El millonario cubano Andrés Gómez Mena era un tipo que lo tenía todo a sus 68 años, cuatro hijos criados en las mejores instituciones del país, ingenios azucareros y, sobre todo, la Manzana de Gómez. Su vida era ya un tranquilo retiro en el cual disfrutaba de la opulencia de su posición, pero se propuso morder y engullir, acostumbrado como estaba a conseguir cuánto se propuso en vida, a la mujer del prójimo y la indigestión fue terrible.

La historia se cuenta más o menos así:

Había una vez un humilde relojero catalán, Fernando Neugart, cuyo negocio estaba en la esquina de la Manzana de Gómez que da al frente del Hotel Plaza. La posición de la pequeña relojería era excelente. El tráfico de la zona era constante y el hombre viendo la posibilidad de un buen negocio se propuso traspasarlo a un buen postor, quién sabe si con la idea de retirarse a España a sus 43 años.

El plan del señor Neugart era sencillo, necesitaba ampliar el contrato de alquiler del local de la Manzana de Gómez por al menos dos años. El único inconveniente radicaba en la mala relación que tenía con el dueño del complejo comercial, el señor Andrés Gómez Mena. Sabía el señor Neugart que dialogar con el viudo era una misión compleja así que envió a su señora esposa Flora Alonso, la primera de las malas decisiones de esta historia.

Manzana de Gómez, esquina al Hotel Plaza
Manzana de Gómez, esquina al Hotel Plaza

La pequeña reunión entre ambos, en la misma Manzana, fue bastante cortés. Se comprometió el señor Gómez Mena en facilitar la prórroga del contrato a su esposo para que este, a su vez, cerrase el negocio de venta.

Una visita indiscreta

A los pocos días, quizás maravillado por la belleza y modales de doña Flora, se presentó el señor Gómez Mena en la vivienda de Bernaza no.31 dónde vivían el relojero y su esposa. La sorpresa de ella fue mayúscula, -era de sobras conocida la fortuna de su visita y encontrar ante su puerta a un hombre de semejante poder adquisitivo era un suceso inhabitual-, aún estupefacta le dio acceso a la vivienda. Una vez dentro, Gómez Mena retomó la charla anterior y le explicó cómo pensaba ayudar a su marido; insistiendo en su interés en ayudarla, de alguna manera, pues le parecía una mujer que debía aspirar a más en la vida.

Acto seguido, envalentonado quizás por su posición, el millonario empezó a celebrar su belleza. Las formas, en un primer momento, no le parecieron ofensivas a doña Flora, de fina educación, pero el hombre, tímido al inicio, tomó carrerilla y pasó a proposiciones más indecentes, para la moral de la época, que ruborizaron a Flora.

Ofendida le exigió salir de su casa o gritaría. Se retiró Gómez Mena pero no cejó en el empeño, para ello dispuso de varios ayudantes que le siguieron llevando ofertas a una Flora cada vez más mustia.

Tic Tac, el relojero ofendido

Algo notó el relojero en su mujer que lo empujó a indagar en el nerviosismo de su señora esposa. Ya sabemos que a Radio Bemba la carga el diablo y el choteo es el arte preferido del cubano, junto al peloteo, este último se le pegó al español Gómez Mena como veremos más adelante.

Ciertos comentarios llegaron a oídos del catalán, luego confidencias y finalmente la intersección de alguno de los mensajes del señor Gómez Mena hacia su esposa, que no sabemos si fueron correspondidos.

Embargado por la más honda afrenta se dirigió a la residencia de la calle Concordia 44 -donde vivía con una de sus hijas el empresario opulento- y solicitó ver al ultrajante don Andrés Gómez Mena.

Este lo recibió después de hacerle esperar un rato, la charla fue un intercambio de opiniones en el cual el Gómez Mena juraba que todo era un malentendido y se esforzaba por encontrar una solución pacífica al asunto. En cambio Neugart, sintiendo su honor afectado se aferraba a una solución más tangible, o sangre mediante, que para lavara su deshonor, el conflicto tomaba destino fatale.

Sin acuerdo ni cercanía, las acusaciones de Neugart arrancaron del acaudalado magnate la promesa de visitar su residencia para, en presencia suya, aclarar el asunto con Flora, la del honor desflorado.

Manzana de Gómez a la derecha y Hotel Plaza al fondo a la izquierda
Manzana de Gómez a la derecha y Hotel Plaza al fondo a la izquierda

Neugart esperó, esperó y esperó, su paciencia de impaciente relojero no entendía de retrasos. Tomó el teléfono y lanzó un furibundo ataque a Gómez Mena que en la distancia proporcionada por el aparato, ahora acusador, cambió su discurso y retiró sus disculpas. Alterado Neugart alcanzó a gritar: «Eso no se le hace a un caballero»… La frase quedaría sujeta en la línea mientras colgaba el magnate su auricular.

La justicia injusta de la pólvora

El caso, sin jueces ni jurados posibles, salvo el boca a boca habanero que todo lo sabe y todo lo cuenta, quedó listo para sentencia. Neugart, sintiéndose víctima, juez, jurado y verdugo, compró un par de revólveres y con ellos encima salió a reivindicar el honor incólume que le había sido arrebatado. No han quedado claras las pruebas del caso, tampoco servirían de mucho ahora tras lo ocurrido el 11 de enero de 1917.

Gómez Mena se había guardado para sí una denuncia que no había ejecutado aún, pero que sí quedó constancia de ella en dependencias policiales por sentirse acosado por este señor que pretendía sacarle dinero como compensación de un desagravio nunca realizado.

En el propio edificio de la Manzana encontró Neugart al opulento magnate, quien, en compañía de unos amigos, admiraba las obras de ampliación que se realizaban en el edificio que gestionaría su hijo José Gómez-Mena Vila. Se cercioró de no fallar proyectiles ni herir a otras personas y descargó hasta cinco balas sobre la anatomía de Gómez Mena.

Faltaban pocos minutos para la 7 de la tarde cuando se certificó la muerte del millonario hombre de negocios. Detenido el asaltante en el propio lugar quedó sellada la triste historia de un agravio no aclarado.

La fatalidad del desenlace acabó con la vida de Andrés Gómez Mena, nacido en Burgos y hecho bajo la sombra de su tío Joaquín Mena, uno de los hombres más ricos de esa época en Cuba. Aquello provocó, entre otras cosas, la cancelación de la boda programada para esa misma noche en la Iglesia de la Merced entre Guillermina García y Manuel Gómez Mena, sobrino del occiso.

La leyenda negra del apellido no acabaría aquí, cerca de 34 años después José Gómez-Mena Vila sería víctima de un asalto en el mismo lugar, por fortuna para él salvó la vida «en tablitas«, aunque quedaron secuelas en su rostro y piernas, pero esa es otra historia.