Aunque su nombre oficial era Mercado de Colón todo el mundo le conocía como la plaza del Polvorín sin que medie ninguna razón especial para ello. El lenguaje coloquial es así, una vez bautizado como mercado o plaza del Polvorín no hubo vuelta atrás.
Dentro de un siglo de transformaciones generales en la ciudad, marcadas por la demolición de las murallas y la necesidad de reinvertir en estructuras y obras públicas, la plaza del Polvorín se construyó para ser el mercado principal de la zona norte.
Ubicado en posición cercana a la antigua puerta de Colón (de ahí el nombre dado) comprendía la extensión total de la manzana entre las calles Monserrate, Zulueta, Ánimas y Trocadero. El terreno sobre el que se levantó pertenecía al Ayuntamiento de la ciudad que lo había comprado expresamente para realizar el mercado, este carácter público del terreno traería controversia en el futuro.
Una joya de la arquitectura civil neoclásica
Los historiadores concuerdan en que fue este el mejor de los mercados levantados en la ciudad durante aquel siglo, en el cual se erigieron el Mercado de Cristina, el de Tacón y el improvisado de la plaza del Santo Cristo del Buen Viaje, sin embargo el proceso de construcción no fue inmediato.
Tras la demolición de las murallas de la ciudad (1863) comenzó el proceso de urbanizar el espacio disponible. El Cuerpo de Ingenieros realizó varios planos y maquetaciones que sirvieron como lineamiento para la subasta de los terrenos y la construcción en los mismos.
Considerada ya entonces una zona privilegiada por su posición se fue construyendo quizás con demasiada lentitud. En el caso de la plaza del Polvorín no fue hasta 1882 que comenzaron las obras, extendiéndose durante seis años las mismas, aunque para beneplácito de la población de la zona que entonces tenía lejanos los principales mercados de abastos de la ciudad, se inauguró oficialmente el 23 de marzo de 1885.
La obra fue realizada por el arquitecto municipal Emilio Sanchez Osorio (quien además fungió como inspector de la fábrica), el también arquitecto José María Ozón y el ingeniero José del Castillo. Estos últimos cubanos de nacimiento y representantes de Tabernilla y Sobrino, concesionarios de la obra.
El acuerdo al que llegó esta empresa con el Ayuntamiento, para la explotación del mismo, consignaba la construcción provisional de un mercado de madera entre el edificio Balaguer y la calle Neptuno, además de otras especificidades a la hora de levantar el edificio de abastos como la calidad de la piedra usada, el origen de la misma, el minucioso control de los detalles al punto como se expresa en el contrato.
La labor había de ser esmerada, las aristas estarán vivas sin espartillos, los paramentos no tendrán ni el más mínimo alaveo, estarán completamente pulidos, que al tacto de la mano se encuentre una superficie completamente plana…
El área total del edificio cubría 8083 metros cuadrados y por la adjudicación debieron abonar Tabernilla y Sobrino la suma de 109 864 pesos oro, garantizándose la explotación del mismo durante veinticinco años, a cambio de abonar diez mil pesos anuales a partir del sexto año de explotación, tras los cuales pasaría a ser propiedad del Municipio de La Habana.
De la Plaza del Polvorín al Palacio de Bellas Artes
Con la llegada del siglo XX comenzó a modernizarse la ciudad bajo preceptos nuevos, así la zona donde se había levantado la plaza del Polvorín quedaba encaminada a servir de recepción oficialista y en sus cercanías se erigió el edificio que terminaría siendo el Palacio Presidencial.
La cercanía del mercado, con su trajín de mulas, vendedores ambulantes, comerciantes y población en general generaba un barullo nocivo al futuro desarrollo que se le quería destinar a dicha zona.
Comenzó entonces una polémica que se extendió durante varios años y que no concluyó ni cuando se demolió la plaza del Polvorín para erigir el Palacio de Bellas Artes (PBA).
Antes del edificio definitivo se habían propuesto levantar allí diversos edificios públicos como la Biblioteca Nacional, el Palacio de los Tribunales o el Museo Nacional (incluido finalmente en el proyecto del PBA). Sin embargo, tras casi 30 años del proyecto original de Govantes y Cabarrocas (1925) -que respetaba la concepción original del edificio-, se conseguía edificar (1954) un nuevo edificio donde estuvo la plaza del Polvorín.
Para entender las demoras en las obras es necesario mencionar la oposición que desde un sector de la ciudadanía se ejerció para evitar la demolición del edificio.
Pero además resulta objetable la elección del Mercado de Colón con el fin de aplicarlo a Palacio de Bellas Artes y Museo Nacional, porque requeriría desposeer al Municipio de La Habana de esa propiedad, y porque así como así
no podría lanzarse a la calle al gran número de personas establecidas o que trabajan en el único mercado municipal con que actualmente contamos, mientras que antaño la Municipalidad disponía de tres, construidos todos durante la dominación española en e
Notas como la anterior se extendieron por la prensa. Algunos consideraban un error demoler el edificio público, otros aducían a razones de patrimonio e incluso de propiedad pues los terrenos de la plaza del Polvorín no pertenecían al Estado sino al Municipio, que obtenía cerca de cincuenta mil pesos de su explotación.
Piqueta y nuevo proyecto
A pesar de los comentarios en contra de la demolición de la plaza del Polvorín -donde además de los más de trescientos comerciantes vivían doscientas familias en la planta superior-, el proyecto siguió adelante, con la salvedad de que los proyectistas originales, Govantes y Cabarrocas, tuvieron la deferencia de integrar la estructura original del mercado en su proyecto.
Sin embargo, cuando se había terminado de reforzar la arquería heredada y se estaba dando forma a una portada clásica por el costado del Parque Alfredo Zayas (hoy memorial Granma), el Patronato de Bellas Artes exigió la erección de un edificio moderno (que firmaría el arquitecto Alfredo Rodríguez Pichardo), demoliendo gran parte de lo reparado con el consiguiente malgasto de fondos.
El nuevo proyecto y la demolición del antiguo edificio fue apoyado, entre otros, por el arquitecto Pedro Martínez Inclán, entonces profesor de la Universidad de La Habana, quien señalaba la inconveniencia que suponía acomodar las plantas del edificio a la portada del antiguo mercado. Exponiendo además otras razones de peso.
«Un Ministro de Obras Públicas demolió cuatro pabellones de esquina que le daban cierto carácter. Otro ministro, también arquitecto, demolió la bóveda de hierro que a ello contribuía.
La plaza del Polvorín no estaba inventariada entre las docenas de monumentos nacionales que figuran en un decreto famoso. Nadie decía una palabra antes sólo ahora, que se demuele la cáscara, se levanta la voz popular airada, para combatir a uno de los más distinguidos jóvenes arquitectos cubanos. por haber cumplido con su deber».
Arquitecto y urbanista Pedro Martínez Inclán, en declaraciones para el periódico El Mundo, 21 de diciembre de 1951
La apreciación del patrimonio arquitectónico varían con los años, en aquella época prevalecía el deseo de crear algo moderno, en detrimento de valores más contemporáneos que buscan preservar e integrar lo antiguo con el resultado definitivo. Aún así, en un giro poético del destino, en el edificio actual se aprecian algunas arcadas que emergieron en una reparación realizada, quedando expuestas e incorporadas al frente principal del edificio.
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