La llamada Fuente de los Delfines se encuentra frente a la antigua casa de descanso de los capitanes generales de Cuba (actual Casa Museo Máximo Gómez) en la Quinta de los Molinos, municipio Plaza de la Revolución.
Con unos dos metros de altura, sin contar las rocas que la soportan, la Fuente de los Delfines, que no posee taza, se compone de tres delfines (bastante feos por cierto, ligeramente antropomórficos y de expresión grotesca) cuyas colas se entrelazan en punta y de cuyas bocas brota el agua que cae en una pequeña cascada construida con rocas calizas. No se conoce su autor, pero sí su origen:
Según cuenta Eugenio Sánchez de Fuentes en su muy disfrutable obra «Cuba monumental, estatuaria y epigráfica» editada en 1916, la Fuente de los Defines tiene su antecesora directa en la llamada Fuente de Neptuno – que no se debe confundir con la que hoy engalana la Avenida del Puerto – que se servía de las aguas de la Zanja Real y que se colocó en 1797 en un plazoleta del Paseo de Extramuros, que con el paso de los años sería la famosa esquina de Prado y Neptuno; por donde, también, pero otros muchos años después, se pasearía la Engañadora… Pero eso es otra historia.
Fuente de los Delfines, de Prado a Carlos III
Como se decía más arriba, la primitiva Fuente de Neptuno no debe ser confundida con la bella fuente que, coronada por estatua neoclásica del dios romano, se emplazó en 1836 por órdenes del Capitán General Tacón junto a la bahía con el objetivo de abastecer de agua potable a los barcos surtos en el puerto, que es la que actualmente se conserva y que coexistió por algunos años con la de Prado.
Precisamente, a la Fuente de Neptuno del Paseo del Extramuros, los jodedores de la época la llamarían de «Neptunito», tanto por el diminuto tamaño de la representación metálica de la deidad, como para diferenciarla de la imponente estatua de mármol que Tacón había encargado en Génova.
Esta primitiva Fuente de Neptuno, que se reformó en 1827 bajo el reinado del Deseado – y de la que, para no variar tampoco se conoce el autor – no valía gran cosa artísticamente hablando y era, apenas, un abigarrado conjunto, compuesto por una pequeña estatua de fundición del dios romano de los mares, con su tridente en la mano derecha y rodeado de delfines (que funcionaban como surtidores) sirenas y otros seres mitológicos sin demasiado orden ni concierto.
Se encontraba identificada por dos placas de mármol cuyas leyendas han llegado parcialmente hasta nuestros días y que, acorde a las costumbres de la época se encontraban plagadas de chicharronerías a todos los que de alguna forma habían tenido que ver con la obra; incluyendo al rey Fernando VII, que seguro ni se enteró de su existencia, pero al que como buen rey absolutista que era, todos en la Península y en las colonias, tenían que hacerle la tortica:
«Reinando el Sor. Don Fernando 70 de Borbón Q. D. G. y siendo Presidente Gobernador y Capitán General el Excmo. Sor. Don Francisco Dionisio Vives y Superintendente general delegado de Real Hacienda el Excmo. Sor. Don Claudio Martínez de Pinillos se restauró esta fuente de Neptuno y se pusieron de nuevo sus cañerías bajo la dirección del caballero regidor comisario Don José Francisco Rodríguez…»
Se mantuvo la Fuente de Neptuno en su emplazamiento original hasta que en el año 1840 fue demolida por causas no precisadas (aunque si se tuviera que apostar seguro lo más probables es que la haya desbaratado algún ciclón o tormenta muy fuerte). Fuese lo que fuese, Neptuno y todo su séquito quedaron en pedacitos, lo que provocó la desolación de los habaneros que ya se habían acostumbrado a su diminuta presencia; tanto que al antiguo camino de San Antonio que cruzaba el Prado le habían cambiado hasta el nombre, llamándola calle Neptuno.
Así que la Junta de Fomento se propuso restituir en lo posible la antigua gloria de la Fuente de Neptuno, pero al parecer andaba corta de presupuesto y al final las obras se limitaron al montaje de una paupérrima cascada artificial, sin el dios de los mares, sin las sirenas, sin las figuras… y con los delfines (que era lo único que era lo único que había quedado utilizable de la fuente original).
En resumen, que la nueva fuente que los habaneros comenzaron a llamar «de los Delfines», y «Fuente de los Delfines» se le quedó, resultó bastante feíta para una ciudad como La Habana y – en cuanto al Ayuntamiento, poquito tiempo después, se le presentó la oportunidad – la sacaron del Prado y la mandaron para la Quinta de los Molinos donde ha resistido el paso del tiempo (y de los habaneros, que tiene más mérito aún) y donde se encuentra hasta el día hoy… Sigue siendo feíta, sin muchos valores artísticos, pero está ahí.
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