«A la buena suerte, a la fortuna o al azar». Bola de Nieve usaba estas palabras para referirse a su éxito. Despreciado por algunos e idolatrado al extremo por otros, generaba emoción y debate con sus actuaciones, no dejaba nunca a los asistentes a sus espectáculos indemnes. Sintetizador en sí mismo de las credenciales de un artista absoluto.
Si el fin último del arte es conmover, excitar, romper moldes con la furia de una corriente indetenible, ser el rayo que no cesa o la luz martiana que ilumina y mata; Bola de Nieve lo consiguió, aunque él no entendiese muy bien cómo lo hizo, máxime cuando su acercamiento al piano viene de espiar por una ventana a uno de sus vecinos, Pepito Chanes.
Su destreza con el piano le llevó a interpretar algunas de las canciones más icónicas de la música cubana con su particular estilo, y si entre muchos de sus críticos contemporáneos no recibió la atención que quizás su talento merecía, no puede decirse lo mismo de los grandes compositores cubanos que pusieron sus piezas a disposición de Bola de Nieve, y más que eso, fueron sus amigos.
En esta larga lista destacan Adolfo Guzmán, Eliseo Grenet o, el segundo gran suceso artístico de su vida, el maestro Ernesto Lecuona, guanabacoense como él y el gran defensor del estilo interpretativo de Bola de Nieve. Con Lecuona tocó en el Carnegie Hall de Nueva York el 21 de noviembre de 1948 (en este artículo reproducimos la crónica de ese espectáculo) pero más importante que pasear el talento del Bola por el mundo, Ernesto Lecuona insistió para que volviese a su país a interpretar música.
Cuando Bola de Nieve era Ignacio Jacinto Villa Fernández
En la otrora villa de Guanabacoa nació el 11 de septiembre de 1911 un niño con el nombre de Ignacio Jacinto Villa Fernández, al que por su físico algunos amigos de infancia llamaría burlonamente Bola de Nieve. No sabían que de aquel nombrete infantil saldría el mejor nombre artístico posible para un intérprete que como cantante, a priori, tenía capacidad limitada.
La grandísima Rita Montaner, también nacida en Guanabacoa como Ignacio Villa y el maestro Ernesto Lecuona, reconoció enseguida ese poder del nombre burlón (Bola de Nieve), la imagen (la cabeza negra pasada a navaja, brillante e impecable, como la sonrisa tras los labios bembones) y su capacidad interpretativa.
Quizás porque era ella, doña Rita de Cuba, la que lo decía, fue que Ignacio Jacinto Villa Fernández aceptó, como coraza del tímido intérprete resignado, adoptar el apodo jodedor de la infancia. Con ese nombre se lanzó en solitario en México en el espectáculo «Rita Montaner y Bola de Nieve», no se detuvo entonces y algunos hasta es probable que olvidasen que tenía otro nombre.
Un piano lleno de dolor
Del piano de Bola brotaban los dolores de su alma, «yo soy un hombre triste que canta alegre» pero también cabalgaban en sus notas sus rasgos de negro, homosexual, santero, perfeccionista empedernido y sobretodo cubano.
Aunque cantase en francés -y a Edith Piaf la erizase al punto de exclamar de forma informal «Nadie canta “La vida en rosa” como Bola de Nieve».- el mejunje sonoro cubano vibraba en su interpretación, haciendo del Bola uno de los más genuinos, y populares, músicos-cantantes-intérpretes cubanos de todos los tiempos.
Aunque él mismo se definía con la tímidez y suspicacia que le caracterizaba alejado del piano «Yo escribo cancioncitas, la palabra compositor es demasiado seria y demasiado respetable pero sí, soy un compositor. No obstante creo que lo que mejor me califica es mi personalidad de intérprete…. Yo en realidad soy la canción que canto».
Ese sentido de showman a veces esconde el calibre de su piano o el espíritu perfeccionista que le llevó a exclamar «puedo tardar hasta un año en montar una canción». Dejó cerca de 30 canciones, algunas de ellas sin registrar, pero sobretodo una, «Ay, amor» en la cual se puede palpar el alma quebrada del genio musical.
Canción Ay, Amor probablemente la más conocida de Bola de Nieve
Amor,
Yo sé que quieres
Llevarte mi ilusión.
Amor,
Yo sé que puedes
También
Llevarte mi alma.
Pero, ay amor,
Si te llevas mi alma,
Llévate de mí también el dolor,
Lleva en ti todo mi desconsuelo
Y también mi canción de sufrir.
Ay amor, si me dejas la vida,
Déjame también el alma sentir;
Si sólo queda en mi
Dolor y vida,
Ay amor, no me dejes vivir
No me dejes vivir.
«Un piano man inabarcable»
El oficio le venía de la escuela desde niño cuando tomó clases de solfeo y teoría musical en el Conservatorio Mateu, pero las necesidades económicas de una familia modesta que no pobre (eran doce hermanos) le llevó a tocar en distintos cines acompañando las producciones silentes.
La banda de Gilbertico Valdés le dio una oportunidad que no desaprovechó después de haber intentando por su cuenta entrar en el selecto circuito musical habanero de finales de los años 20 y comienzos del 30 del siglo pasado. Allí en La Verbena de Marianao pulió algunas de sus manías musicales y se acercó a la música popular que en aquella época comenzaba a enriquecerse con las raíces afrocubanas.
En el bar Biltmore del Hotel Sevilla, donde el hermano de Eliseo Grenet fungía como manager, lo encontró Rita Montaner, en aquel momento la gran estrella de la ciudad y la música cubana con «El Manisero». Lo contrató como acompañante para una gira por México, lanzándole a los focos públicos de los cuales no volvió a salir.
«Sean bienvenidos a esta casa, su casa, del Monseñor»
No paró de grabar y hacer giras Bola de Nieve. Se alió al proceso revolucionario de Fidel Castro y permaneció en Cuba tras la instauración del mismo el 1 de enero de 1959. Radicó en el restaurante El Monseñor (o Monseigneur) desde finales de la década de 1950 hasta prácticamente su muerte, acaecida durante un viaje a México el 2 de octubre de 1971, haciendo de este restaurante su casa.
Ubicado frente al Hotel Nacional de Cuba se le rinde culto al intérprete conservandose el piano que usaba Bola de Nieve y bautizandose en su honor el lugar como Chez Bola (Chez en francés es «en la casa de»).
Figura clave dentro de la cultura cubana, más allá de su filiación política, es un símbolo de la música cubana sirviendo de inspiración para otros compositores como Carlos Varela quien le dedicó la canción «Bola de Nieve», que acaba con una grabación del propio Bola de Nieve en la cual se despide de su público con el carisma que acostumbraba.
«Y así les digo
buenas noches, buenas tardes
o buenos días
y con mucho gusto
estuve con ustedes hoy
y quien sabe en otras fechas
vuelva a estar y con el mismo gusto.»
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