Como quien mira siempre al progreso y asiente, con la sabiduría de los próceres de antaño, la estatua de José de la Luz y Caballero escudriña la entrada de la bahía de La Habana. Saludando a los barcos que traían las novedades europeas y norteñas con el saludo de los cañones de la Cabaña y el ondear marcial de las banderas del Morro, así ha permanecido Don Pepe, uno de los patricios fundamentales para la cristalización de la nación cubana.

Acaso esta ubicación sea una casualidad o más bien una norma en la vida de este hombre de pensamiento, que nació y vivió durante gran parte de su vida en la antigua casona de Luz, posteriormente hotel Mascotte y actual parque Aracelio Iglesias, que se levantaba frente al muelle de Luz al que sus ancestros dieron nombre.

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El parquecito de La Punta con la estatua de José de la Luz y Caballero al centro.

Desde aquella casona conocida como «la colonia» se dirigió a sus clases en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio -al que simbólicamente da la espalda en la actualidad- donde impartían dos eminentes como su tío Agustín Caballero y el presbítero Félix Varela.

Genuino y ejemplar como pocos a lo largo de su vida, no debe extrañar que la estatua de José de la Luz y Caballero fuese impulsada por algunas de las más agudas mentes del fin del siglo XIX cubano como Raimundo Cabrera, Enrique José Varona, Manuel Sanguily, y otros ilustres hombres de letras del período finisecular criollo.

Una campaña pública

Aunque bien merece un artículo en profundidad, no será éste el que dediquemos a Don Pepe. Queremos hablar de su monumento, el homenaje que la nación independizada quiso rendirle a uno de sus pensadores fundamentales. Esa nación que ya había perfilado él mismo desde la fundación -el 15 de enero de 1848- de su colegio «El Salvador» en la calzada del Cerro. En aquel centro recibieron instrucción gran parte de la generación habanera que simpatizó con las corrientes independentistas que explotaron el 10 de octubre de 1868 en el oriente del país.

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Una de las postales más conocidas de la estatua de José de la Luz y Caballero. Al fondo el palacio Velasco Sarrá.

A mediados de 1899 ya el destacado historiador Vidal Morales y Morales, sobrino del eminente Antonio Bachiller y Morales, reclamaba algún gesto de la nación en vías de ser independiente para uno de los más ilustres educadores de aquel siglo. El guante lanzado desde las páginas de la revista de Raimundo Cabrera recibió también el apoyo del licenciado Alfredo Zayas y Alfonso, futuro presidente de la República y hermano de Juan Bruno «el general más joven del Ejército Libertador», quien había nacido en las dependencias anexas al celebrado centro educativo fundado por Don Pepe y del cual fue director su padre, José María.

Se quería celebrar en aquel año de 1899 un gran acto en recuerdo del fallecimiento -ocurrido el 22 de junio de 1862- del insigne educador habanero. Dentro de estas acciones de recuerdo se acordó erigir la estatua de José de la Luz y Caballero, sin embargo, el país estaba entonces en un limbo que impedía acciones concretas como las que se anunciaban.

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La recolección de fondos para la estatua de José de la Luz y Caballero se desarrolló entre los años 1908 y 1911. En la imagen, señalado con la flecha azul, se encuentra el general José Miguel Gómez.

Recordemos que sería la estatua de Cervantes la segunda que se inauguraría en la ciudad -tras la de José Martí en el Parque Central-, y antes que las de los próceres independentistas como Céspedes, Maceo o Gómez. La economía habanera, y cubana en general, seguía en manos de las élites españolas y sería paulatino el proceso de emancipación económica cubana con respecto a la península que durante más de cuatrocientos años ejerció el control del archipiélago cubano. De ahí la significación de la estatua dedicada al ilustre alcalaíno y su trascendencia socioeconómica.

Precisamente en aquel acto, Alfredo Zayas, entonces presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País, retomó en su discurso de concordia y unión -entre cubanos y peninsulares- el antiguo proyecto de la estatua de José de la Luz y Caballero. Reviviendo aquellas celebraciones de 1899 -impulsadas entonces por la Revista Cuba y América- que habían sentado las bases cívicas indispensables para darle un sitio prominente a Don Pepe en La Habana.

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Don Pepe dejó una de las frases que burló la censura del régimen colonial: «quién no aspira, no respira». A su sepelio acudió incluso el Capitán General Serrano.

El incansable Raimundo Cabrera recogió nuevamente las palabras de Zayas en el parque de San Juan de Dios para relanzar la campaña pro Luz y Caballero, pero la guerrita de agosto y la intervención militar estadounidense volvieron a postergar el proyecto.

La llegada del general José Miguel Gómez al poder serviría para dar cobertura al zozobrante proyecto de la estatua de José de la Luz y Caballero, precisamente el presidente cubano iniciaría las donaciones con un peso -aporte máximo permitido- al igual que el resto de su familia.

El propio Raimundo Cabrera reconocía que «de todos los pueblos de la isla, de las capitales de provincia, de los centro de recreo e instrucción, de los ayuntamientos, de las escuelas y los periódicos, de los ciudadanos ha venido la cuota mínima del centavo y la máxima de un peso» de modo que la colecta cubrió rápidamente el presupuesto necesario.

Mas, no fue solamente popular la suscripción, pues el Consejo Provincial de La Habana contribuyó con mil pesos, mientras que el Ayuntamiento de la ciudad se comprometió a ceder una plaza céntrica y adecuada en La Punta, y aportó cinco mil pesos; el Gobierno Ejecutivo, por su parte, destinó parte de su presupuesto para pagar las obras de instalación del monumento y el Congreso acordó la exención de derechos de importación a los materiales importados desde Francia.

El primer proyecto sufrió varias modificaciones. El artista francés Julian Lorieux quería presentar a un pedagogo, razón por la cual incluyó a un niño a su lado, pero los asesores cubanos criticaron seriamente este proyecto razonando en que la estatua de José de la Luz y Caballero debía mostrar a un pensador total que en palabras del Apóstol «sembró hombres«.

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A la izquierda el proyecto definitivo y a la derecha el primer diseño para la estatua de José de la Luz y Caballero.

Aprobadas las variaciones al proyecto original se publicaron algunas referencias del monumento que finalmente no llegaron a concretarse totalmente, toda vez que el proyecto original planeaba llevar hasta los diez metros la altura del monumento.

La estatua de José de la Luz y Caballero

La elección del parquecito de La Punta, a espaldas de la cárcel de Tacón y abierto a la entrada del puerto, satisfizo a las partes involucradas en el proyecto. En aquel parque había estado la estatua del Neptuno después de ser movida de su anterior ubicación -en una lengua sobre la bahía- y que había servido de fuente de abasto de agua para las naves durante décadas.

Con la presencia de la estatua de José de la Luz y Caballero en esta zona -estrechamente relacionada con el poder colonial- se pretendía seguir nacionalizando y embelleciendo el reparto de Las Murallas y la zona cercana al litoral habanero, al tiempo que se reivindicaba la cubanidad naciente que bebía de figuras como Luz y Caballero o Félix Varela.

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A la izquierda una imagen del acto realizado el 24 de febrero de 1913. A la derecha Julian Lorieux, el escultor francés autor de la estatua de José de la Luz y Caballero.

El proyecto de remodelación del parquecito y sus jardines correspondió al arquitecto francés Charles Cousins quien reacomodó las dimensiones del monumento a su locación. El ingeniero cubano Miguel Saaverio realizó las obras de cimentación y erección del monumento como encargado del Ministerio de Obras Públicas.

La fecha estimada para la inauguración de la estatua de José de la Luz y Caballero, que daría nombre al parque según acuerdo municipal, estaba planeada para el 20 de mayo de 1912. Pero diversas cuestiones atentaron contra la rapidez de las obras, razón que postergó el acto oficial hasta el 24 de febrero de 1913.

La Banda Municipal se desplazó al lugar este día y se colocaron arreglos florales y sillas de hierro, como las que estaban en la glorieta de La Punta o el Parque Central, para que los asistentes descansaran cómodamente.

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Detalles de la estatua de José de la Luz y Caballero con la firma de los autores.

Al acto acudieron tres presidentes de la República, el entonces presidente José Miguel Gómez, y los futuros presidentes, el general Mario García Menocal y el licenciado Alfredo Zayas quien realizó el discurso de honor. El no menos ilustre Manuel Sanguily también tomó la palabra y fueron unánimes entre los oradores los agradecimientos a la labor de Raimundo Cabrera.

De La Punta a La Maestranza con polémica de por medio

Con las reformas urbanísticas proyectadas para el litoral habanero desde comienzos de los años veinte, intensificadas por el secretario de Obras Públicas Carlos Miguel de Céspedes durante el mandato presidencial de Gerardo Machado, el malecón habanero se ensanchó. El rellenado de una amplia zona, desde las dependencias anexas al castillo de La Fuerza hasta La Punta, se proyectaron nuevas vías de comunicación que salpicaron a la estatua de José de la Luz y Caballero.

El antiguo parquecito de La Punta sufriría grandes transformaciones que alumbrarían la celebrada Avenida de Las Misiones y allí se terminaría levantando la estatua de Máximo Gómez. A Don Pepe se le trasladó entonces al parque de La Maestranza, frente a esta dependencia de singular historia. Por cuestiones de curiosa significación el lugar elegido originalmente era el entonces patio (conocido actualmente como Parque Cadena) de la Universidad Nacional (actual Universidad de La Habana).

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Detalles de la base de la estatua de José de la Luz y Caballero.

Sin embargo, una comisión de la Academia de la Historia envió una carta al secretario de Obras Públicas quejándose por la decisión de remover la estatua de José de la Luz y Caballero de su ubicación.

Por haber sido levantada por suscripción pública de carácter nacional, en honor a la figura que se pretendía rendir tributo, dicha comisión exigía que de trasladarse se hiciese a un lugar de similar importancia urbanística y de fácil accesibilidad.

En mérito de los antecedentes apuntados, los académicos que suscriben tienen el honor de proponer a la Academia que acuerde dirigirse al Secretario de Obras Públicas en expresión de su criterio adverso al proyecto de retirar de donde hoy se encuentra la estatua de José de la Luz y Caballero al objeto de erigirse en el mismo lugar otro monumento.

Habana, Enero 16 de 1926. Firman Emeterio Santovenia, Domingo Figarola Caneda, Joaquín Llaverías, René Lufriú y Tomás Jústiz.

Se produjo entonces un baile de posibles ubicaciones para la estatua. La Sociedad Económica de Amigos del País se oponía totalmente al traslado; la Academia de Historia proponía el parque Colón (campo de Marte) entonces en proyecto de ser un gran parque infantil «¿qué más lógico y natural que se emplace en él a Don Pepe?» señalaban en su carta.

Por su parte el Club Cubano de Bellas Artes pedía ubicar la estatua de José de la Luz y Caballero en el parque Zayas, entre el palacio Presidencial y el Mercado de Colón, trasladando este a la avenida de los Presidentes, como le correspondía.

No quedarían aquí las propuestas. Consuelo Morillo de Govantes proponía que «si la estatua de José de la Luz y Caballero va a ser quitada de donde se halla actualmente, podría llevarse al parque situado frente a la Iglesia Parroquial del Cerro«.

Con todo el sentido común posible, esta propuesta acercaba a Don Pepe a la zona donde tuvo su escuela, su estatua miraría a la parroquia que llevaba el nombre del Salvador y donde en aquel momento existía una escuela nocturna para niños pobres. Terminaba su reclamo asegurando «estoy segura que nunca faltarían flores frescas a la estatua del Maestro… Allí estará entre los suyos«.

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La estatua de José de la Luz y Caballero vista desde el lateral. En una Habana con tantos Pepes -José- sólo uno era Don Pepe.

Pese a todas las elucubraciones y proposiciones realizadas en aquel año de 1926 se decidió finalmente, como se observa en la imagen que encabeza este artículo, colocar a la estatua de José de la Luz y Caballero mirando al mar y de espaldas a la antigua Cortina de Valdés y al Seminario de San Carlos y San Ambrosio.

Aunque algunos no quedaron satisfechos, sin dudas esta era mejor compañía que la cárcel y el Necrocomio que le habían franqueado durante más de diez años.