Reseña sobre Ernesto Lecuona tomada del libro «Letra con música de fondo» de Ciro Bianchi Ross. Además de una crónica del Diario de la Marina del 21 de noviembre de 1948.

Ernesto Lecuona

Una negra vieja, mitad hechicera, mitad pitonisa, se detuvo ante el niño que dormía en su cuna envuelto en tules y, luego de bendecirlo, dejó oír una rara profecía. «Es un genio», afirmó. Había nacido cuatro o cinco días antes, el 6 de agosto de 1895, y con sus doce libras de peso fue un acontecimiento en la barriada. Su padre, el periodista canario Ernesto Lecuona Ramos, director del periódico El Comercio, buscó acomodo en la acogedora villa de Guanabacoa, entonces de aires límpidos y aguas cristalinas, a fin de que su esposa Elisa Casado Bernal, ya delicada de salud, pariese a su hijo número doce. Se llamó Ernesto Sixto de la Asunción y sería, aseguran especialistas, el más universal de los compositores latinoamericanos.

No había cumplido aún seis años de edad cuando la revista habanera El Fígaro ponía de relieve su mirada viva y penetrante y su aguda inteligencia. Resaltaba así mismo su seguridad en el piano, tanto como la finura y buen gusto de sus ejecuciones. Aquello, sin embargo, no pasaba de ser cosa de muchachos. Su hermana Ernestina —catorce años mayor—, fue quien, en 1903, le puso las manos en el piano «con un sentido de disciplina, al margen de la improvisación». Matricula al año siguiente en el conservatorio Peyrellade y en 1908 publica su primera obra musical.

Fuera ya del conservatorio, Joaquín Nin, que lo tomó como discípulo durante ocho meses, antes de volver a París, le aconsejó que no recibiese clases de nadie más que de Hubert de Blanck. El ilustre pedagogo lo aceptó en el sexto año de piano del plan de estudios que regía en su conservatorio, lo que demuestra el adelanto alcanzado por Ernesto Lecuona en el poco tiempo que llevaba como alumno.

Su padre había muerto en 1902, durante un viaje a Canarias. La madre necesitaba de cuidados especiales y el joven pianista, para ayudar a los suyos, empieza a conocer algunas facetas desagradables de la vida. Tiene doce años y comienza a trabajar. El cine era todavía silente y se requería de pianistas que animasen las proyecciones. En el cine Fedora, en Belascoaín y San Miguel, devenga tres pesos españoles diarios por esa tarea —no existe aún moneda nacional— y pese a su edad dirige también la orquesta.

Trabajó luego en otras salas cinematográficas. En el teatro Regio, de la plaza de Albear, fue el pianista acompañante de la tonadillera Amalia Molina. Una primera gira artística lo lleva por ciudades de La Habana y Matanzas como parte de una compañía en la que figuraban la tonadillera Mimí Ginés, un dúo de cantantes italianos y Teresky el transformista, que era como se llamaba entonces a los travestis.

El maestro Hubert de Blanck piensa que su discípulo malgasta el talento. Conversa con la madre de Lecuona. Tiene ante sí una sólida carrera pianística y urge sacarlo de actividades triviales, que podrán ayudar a vivir a la familia pero que no conducen al músico a ninguna parte. Elisa Casado comprende la situación y acepta la sugerencia a costa de grandes sacrificios. Muchos años después, en el apogeo de su gloria, Lecuona recordaba emocionado la fe de su madre e insistía en afirmar que lo que era se lo debía a ella.


LA COMPARSA

Ernesto Lecuona
El joven Ernesto Lecuona

No derrochaba del todo su talento el joven artista. En 1912 ingresa en la compañía de Arquímedes Pous. Ese es también el año de La comparsa, una de sus melodías más conocidas, que al decir del musicólogo Jesús Gómez Cairo resulta reveladora del genio del autor, de su condición de compositor nato.

Poco después, con presentaciones exitosas en Estados Unidos, inicia su carrera internacional. En 1918, junto al compositor José Mauri, funda el Instituto Musical de La Habana.
Lo atrae el teatro lírico. La revista, el sainete y la zarzuela hallan en él a un inspirado cultivador. Domingo de piñata, estrenada en el teatro Martí en 1919, marca un hito en la historia de ese coliseo al alcanzar cerca de doscientas representaciones.

En 1922, con Gonzalo Roig, Virgilio Diago, Pérez Sentenat y otros maestros, funda la Orquesta Sinfónica de La Habana. El propio Lecuona como pianista y Roig como director están en su programa inaugural, el 29 de octubre de ese año, para interpretar el Concierto número 2 en sol menor opus 32 para piano y orquesta del compositor francés Camilo Saint-Saëns. En 1923 Lecuona organiza y dirige, en los teatros Payret y Nacional, los Conciertos Típicos Cubanos que presentaron obras de autores contemporáneos. En ellos actuaron, entre otros, René Cabel, Rita Montaner, Carmen Burguette, María Fantoli, Tomasita Núñez, Hortensia Coalla y Luisa María Morales.

Digna de tenerse en cuenta es la relación que mantuvo el compositor con Gustavo Sánchez Galarraga, un poeta hoy execrado y que deberá releerse —o leerse, porque el escribidor sospecha que está condenado sin que su obra haya sido leída. Mucho trabajaron juntos ambos creadores.

Según Lecuona:

«Gustavo y yo éramos el complemento, la síntesis, el resumen del entusiasmo. Ello nos dio la oportunidad de identificarnos íntimamente. Empezamos componiendo canciones, después emprendimos nuestra labor mejor: la zarzuela».

Trabajó asimismo el maestro con otros libretistas. Niña Rita o La Habana de 1830 tiene libreto de Castells y Riancho, y la música es de Eliseo Grenet. Se estrenó en 1927 en el teatro Regina —actual Casa de la Música de Centro Habana— y en ella debutó Rita Montaner en el papel del negrito calesero. Fue una obra célebre, entre otras razones porque en ella Rita interpretó ¡Ay, mamá Inés!, de Grenet, y Canto Siboney, de Lecuona; éxitos perdurables si los hay. De Sánchez Galarraga es el libreto de la zarzuela Lola Cruz, estrenada en 1935 en el teatro Auditórium —después Amadeo Roldán—, con la que Esther Borja debuta en el ámbito teatral.

Viaja intensamente Lecuona. En 1923 está en Nueva York y en Puerto Rico. En 1924 en España, como pianista acompañante de la destacada violinista Martha de la Torre. En 1928, creadores del calibre de Edgar Varése, Alejo Carpentier, Maurice Ravel y Joaquín Turina lo aplauden en sus presentaciones en las salas Pleyel y Gaveau, de París. Panamá y Costa Rica lo acogen en 1930, y al año siguiente viaja a México. En Hollywood, contratado por la Metro Goldwyn Mayer participa, con la orquesta Hermanos Palau, en la musicalización de la película El manisero. Y en un teatro de esa ciudad interpreta, con la presencia del compositor, Rapsodia en azul, del norteamericano George Gershwin.

En 1932 vuelve a España, y en el 34 a México. En el 36 hace su primer viaje a Argentina, con Ernestina Lecuona, Esther Borja y Bola de Nieve, visita que repetirá en 1937 y 1938, cuando, junto a Esther y a Bola, participa en la filmación de Adiós, Buenos Aires. En ese mismo año actúa en Perú y Chile, para volver a la Argentina en 1940. El 10 de octubre de 1943 estrena su Rapsodia negra en el Carnegie Hall, de Nueva York. Ya en la década del cincuenta un largo periplo lo lleva a Marruecos, Madeira y Madrid. En 1958 retorna a España. El 23 de enero de 1959 regresará a Cuba.

LA NOSTALGIA

Fue muy intensa su vida. Compuso cientos de bellísimos números que comprenden la amplísima gama de la música popular cubana. Descubre, pule y lanza toda una cantera de intérpretes. Sus relaciones con numerosos artistas extranjeros posibilitan que traiga a Cuba a no pocas estrellas rutilantes. Pese a su carácter tímido e introvertido sabe ser un empresario cuando tiene que serlo, y el compositor exquisito no es remiso a supervisar el vestuario y la escenografía de un espectáculo con tal de mantener vivo el teatro lírico cubano para el que produce, aparte de las mencionadas, otras zarzuelas igualmente inolvidables como El cafetal (1928) María la O (1930) y Rosa la China (1932).

«Sigue su vida, sin tregua ni reposo, componiendo, luchando por los derechos de los compositores cubanos, produciendo buenos programas para el teatro, grabando su música»,

escribe el musicólogo Cristóbal Díaz Ayala.

Tras la huida de Batista se siente animoso y emprendedor, dice su biógrafo Orlando Martínez. Los días 23, 27 y 30 de mayo de 1959 organiza tres conciertos en el Auditórium. Sería su último contacto con el público cubano. Se le acusa de mal manejo de fondos en la Sociedad de Autores y de complicidad con la dictadura batistiana, pero sale ileso de ambos cargos.

Hay el proyecto fallido de llevar al cine su vida con el título de Malagueña, y el maestro viaja a Estados Unidos para gestionar el abaratamiento de los derechos musicales. Regresa a la Isla. Aduce que debe cobrar derechos de autor y pide al Banco Nacional que se le permita extraer ciento cincuenta dólares de su cuenta bancaria y otros trescientos para las dos personas que lo acompañarán. Sale de La Habana el 6 de enero de 1960. No regresará jamás.

Desde Tampa escribe a sus amigos que quedaron en Cuba. Está amargado, lo mata la nostalgia, necesita el contacto con su tierra. No escribe y ha perdido sus aristas para la empresa. Enferma de cuidado. Tras ingentes esfuerzos la soprano Luisa María Morales logra contactarlo por teléfono desde La Habana. El maestro está en cámara de oxígeno, pero habla con la amiga inolvidable. Le pide que no divulgue su estado de salud.

Es el mes de mayo de 1963. Mejora su estado físico y en septiembre, aconsejado por su médico, se traslada a España. Quiere visitar Santa Cruz de Tenerife, donde nació y murió su padre. En Málaga le obsequian una bella casa en reconocimiento a su inmortal Malagueña y lo declaran Hijo Adoptivo. Dona a una iglesia la imagen de la Caridad del Cobre, ante la que hace decir misa por las víctimas del ciclón Flora. En Barcelona vuelve a enfermar de gravedad. Se le recomienda que retorne a Tenerife y hace el viaje con sonda nasal. El capitán de la nave teme que muera a bordo y le ordena que desembarque en Cádiz. Pero al fin puede continuar.

En el lujoso hotel Mencey, de Santa Cruz, las cosas parecen mejorar. Bromea el maestro con sus acompañantes, pero todo no es más que una ilusión. Fallece en la medianoche del 29 de noviembre de 1963. La causa inicial de su muerte fue una bronconeumonía; la directa, una asistolia por fibrilación ventricular.

El 3 de diciembre, ante el cadáver, se ofreció una misa de corpus insepultus en la iglesia del cementerio de Santa Lastenia, en Santa Cruz. Después, el cuerpo fue traslado a Madrid. Allí se le cantó una misa imponente organizada por la Sociedad de Autores de España. Doce sacerdotes oficiaron ante cuarenta y ocho candelabros. Actuó la Orquesta Sinfónica de Madrid con un coro de doscientas voces. La bandera cubana cubría el féretro.

Esa misma noche el cuerpo de Lecuona, embalsamado con una técnica que garantizaba su eficacia durante treinta y cinco años como mínimo, salió en avión con destino a Nueva York. El 13 de diciembre lo inhumaron en el cementerio de Westchester de esa ciudad.

Ernesto Lecuona
Tumba del maestro Ernesto Lecuona en New York


Sobre su obra valoró Cristóbal Díaz Ayala:

«Lecuona fue el paradigma de la fusión de las vertientes españolas y africanas de la música cubana. Nadie mejor que él supo fundir ambos elementos sin perder la autenticidad de las fuentes originales pero creando un producto nuevo y distinto: música cubana».


Diario de la Marina (21 de noviembre de 1948)

Un éxito de Ernesto Lecuona en el Carnegie Hall.

Interpretó su música. Fueron muy aplaudidos los artistas cubanos que actuaron junto a él.


Nueva York, 20 de noviembre de 1948. (por Carlos Escudero. AP.) El compositor cubano Ernesto Lecuona presentó esta tarde en Carnegie Hall un largo programa en que se ejecutó su propia música, conquistando grandes aplausos América Crespo, soprano de coloratura y el pianista-cantante Ignacio Villa (Bola de Nieve).

Lecuona, cuya música es muy conocida en la Unión americana, inició en esta forma con un selecto conjunto de artistas una gira por varias ciudades del país. Figuran, además, en el conjunto Marta Pérez, René Castelar, Rosita Segovia y la pareja de pianistas integrado por Mario Carta y Enrico Cagna Cabiati, siendo el programa más de variedades que de concierto.

Interpretó el compositor habanero sus propias obras y acompañó al piano a América Crespo quien cantó La Malagueña con letra de nuevo arreglo.

El artista más acabado de la compaía y el que más éxito ha obtenido es el popular Bola de Nieve el que con su sentido humorístico bien desarrollado se echó al público en un bolsillo interpretando «El Manisero», «Vito Manué», y «Drumi Mobila».

Marta Pérez cantó con gracia y buen gusto «Una rosa blanca» con letra de José Martí, formando muy buena pareja con René Castelar cuando canta a dúo.