La Arquitectura de La Habana Colonial ha generado siempre asombro, y no es sorprendente esta reacción- debido a su belleza persistente, aún, a través del polvo-, entre arquitectos, habitantes de la ciudad y visitantes foráneos, pero esta vez traemos dos edificios no muy conocidos que cumplieron su cometido militar. Lo hacemos con estos fragmentos extraídos de Arquitectura Colonial Cubana de Joaquín E. Weiss.

La imagen que encabeza este texto pertenece a una parte de la antigua muralla de La Habana, concretamente a la parte conocida por San Telmo, por ubicarse frente al baluarte de igual nombre.

La Maestranza de Artillería


La Maestranza de Artillería ocupaba la manzana triangular comprendida entre las calles de Cuba, Chacón y Tacón, donde había estado el cuartel de el cuartel de San Telmo. Fue construida en 1843 siendo gobernador de la Isla el general Gerónimo Valdés y director de la Maestranza el comandante de Artillería Emigdio de Salazar; el proyecto se atribuye al ingeniero don Manuel Pastor.

La planta baja estaba destinada a los talleres y la alta a los alojamientos; tenía un patio irregular formado por las crujías exteriores, las cuales se desarrollaban ampliamente, tratadas con mucha propiedad arquitectónica.

En los macizos se adosaban pilastras, dóricas en el piso bajo y jónicas en el alto, con entablamentos revueltos sobre aquellas—herencia del barroco—, mientras que el cuerpo de la portada por la calle de Chacón estaba tratado con columnas.

Sobre la Maestranza se expresa Pezuela diciendo que era un «excelente establecimiento», el «verdadero falansterio militar del armamento del ejército de Cuba, desde que le dio impulso a sus talleres el Excmo. Sr. Capitán General don Francisco Serrano».
Con el advenimiento de la República se aprovecharon las vastas salas de este edificio para instalar en ellas las Secretarías de Estado y Justicia, así como la recién fundada Biblioteca Nacional, la cual permaneció allí hasta que fue demolido en 1938 para construir en su lugar la antigua Jefatura de Policía del parque de la Maestranza.


El Cuartel de Milicias

La primitiva guarnición de La Habana se alojaba en el castillo de la Fuerza y no pasaba de unos trescientos hombres, que aumenta-ron a setecientos a la terminación de los castillos del Morro y de La Punta.

Cuartel de Milicias 2021
Cuartel de Milicias 2021

Cuando las circunstancias lo aconsejaban, se traían de otros dominios españoles refuerzos, los cuales tenían que alojarse en casas privadas, «con no poca incomodidad de los vecinos y perjuicio de la disciplina».

El gobernador Juan Francisco Güemes hizo construir el primer cuartel, llamado de San Telmo por estar frente al baluarte de este nombre (en el tramo de la muralla que corría entre La Punta y La Fuerza), con capacidad para unos cuatrocientos hombres; este cuartel, a través de muchas reformas y ampliaciones, fue el vasto edificio conocido por la Maestranza de Artillería. Hubo después otros cuarteles, como el de la Cárcel, el de Lanceros, y el de Dragones, pero el mayor fue el Cuartel de Milicias —situado en la esquina de las calles de Monserrate y Empedrado—, cuya construcción, al reformar el conde de O’Reilly aquel cuerpo en 1764, atribuye Pezuela al ingeniero Silvestre Abarca.


Como otros lo dan por obra de Pedro de Medina, hay que concluir que Abarca fue el proyectista y Medina el constructor o contratista, como en casos análogos. Todo el edificio, hoy muy alterado, es de una gran sencillez arquitectónica destacándose sólo la portada en el chaflán del ángulo entre las dos calles, cuyo remate mixtilíneo llamaríamos el «sello gaditano de Pedro de Medina»


Pedro Medina, arquitecto gaditano y figura clave de la arquitectura en La Habana colonial

En cuanto a la figura de Pedro de Medina, se trata de un gaditano de pura cepa que nació en El Puerto de Santa María en 1738, de donde pasó a Cádiz siendo aún niño. Allí su hermano «ejercía con crédito la arquitectura, y de tal modo aprovechó sus lecciones que con diecisiete años dirigía la fábrica de los pabellones de Puerta de Tierra en dicha ciudad».

En Cádiz conoció Silvestre Abarca a Medina, quien indudablemente debió de impresionarlo como hombre capacitado en la construcción, ya que al llegar a Cuba en 1763 con la importante misión de renovar las fortalezas militares de la ciudad, hizo venir a Medina como auxiliar en las obras que iba a emprender, especialmente la de la fortaleza de La Cabaña.

Según Calcagno, Medina, después de trabajar durante algún tiempo en estas obras, pasó a Cádiz por su familia, de donde regresó con el nombramiento de maestro mayor de las fortificaciones de Puerto Rico; pero a los dos meses renunció a este cargo y retornó a La Habana, donde permaneció hasta su muerte en 1796.

Estos datos dan una idea de la capacidad de Medina en las construcciones militares, si bien —exceptuando el mencionado pabellón— no hay indicación de que sus actividades antes de llegar a La Habana fuesen en el ramo de la arquitectura.

No obstante, si nos atenemos al «Elogio del Arquitecto Gaditano don Pedro de Medina», escrito en 1779 por el sabio médico cubano don Tomás Romay, veremos el ancho campo que llegó a abarcar su largo ejercicio en La Habana.

«No se limitaban sus conocimientos a la arquitectura militar: la Santa Iglesia Catedral, la Casa de Gobierno y Consistoriales, la reparación de las enfermerías de Belén, del Coliseo y de la Casa de Correos; el cuartel de Milicias, el puente del Calabazar, el empedrado de nuestras calles, recomendarán su inteligencia en la arquitectura civil»…

En otras partes de su «Elogio» se refiere Romay a los trabajos de Medina en la Puerta Nueva de las murallas, en los arcos del Boquete, en el fuerte del Príncipe y las calzadas, desde la Puerta de Tierra hasta el Horcón, alabando su desinterés, ya que con pocas excepciones «por ninguna obra admitió jamás el menor estipendio»…

El Ayuntamiento lo nombró maestro mayor de todas sus fábricas; fue miembro de la Sociedad Patriótica y diputado de la Casa de Beneficencia, cuya junta le encargó la erección de su edificio (1794); había recién echado los cimientos de esta fábrica, cuando murió (1796)