Chucho Valdés no cabe en una crónica, menos en una digital, el niño prodigio de Quivicán -que con a penas tres años tocaba de oídas el piano usando las dos manos- es encarnación viviente de la excelencia musical.
Dionisio Jesús Valdés Rodríguez nació un 9 de octubre de 1941, vino al mundo en una familia musical que sin imposiciones marcaría su camino, y tal vez por aquello del carácter referativo del arte el niño Chucho nació para el piano.
Con ambas manos, como los buenos jazzistas, el pequeño de Quivicán se enlazó en la savia artística de su padre Bebo Valdés y de su madre Pilar Rodríguez, para unir en sí la grandeza musical de uno y el arte pedagógico de otro. Con un ambiente como ese los genes hicieron el resto.
Chucho Valdés y el largo romance con el piano
Un día cualquiera de 1950 el niño Chucho Valdés contemplaba, acodado en la ventana, esos largos y tórridos aguaceros que suelen apagar durante minutos el paisaje, acaso pensaba en la sinfonía que compone el sonido de la lluvia, acaso embelesado simplemente disfrutaba de la belleza sin par que suelen emanar, cuando de repente sintió que su padre Bebo le abrazaba y muy serio le decía «que si quería dedicarse a la música tenía que ser muy bueno» porque él no soportaría que no lo fuese.
Hoy, setenta años después, el maestro Chucho Valdés podría respirar tranquilo – sus muchos premios mundiales y nacionales dicen que la crítica no se equivoca al señarlo como uno de los mejores pianistas y jazzistas del orbe-, más sabe que «el duende» es caprichoso y te abandona si te descuidas, por eso aún ensaya ocho horas diarias, o se exige la perfección en cada escenario, porque a su lado su padre siempre le acompaña, él le ha visto en muchos conciertos, porque acaso es el jazz afrocubano un camino para entrar en trance y Chucho su medium por excelencia.
La cosecha de un consejo
Un día siendo joven un amigo le aconsejó que oyera más jazz, para que ganara en capacidad de improvisación, Chucho se lo tomó como un señalamiento y puso manos a la obra, compró un disco del tecladista Dave Brubeck y… el resto es historia.
Era la pieza que faltaba en el rompecabezas de sus influencias musicales, diverso y abarcador espectro que desde Lecuona llegaba hasta Leo Brouwer, pasando por Ray Sugar -con quien compartió piano- Nat King Cole, Celia Cruz y los toques afrocubanos de las calles de La Habana.
Todo eso se tradujo en su obra, y explotaría con deslumbrante sonoridad con la creación del mítico Irakere, primera agrupación cubana en obtener un Grammy Award.
Desde aquellos días de su debut con la orquesta «Sabor de Cuba«, dirigida por su padre Bebo Valdés hasta la actualidad el maestro ha cosechado cuatro Premios Grammy (1979, 1997, 2000 y 2009), dos
Premios Grammy Latino (2002 y 2004), el
Premio Nacional de la Música (2009), el Premio Grammy Latino a la Excelencia Musical (2018) , su inclusión en el Pabellón de la Fama de los Compositores Latinos (2018) entre otros. Además de poseer tres doctorados Honoris Causa, que son también un reconocimiento a su poco conocida labor docente.
El maestro no trabaja, pues para él la música es pasión y no obligación, crea hasta dormido, ¿quién duda que a veces una melodía le despierta en medio de la noche? Y como no trabaja no piensa retirarse, pues Chucho Valdés se siente muy joven cada vez que sube a un escenario, así que tal vez la muerte le sorprenda un día en uno de esos trances magníficos, y como buen Yoruba practicante se irá a tocar junto a sus padres, allá en los dominios de Olofi.
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