretario de Obras Públicas del gobierno del general Gerardo Machado el antiguo Campo de Marte quedó incluido dentro del proyecto de modernización de La Habana que el urbanista y paisajista francés Jean Claude Forestier llevaba adelante en la ciudad.
Forestier diseñó entonces, en el antiguo Campo de Marte, un bellísimo parque de recreo que sería bautizado como «Plaza de la Fraternidad Americana» por coincidir su inauguración con la VI Conferencia Panamericana que se celebró en La Habana; cuyo colofón sería la siembra de la famosa ceiba que se encuentra en su centro, la cual fue abonada con tierra de todas las naciones americanas participantes y la cual fue rodeada por una imponente valla de hierro en la cual se puede leer la siguiente frase del Apóstol José Martí:
«Es la hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes.»
El Parque de la Fraternidad destaca por sus amplias aceras y su mobiliario urbano de gran calidad (tan buenos que, a un siglo de su emplazamiento, las farolas, verjas y bancos aún conservan su magnificencia); y también por sus llamativos bustos de próceres americanos que se han ido colocando a lo largo de los años, a partir de la iniciativa original de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales.
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