Gonzalo Roig en los años 30 era considerado una eminencia como orquestador y compositor pues a la fundación de la Orquesta Sinfónica de La Habana, de la cual sería director, le sucedería el super éxito de la zarzuela de Cecilia Valdés. Fue un hombre consagrado a la música y atrapado por los encantos de los acordes profundos.

Figura fundamental de la música más refinada y de los acordes populares, sus composiciones llenaban lo mismo los bares a las 3 de la mañana que se paseaban por el Teatro Ópera Payret o el más relajoso teatro Alhambra. Esa simbiosis entre lo culto y lo popular es indispensable para entender la complejidad de la figura que hoy presentamos.

Pese a su talento debió mucho de su éxito a un carácter resiliente y a su afán desmedido por dedicarse a la música, pues antes del éxito rotundo conoció en carne propia el ostracismo. Baste conocer la historia de su más conocido bolero Serenata cubana, estrenado sin penas ni glorias en la Sala Espadero del Conservatorio Hubert de Blanck por Mariano Meléndez en 1911, que con el paso de los años se posicionaría como una pieza monumental de la canción popular cubana, y mundial, con el nombre de Quiéreme mucho.

Dicha obra versionada en infinidad de ocasiones ha quedado en la memoria colectiva por sus estrofas románticas, que han sido repetidas hasta la saciedad, y la hicieron conocida entre los cantantes de bares de la época como «la canción de los borrachos».

...Cuando se quiere de veras
Como te quiero yo a ti
Es imposible mi cielo
Tan separados vivir...

El pentagrama como coartada

Por esas cosas de la vida el primer acercamiento al mundo de las artes de Gonzalo Roig no fue musical, sino que se produjo al ser admitido como alumno de pintura y escultura en la academia de la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana. Estando en dicha institución descubre el joven nacido como Julio Gonzalo Elías Roig Lobo que lo suyo son la batuta y las corcheas, se produjo de esta manera uno de los sucesos más fascinantes de la música lírica y sinfónica del siglo en Cuba. Un genio acaba de ponerse en el camino idóneo para convertirse en leyenda.

Había nacido un 20 de julio de 1890, su padre, Julio Roig, era un tabaquero habanero y su madre, Matilde Lobo, una madrileña afincada en La Habana. El propio Gonzalo conocería las vicisitudes desde muy pronto y con apenas siete años hacía de aprendiz de torcedor en la modesta tabaquería familiar.

Poseedor de un talento descomunal su espíritu de superación y un marcado perfeccionismo patológico propiciaron que de la mano de magníficos profesores pudiese llegar a dominar el violín, el piano, el contrabajo, el órgano y la trompa. Precisamente como contrabajista de diversas agrupaciones menores comenzó a ganarse la vida desde muy pronto. Con catorce años compone su primera obra en la parte trasera de una postal mientras trabajaba en una fábrica de tallas de madera, reralizará diversas labores como camarero, tramoyista y pintor de brocha gorda.

Hasta que con diecisiete años se incorpora como pianista a un trío que amenizaba las producciones del Cine Montecarlo. Es por esta época que da a conocer su primera canción La voz del infortunio y apenas un par de años después, en 1909 se incorpora, esta vez como violinista, a la Orquesta del Teatro Martí. Bebe aquí de las operetas y zarzuelas del conocido como «el coliseo de las cien puertas» y en el cual, años después, encontrará el gran éxito popular al presentar la zarzuela Cecilia Valdés.

Gonzalo Roig, en el centro de la zarzuela

Vendrían entonces sus mejores momentos como compositor, pese a que no se sintió nunca cómodo con ese rol y prefería dirigir, al ser nombrado como director musical de la compañía de María Severino en las temporadas de zarzuela en los teatros Payret y Arena Colón. Este período sería una muy fecundo para definir su predilección sobre la instrumentación y la dirección de orquesta.

Gonzalo Roig dirigiendo en el Parque Central de La Habana

Es en la temporada 1917-1918 cuando, con libreto de Agustín Rodríguez -letrista de Quiéreme mucho y la zarzuela Cecilia Valdés– estrena el sainete La guajirita del Yumurí, seguidos de La mulata y El servicio militar obligatorito, en este último inserta Quiéreme mucho ya con este nombre y ligeros retoques de actualidad.

Se produce entonces el boom definitivo de la canción que le permitirá sumar fama y popularidad -que no dinero pues habían vendido los derechos por apenas 5 pesos- a los reconocimientos entre sus contemporáneos.

Tras varios años de gira en 1921, mientras formaba parte de la orquesta del Cine Campoamor, se une a Ernesto Lecuona y otras figuras conocidas de la música en las protestas de los músicos contra las explotaciones de las empresas, para ello realizan conciertos gratuitos en el Parque Central.

El año siguiente se funda la Orquesta Sinfónica de La Habana de la cual es nombrado director musical y dirige el primer concierto en el Teatro Nacional (antiguo teatro Tacón, luego dentro del Centro Gallego y hoy Gran Teatro) celebrado el 29 de octubre de aquel año.

En 1926 sustituye a su antiguo profesor, Gaspar Agüero al frente de la Cátedra de Música de la Escuela Normal de Maestros de La Habana. En este momento de frenetismo total se envuelve en múltiples proyectos envuelto en todo lo que tiene que ver con la música de concierto en la ciudad. En 1928 estrenaría su última zarzuela, Frivolina, en el teatro Alhambra, el libreto sería firmado por el tercer miembro del trío que alumbró Cecilia Valdés, el español José Sánchez Arcilla, el éxito de la obra posibilitaría que se repusiese en el teatro Martí años después.

Un 26 de marzo de 1932, después de haber fundado y dirigido múltiples orquestas y de ser, sin discusión alguna, la referencia del género en el país, estrenó la zarzuela que marcó el hito definitivo del género en la isla, Cecilia Valdés. (Sobre esta zarzuela hablamos más aquí)

Lejos de quedarse rezagado en el éxito siguió al frente de la Orquesta del Teatro Martí y recibe la Orden Carlos Manuel de Céspedes con el rango de caballero y en ese propio 1935 debuta Rita Montaner en el papel de Cecilia en su zarzuela, en palabras de Gonzalo Roig era ella la interprete ideal para el personaje.

Es nombrado también como miembro de número de la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba y en 1938 es nombrado oficial de la orden de Carlos Manuel de Céspedes.

Madurez y reconocimientos

En los años cuarenta vendrían los momentos de recoger el reconocimiento unánime del mundo del arte. En 1942 es nombrado presidente de la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba y de la, recién fundada, Federación Nacional de Autores de Cuba, su compromiso con la justicia social, evidenciado en el Machadato cuando fue separado de diversos cargos, y su alto rigor disciplinario hacen que sea visto como ejemplo a seguir por la sociedad habanera de la época.

Llega quizás el momento cumbre de su vida artística cuando dirige en 1943 en el Carnegie Hall de Nueva York un programa dedicado a la música cubana en el cual cuenta con la compañía de Ernesto Lecuona y Esther Borja.

En los años cincuenta seguiría componiendo y recibiendo condecoraciones. Entre las medallas recibidas destacan la de Hijo Eminente de la Ciudad de La Habana y la medalla por el Mérito Intelectual de la Orden José María Heredia.

Dirige la versión definitiva de la grabación de Cecilia Valdés que realiza CMQ-TV. Miguel de Grandy es el encargado de adaptar los libretos pues Agustín Rodríguez había fallecido y José Sánchez Arcilla estaba fuera del país.

Siempre vinculado a la música en 1969 se produce un suceso notable cuando se estrena en el teatro Martí la revista en dos actos y once cuadros Quiéreme mucho, una biografía lírica escrita por su amigo Eduardo Robreño y con arreglos musicales de otro de los grandes genios de la época, Rodrigo Prats.

Esto revitaliza al anciano Gonzalo Roig quien afirma encontrarse con ganas de hacer una segunda parte de Cecilia Valdés llamada Adela. Esa producción no saldría nunca de su mente de genio pues fallecía un 13 de junio de 1970. Más de 600 obras dirigidas y múltiples colaboraciones le avalaron como figura imprescindible de la música y las artes de Cuba.

Según un artículo que apareció en Bohemia por el centenario de su nacimiento él mismo afirmaba

«no tengo obra de madurez para decir que soy un compositor. ¿Cecilia Valdés y Quiéreme mucho? Dos aciertos felices, como otros tantos, pero yo me sigo considerando más director que compositor».

La humildad y el trabajo constante fueron sus premisas en vida, por eso su figura merece ser recordada con la justeza acorde a su grandeza.