El Cementerio de Colón es la joya principal entre los cementerios cubanos, siendo considerado, además, entre los de mayor valor patrimonial y cultural en América y el mundo. Ya habíamos hablado de su vecino el Cementerio Chino de La Habana y también del Cementerio Judío de Guanabacoa. Ahora hablaremos en profundidad de las características de el gigantesco camposanto en el cual descansan más de millón y medio de restos mortales.
Su origen radica en los problemas que afrontaba el cementerio de Espada, debido al crecimiento constante de la ciudad y la poca capacidad de esta necrópolis construida para cinco mil almas y que terminó acogiendo a más de cincuenta mil -trasladadas en su mayoría al nuevo cementerio-. Estos problemas dieron paso al estudio de proyectos que permitiesen aliviar los agobios que sufría este recinto para dar abasto a las inhumaciones diarias de la ciudad.
Cementerios en La Habana
Algunas fuentes señalan que fue el gobernador Juan González de la Pezuela, más conocido como el marqués de la Pezuela, el que en 1854 comenzó a planificar el proyecto de una nueva necrópolis. Pero como sabemos las cosas de palacio van despacio y no sería hasta 1858, según el historiador Emilio Roig de Leuchsenring, que los concejales José Bruzón y José Silverio Jorrín apretarían al Ayuntamiento consiguiendo que se nombrase una comisión para elegir un terreno en el cual construir el nuevo Cementerio.
La zona elegida correspondía a la falda oeste de la elevación en la cual se erigía el castillo del Príncipe. Dicha locación recibió la firme oposición del Obispado y de las autoridades militares. Los primeros le quitaban la autoridad al Ayuntamiento para tomar la santa decisión de elegir dónde debían reposar los restos de los hijos de dios y el alto mando militar por considerar esta zona perjudicial para las labores militares que realizaba el castillo.
Entre varias idas y venidas finalmente en el Real Decreto del 28 de julio de 1866 se le daba toda la razón al clero quedando en manos del Obispado, que además era el que contaba con los fondos, la decisión de construir el camposanto. Para ello debía llegar a un acuerdo con el gobierno civil con respecto a las cuestiones sanitarias.
Luz verde al Cementerio de Colón
Habría que esperar hasta 1870 para que se lanzase el concurso de construcción de la necrópolis que llevaría por nombre Cementerio Cristóbal Colón. El proyecto elegido, dotado con dos mil ducados, fue el del arquitecto Calixto de Loira (ante la muerte repentina de este sería uno de sus ayudantes, Eugenio Raynieri y Sorrentino, quien terminaría la obra).
En la mañana del 30 de octubre de 1871 el gobernador eclesiástico de La Habana, Benigno Merino Mendi, bendecía en solemne ceremonia la tierra que ocuparía el futuro Cementerio de Colón. Las obras se alargaron hasta 1886 cuando se dieron por finalizadas, aunque por sus características está en constante restauración.
Entre los datos interesantes de la necrópolis podemos señalar que el primer nicho de la Galería de Tobías fue ocupado por Don Calixto de Loira, el arquitecto de la obra sepultado el 29 de septiembre de 1872. El primer panteón concluido fue a nombre de Don Daniel Triscornia y el primer extranjero que encontró reposo fue José María Casal, inhumado el 10 de septiembre de 1874.
Pórtico Principal
El pórtico de entrada es de estilo románico, con sus tres virtudes teologales añadidas ya en el Siglo XX, que representan a la Fe, la Esperanza y la Caridad y que son obra de José Vilalta de Saavedra, el gran escultor cubano al que le dedicamos una entrada (leer aquí). Bajo estas esculturas se encuentra la inscripción latina Janua Sum Pacis (Soy la puerta de la Paz) y que es uno de los elementos más fotografiados de toda la necrópolis.
Realizado con piedra calcárea rojiza tiene cerca de 34 metros de anchura, 2,50 metros de espesor y 21,66 metros de altura, incluyendo la escultura incorporada con posterioridad.
El propio arquitecto original De Loira señaló que «la naturaleza esencialmente cristiana de la construcción proyectada, de todos los estilos que pudieran adoptarse el más adecuado era el románico-bizantino por su carácter severo a la vez que triste y por la sencillez en la ejecución de su decoración y la solidez de su forma«.
La Capilla Central
Es obra del arquitecto Francisco Marcotegui y fue una de las adiciones al proyecto original del arquitecto de Loira. El arquitecto Joaquín Weiss la describe así.
La Capilla Central del cementerio de Colón tiene planta concentrada, tan frecuente en la arquitectura bizantina, compuesta en este caso de tres octógonos concéntricos; el más interior es un recinto de 10 metros de anchura formado por altas arquerías sobre pilares que sostienen una cúpula octogonal en rincón de claustro con una altura interior de 22,50 metros.
Arquitecto Joaquín E. Weiss en su obra Arquitectura Colonial Cubana de los siglos XVI al XIX.
Este recinto está rodeado por una galería de dos pisos, y ésta, a su vez, por un portal con tres vanos por cada lado; en el frente se intercala en el portal un cuerpo rectangular que funge de vestíbulo, el cual, en el piso superior, se resuelve en una torre ochavada que arquitectónicamente sirve de contraparte a la cúpula. Las formas románicas empleadas en la capilla armonizan con las de la portada, pero en mérito arquitectónico aquélla es claramente inferior a ésta.
Arquitecto Joaquín E. Weiss en su obra Arquitectura Colonial Cubana de los siglos XVI al XIX.
Un museo al aire libre
Porque este es un museo al aire libre donde están presentes casi todos, por no pecar de absolutismos, los estilos arquitectónicos. Desde el cubano enterrado en una tumba con forma de pirámide egipcia, pasando por el mausoleo de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, la adinerada familia Gómez-Mena, el pomposo aposento de Alfredo Hornedo con sus reminiscencias de César romano, pasando por el de Miguel González de Mendoza con su réplica de La Piedad de Miguel Ángel, hasta el sencillo reposo que acogió al único cubano campeón del mundo de ajedrez, José Raúl Capablanca, y por supuesto, la famosísima tumba de «La Milagrosa».
En este cementerio hay miles de historias que continúan presentes en la idiosincrasia del habanero. En los años veinte del siglo pasado se le conocía además como «el último paradero» por ser la última parada de una ruta de ómnibus urbanos que algunos conocían como «La Dichosa» porque se detenía antes de entrar a «la última morada» de los habaneros.
El conjunto fue declarado Monumento Nacional en 1987 y en la actualidad se realizan distintas obras de restauración por parte de la Oficina del Historiador de la Ciudad, retrasadas por la situación mundial del Covid-19.
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