En su natal Mayarí, un día de 1948 que tal vez ni el propio maestro recuerde con exactitud, el niño Frank Fernández comenzó a tocar, de oído, el piano de su madre Altagracia Tamayo, quien sería su primera maestra del instrumento.

Nació un 16 de marzo de 1944, en Oriente, quien andando el tiempo sería considerado uno de los pianistas clásicos más importantes del mundo en el siglo XX.

Pero el maestro Frank Fernández no es solo un gran ejecutor de Tchaikovski, o de Frank Lizst -de cuya línea metodológica se puede decir que desciende, pues su profesora Margot Rojas fue alumna de un alumno de Lizst- sino que en su integralidad ha bebido lo mejor de la música tradicional cubana, desde Sindo Garay hasta Ernesto Lecuona, y las ha fusionado en un estilo único de virtuosismo y perfección.

Frank Fernández

Un análisis de su discografía, y sus mas de 500 piezas, evidencia un asunción total de la fusión de la música cubana, latinoamericana, caribeña y europea, dando como resultado un espectro creativo con un sello propio indudablemente cubano.

De los muchos críticos que sobre el se han manifestado tal vez ninguno lo haya calado mejor que la escritora cubana Mirta Aguirre:

Poseedor de una brillante técnica, Frank Fernández, jamás hace uso de ella para el fácil deslumbramiento de ningún auditorio. La belleza de su sonido cantante, escrupuloso fraseo, su dominio del color auditivo, su depurada sensibilidad, la fusión de su rigurosa formación académica, con su hondo conocimiento de o más importante y caracterizador de la música hacen de él el intérprete ideal.

El mundo le ha colmado de reconocimientos, es Doctor Honoris Causa de tres universidades, estrenó la Sala de Cámara del Shauspielhaus de Berlín abriendo el Ciclo «Grandes Maestros del Piano”, es uno de los pocos que ha tocado al menos seis veces en la Gran Sala del Conservatorio Tchaikovski de Moscú, maestro Steinway, jurado de los más prestigiosos concursos de piano del mundo, Premio Nacional de Música, etc. Internacionalmente se le considera «el creador de la escuela cubana de piano contemporáneo».

Dueño de un oído total, su talento innato no sería, sin embargo, la carta de triunfo de su arte, pues el maestro Frank Fernández es un aprendiz continuo, sé -por conversaciones en las muchas visitas que ha hecho al Teatro Tomás Terry de Cienfuegos- que dedica mínimo ocho horas diarias al estudio, como si aún fuese ese niño de Santiago y no uno de los pianistas más laureados del planeta. Además, está su dedicación y compromiso con el arte, como por ejemplo nunca brindar un recital sin haberlo ensayado completo antes, que unido a lo anterior le han granjeado un dominio casi metafísico de tan difícil instrumento.

Frank Fernández
Frank Fernández. Foto Centro de Documentación Yolanda Perdiguer, Teatro Tomás Terry

Dos anécdotas inéditas de Frank Fernández

De esa habilidad increíble he sido testigo, la mejor de esas historias fue la que ocurrió en el Terry de Cienfuegos, hace varios años ya. Se preparó el teatro -y su difícil escenario inclinado- para el ensayo del maestro, se calibró y afinó su piano con precisión milimétrica. El maestro llegó, saludó a los técnicos, conversó con el jefe de escena, se paró frente al piano, lo miró a penas un segundo, luego se sentó en la banqueta, extendió las manos hasta a penas rozar las teclas… y se paró inmediatamente, miro al jefe técnico y llamándolo por su nombre le dijo: “Está desequilibrado cinco grados a la derecha”, aquel trató de objetar y el maestro le respondió: “Mira fulano, si quieres busca un nivel y compruébalo a ver”.

La medición comprobó lo que el maestro ya sabía, el piano tenía una inclinación de cinco grados a la derecha.

Luego le pregunté como lo había sabido, la respuesta me dejó impresionado:

“Llevo toda mi vida con las manos extendidas, sé con solo ponerme en posición que está mal, y por cuánto”.

En otra ocasión fui testigo de la profesionalidad, entrega y compromiso de Frank Fernández con su público, sucedió en la celebración de un aniversario del teatro cienfueguero, estaba anunciado, como era ya habitual desde hacía muchos años, una función del maestro, pero este concierto sería distinto, llevaría una orquesta sinfónica, varios invitados, y ejecutaría muchas piezas que no tocaba hacía más de treinta años. La expectación era alta, las localidades estaban agotadas -como siempre sucedía con sus presentaciones- desde hacía días, y entonces supimos que estaba enfermo, con una dolencia que lo limitaba mucho, le dijimos que íbamos a suspender, y respondió inmediatamente que no, pidió estar con tiempo de antelación en la ciudad para nivelarse físicamente, dos masajes al día, y un hospedaje tranquilo. El concierto, con ensayo incluido, fue todo un éxito.