Los orígenes del primer ferrocarril de La Habana y de Cuba hay que buscarlos en fecha tan temprana como el año 1830, apenas un lustro después de que comenzara a rodar el primero de esos ingenios mecánicos en el mundo. Ese año, Juan Tirry, V Marqués de la Cañada y el potentado Juan Agustín Ferrety, propusieron a la Real Sociedad Económica de Amigos del País la idea de traer los caminos de hierro a la mayor de las Antillas, la cual contó de inmediato con el entusiasta apoyo de esa institución y del Intendente de Hacienda, Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva.
Martínez de Pinillos, que además de ser el más eficiente administrador de los caudales de la Corona en la Siempre Fiel era un gran admirador de la Revolución Industrial, percibió de inmediato las grandes ventajas que traería el ferrocarril para la producción azucarera en plena expansión y de inmediato puso manos a la obra. Así, en 1833 solicitó la aprobación para que la Junta de Fomento creada con ese objetivo solicitara en Londres un préstamo de 1.5 millones de pesos, una verdadera fortuna para la época; a la vez que recababa apoyos entre los hacendados habaneros.
Primer Ferrocarril de Cuba una batalla de poder a poder
Sin embargo, las gestiones del Conde de Villanueva chocaron frontalmente con la oposición del Vizconde de Bayamo, Miguel Tacón, Capitán General de la Isla, llegado en 1834 y enemigo jurado de los intereses de los criollos que representaba Martínez de Pinillos.
A pesar del poder hasta entonces incontrastable del Intendente de Hacienda y de las influencias que este tenía en la Corte, Tacón – que tampoco era poca cosa y se rodeó de los elementos peninsulares más recalcitrantes – supo y pudo oponerse a la realización de las obras del primer ferrocarril, las cuales permanecieron paralizadas varios años.
Para ello, agitó, a la usanza de siempre, los fantasmas de los alzamientos separatistas y supuestas componendas nunca demostradas entre los miembros de la Junta de Fomento con los intereses anglo – americanos que podían, de materializarse los caminos de hierro, echar, incluso el poder español de la Isla de Cuba.
Pura falsedad, pues la oposición casi enfermiza del Vizconde de Bayamo al fomento del primer ferrocarril cubano, partía únicamente de su rivalidad con el Intendente de la Real Hacienda y su deseo de hacerse con el control de la Junta de Fomento, a lo que se oponían los poderosos hacendados habaneros que se nucleaban en torno a aquel.
Por suerte para el progreso de La Habana y su primer ferrocarril, el Conde de Villanueva era un hueso muy duro de roer, incluso para un hombre tan poderoso como Miguel Tacón, el cual gobernaba Cuba como le daba la real gana amparado en las llamadas «facultades omnímodas, y el proyecto de los caminos de hierro – tras no poca correspondencia cruzada, chismes, bretes y comisiones entre y para los apoyos de cada uno en la Corte – consiguió salir adelante. La única concesión que consiguió arrancar el Capitán General fue que el ingenio mecánico no pasara por las faldas de la loma de Aróstegui, pues (siempre según él) comprometería la defensa del Castillo del Príncipe.
Esto obligó a la Junta a dirigir las vías del tren a través de la Factoría, lo que no se encontraba dentro del proyecto original y encarecía los costos ya de por sí bastante abultados. Martínez de Pinillos, por su parte, se vengaría con sorna, haciendo pasar los rieles del primer ferrocarril de Cuba sobre el Paseo Militar, abierto por Tacón, una afrenta que no pasaría desapercibida por el Capitán General y que agriaría aún más la rivalidad y enemistad entre ambos.
«(…) el amor propio del Bey y de su visir Pastor se resintieron al palpar que iba a ponerse en contraste la obra utilísima, y rápida económicamente, llevada a cabo del ferrocarril, con la ostentosa y costosísima de Paseo Militar, y se han valido de cuantos subterfugios han podido para oponerse.»
Domingo del Monte. Carta a José Luis Alfonso. 21 de julio de 1836.
Finalmente, el primer ferrocarril de Cuba fue inaugurado con toda fanfarria el 19 de noviembre de 1837 con el viaje entre la La Habana y Bejucal. Su primera estación, hace mucho desaparecida se encontraba extramuros, cercana a la intersección de las actuales calles Estrella y Oquendo, donde años después se construyera el Hospital de la Policía. En conmemoración de tan importante acontecimiento se conservan en el lugar sendas tarjas.
Además de un suceso de tremendísimo significado económico – con los caminos de hierro se resolvía el problema del transporte del azúcar, pues los cañaverales en expansión se alejaban cada vez más del puerto – el primer ferrocarril de Cuba sirvió para halagar la vanidad de la orgullosa sacarocracia cubana (cuyo máximo representante en la tierra era precisamente el Marqués de Villanueva) pues no resultaba poca cosa que en el momento de echar a rodar el ingenio mecánico hacia Bejucal, sólo otras cuatro naciones (Inglaterra en 1825, Estados Unidos en 1829, Francia en 1832 y Alemania en el propio año 1837) habían conseguido poner en funcionamiento el ferrocarril.
A la propia metrópoli española que, cada vez más insistía en apartar a los criollos – primero mediante las ignominiosas facultades omnímodas y luego despojándolos de su representación en las Cortes – no llegaría el ferrocarril hasta una década después, en 1848, cuando se puso en servicio la línea de Barcelona a Mataró.
Con ese primer ferrocarril Habana – Güines, al que en pocos años siguieron otros muchos la industria azucarera despegó definitivamente en Cuba, pues dejó de ser dependiente del transporte en carretas a través de caminos casi intransitables, que elevaban muchísimo los costos finales; posibilitando, además, que los cañaverales y los ingenios se extendiesen hasta las fértiles tierras matanceras y dieran origen a esa tan curiosa expresión de:
«El azúcar en Matanzas y los dueños en La Habana»
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