En la Plaza de Armas de La Habana, se encuentra ubicada la estatua de Carlos Manuel de Céspedes -en el sitio que estuvo erigida la de Fernando VII-, justo homenaje del pueblo de Cuba al «Padre de la Patria«. 

Pudiera pensarse que tal erección fue uno de los acuerdos que primero se cumplió en la República, pues el desmonte del ex Rey y su sustitución por Céspedes, tiene un peso simbólico enorme, el cual se agiganta por la ubicación de la estatua, frente al Palacio de los Capitanes Generales, en pleno corazón de la antigua Habana Colonial.

Nunca tuvo Carlos Manuel de Céspedes el respaldo de todos los cubanos, su figura levantó tanto amor como odio, fue depuesto y abandonado a su suerte en los campos de Cuba Insurrecta. Esas pasiones encontradas se volvieron a juntar, en el momento justo en que se habló de levantar su estatua en la Plaza de Armas.

Historia de la estatua de Carlos Manuel de Céspedes

Con la caída del régimen español surge, de las mismas entrañas del pueblo de Cuba -gracias a una encuesta que durante todo el mes de abril de 1899 realizó el diario El Fígaro-, la idea de la erección de dos estatuas: una a José Martí y otra a Carlos Manuel de Céspedes. 

Por consulta popular se consideró incluso la ubicación de ambas, la estatua del  Apóstol en el Parque Central, ya que era la plaza o parque más importante socialmente de la capital entonces, y la del «Padre de la Patria» en la Plaza de Armas. Sustituyendo así las de la Reina Isabel y el Rey Fernando, como gesto último de reafirmación de soberanía.

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Estatua de Carlos Manuel de Céspedes en la Plaza de Armas. (Foto Nelson Plascencia, Grupo de Facebook Fotos de la Habana)

La estatua a José Martí en el Parque Central fue develada el 24 de febrero de 1905, como conmemoración por los diez años del inicio de la Revolución de 1895. La de Céspedes aún tendría que esperar 50 años.

Las vicisitudes de una estatua

Los infortunios de la estatua de Carlos Manuel de Céspedes se inician cuando la «Asociación de Monumentos Martí-Céspedes» comunica que los fondos recogidos por cuestación popular no alcanzaban para realizar las dos obras. 

Se decidió entonces acometer solo la del Apóstol, pues había quedado en primer lugar en la encuesta, fue tal la aceptación de esta decisión, que un grupo de patriotas manzanilleros envió hacia La Habana el dinero recaudado para construir la estatua de Céspedes para que fuera usado en la de Martí.

Primer intento

El primer intento buscaba colocar fondos estatales para levantar la estatua. Fue en 1919, con la llamada Ley Torriente, la cual fue aprobada, e incluía la conservación de la estatua de Fernando VII en algún museo, pues los habaneros querían echarla al mar desde que se aprobó que en ese sitio iría la de Carlos Manuel.

Los fondos para la aplicación de la ley nunca se colocaron, y la misma durmió un sueño casi eterno. Terminaba sin éxito el primer intento.

Segundo intento

Tendrían que pasar diecinueve años, de iniciada la República, para que se volviera a crear un estado de opinión respecto al tema. En este caso lo capitaneó la revista Cuba Contemporánea, a través de una propuesta aparecida en el número de marzo de 1921, que lanzaba la idea de cambiarle el nombre a la Plaza de Armas por el de Carlos Manuel de Céspedes. Dos años después, en 1923, se realizó el cambio de nombre, adicionándose el de Céspedes. Lento funcionaban las cosas para el Padre de la Patria.

Tercer intento, aparece una idea loca

Durante el gobierno de Gerardo Machado, el Consejo Deliberativo del Distrito Central de La Habana, en su sesión correspondiente al 18 de diciembre de 1931, volvió a debatir el tema producto de una moción presentada por el  consejero Guillermo Urrutia, el cual pidió se votara y tomara un acuerdo acerca de levantar la estatua en la Plaza de Armas, sustituyendo la de Fernando VII que mientras tanto se mantenía en su sitio.

Según expresó:

No hay razón alguna que justifique en el sentimiento cubano el perpetuar la memoria de Fernando VII y que su estatua permanezca en la Plaza de Armas, y que, en cambio, Carlos Manuel de Céspedes, que fue el Padre de las libertades patrias y primer Presidente de la República en Armas, el más grande de los cubanos, carezca en esta capital de un monumento que signifique el cariño y la veneración de sus compatriotas.

Uno pudiera pensar que no quedaba nada de objetar después de semejante razonamiento, pero no es así, al menos dos consejeros se opusieron, Octavio Céspedes y Antonio Berenguer.

El primero propuso que la estatua  fuese erigida en el Paseo de Carlos III, sustituyendo la de dicho Rey, que sería movido, junto a Fernando VII, a un museo y en ese sitio de la Plaza de Armas, erigir un monumento de mármol, traído de todas las regiones del país, que midiera ¡60 metros de alto!.

El segundo consejero, por su parte, argumentó contra ambas propuestas, sugiriendo que la estatua de Carlos Manuel de Céspedes debía ser ubicada en la Avenida de los Presidentes, ya que había sido el primero de ellos, o en su defecto ubicarla en el Paseo Marítimo que se pensaba construir desde la Punta hasta la Fuerza.

El consejo que debía decidir entre estas tres mociones, adoptó, inexplicablemente, la del señor Céspedes. O sea, moverían al Padre de la Patria a un paseo menor y levantarían un monumento que haría añicos la estructura de la Plaza de Armas.

Cuarto intento: Emilio Roig toma cartas en el asunto

En 1935 el alcalde Guillermo Belt nombra a Emilio Roig «Historiador de la Ciudad de La Habana», y le encarga la redacción de un informe que explicara la importancia de regular los nombres de las calles de la capital para restituirles los tradicionales.

En este informe se sugiere llamarle Carlos Manuel de Céspedes al tramo del malecón comprendido entre la Capitanía del Puerto y el Castillo de la Punta, por encontrarse al fondo de la Plaza de Armas Carlos Manuel de Céspedes y teniendo en cuenta que en ella sería, erigida la estatua del Padre de la Patria.

Tal informe se convirtió en un Decreto Ley a partir del 13 de enero de 1936, el mismo fue un paso importante, pues legalmente se reconocía que en ese lugar se erigiría la estatua. Pero nunca se legisló sobre ella.

Quinto intento

El 3 de septiembre de 1941, el concejal Ángel Bertematy presentó al Ayuntamiento de La Habana una moción por la que se disponía la conservación, en el mismo sitio en que se encontraba entonces, de la estatua del rey Carlos III, pero que fuese enviada a un museo la de Fernando VII, y colocada en su pedestal la de Carlos Manuel.

El 17 de junio de 1942, casi un año después, la Comisión de Cultura del Ayuntamiento, pide al Historiador de la ciudad que realize un informe sobre el asunto.

Dicho informe, como era esperado, se pronuncia a favor de la moción y recibe el respaldo de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, del Dr. Cosme de la Torriente, y del Congreso Nacional de Historia.

Finalmente, en abril de 1943, la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros aprobó el Informe que respaldaba la moción, y ahi quedó el asunto.

Sexto intento

En 1944 la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, declaró Monumento Nacional a la Plaza de Armas, enumerando los monumentos de la misma que formaban parte de ello. En dicha enumeración no aparecía la estatua de Fernando VII, pero tal resolución fue interpretada por el gobierno municipal como que toda la plaza estaba protegida.

Por ello, tuvieron que realizar, doce años después la salvedad que tal denominación no incluía a la estatua de Fernando VII, ya que en su lugar se iba a erigir la de Carlos Manuel de Céspedes.

En el Séptimo intento regresamos al primero

El 24 de abril de 1945 los senadores Emeterio S. Santovenia, Joaquín Martínez Sáenz, Guillermo Alonso Pujol, Eduardo Suárez Rivas y Juan Cabrera Fernández presentaron al Senado una proposición de ley adaptando la Ley Torriente de 12 de abril de 1919 a las disposiciones de la Constitución de 1940. 

En fecha cercana a esa propuesta, el Dr. Herminio Portell Vilá, publica en Bohemia un largo artículo donde se adhiere al proyecto, y entre las razones que expone, se centra en demostrar que la estatua de Fernando VII no tenía grandes valores artísticos, en el sentido que no era obra de ninguno de los grandes escultores del déspota español, que aquel había sido un mal gobernante, y que la decisión de retirar su estatua no tenía nada que ver con el odio a España.

Esta es una defensa importante pues, entre los opositores al proyecto, se manejaba la tesis de que retirar la estatua rompía la armonía de la Plaza de Armas, además de privar al pueblo de contemplar una obra de arte, y que en última instancia era una afrenta a España.

Octavo intento,¿terminan las vicisitudes?

Finalmente, la «Comisión Organizadora de los Festejos del Cincuentenario de la Independencia«, presidida por el Alcalde de La Habana Justo Luis Pozo y del Puerto, decidió, en la sesión del 16 de abril de 1952 acordó:

conceder un crédito de diez mil pesos para erigir una estatua a Carlos Manuel de Céspedes en la Plaza de Armas en esta Capital, en el lugar que ocupa la estatua de Fernando VII, y que será la perpetuación de la celebración de los festejos del Cincuentenario de la Independencia, con cargo al crédito autorizado por la Disposición Transitoria Primera de la Ley número 13, de 1951.

El 6 de julio de 1953 se convocó a los artistas a presentar sus propuestas a concurso, exigiendo que dicha estatua debía ser de estilo clásico, para no romper la armonía del lugar.

Según Emilio Roig:

Concurrieron a participar en el concurso estos trece notabilísimos escultores cubanos: Teodoro Ramos Blanco, Jilma Madera, Mario Santí, Sergio López Mesa, Jesús M. Casagrán, Fausto Ramos, Mario Perdigó, Orispín Herrera Jiménez, Arnold Serrú, Enrique Moret, Avelino Pérez Urriola, Tony López y Florencio Gelabert.

Una vez los concursantes tuvieron listas sus maquetas, las mismas se exhibieron durante un mes en el Museo Municipal, para que todo el pueblo de La Habana pudiese valorarlas.

El dictamen del jurado concluyó lo siguiente:

Considerando que Céspedes debe representar la arrogante figura del líder que encarnó la jornada gloriosa de octubre de 1868, y por estimar que su actitud de este sentido y su expresión están contenidos en la presentada por el escultor Sr. Sergio López Mesa, estima es la que debe ser erigida definitivamente en el lugar propuesto en las bases del concurso, y le otorga el premio.

A continuación, el Alcalde de La Habana y la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, elaboraron los decretos correspondientes que convertían en ley del municipio el fallo del jurado, tal pasoenrs imprescindible, pues aún no se había derogado el decreto del gobierno de Machado que planteaba la construcción del monumento monstruoso ya citado.

Se extienden las vicisitudes

Así las cosas, nada parecía frenar ya el emplazamiento de la estatua de Carlos Manuel de Céspedes en la Plaza de Armas, cuando el Consejo Consultivo – órgano que sustituyó al Congreso y a la Constitución de 1940- declaró su negativa a tal construcción, en la persona de Ramón Vasconcelos, quien logró que se fallara en contra, basando su argumentación, precisamente,  en una defensa de Fernando VII y su estatua, por lo que volvía a lo que ya el Dr. Portell Vilá había refutado años atrás.

Dicho acuerdo fue publicado -acompañado de una propuesta de reconsideración al Alcalde de La Habana,- en el periódico del Sr. Vasconcelos, quien se cuidó muchos de mencionar además a todos aquellos que lo habían sugerido y apoyado.

El Alcalde de La Habana le respondió enumerando y refutando los muchos errores en los que su propuesta incluiría, para concluir entonces que la misma carecía de validez debido a ello.

Entonces intervino el Colegio Provincial de Arquitectos de La Habana, sumándose a la protesta del Consejo Consultivo y presionando para que no se erigiera la estatua en ese lugar.

¡Al fin, la estatua de Carlos Manuel de Céspedes!

Mientras los debates aumentaban y se dividían las opiniones, el escultor terminó la pieza,  y así le fue comunicado al Alcalde de La Habana por el jurado que se había formado para el concurso.

Entonces, por decisión del Ayuntamiento de La Habana en su sesión del 10 de febrero de 1955, y como motivo de acercarse el 27 de febrero, haciendo uso de sus facultades, decidió colocar en el sitio que, desde 1899, el pueblo de La Habana le había asignado la estatua de Carlos Manuel de Céspedes, sin esperar los diez días que tenían que pasar para que el acuerdo fuese ley.

«La estatua del Rey Felón fué retirada del pedestal, el día 15 de febrero, por obreros dirigidos por el escultor Sergio López Mesa, y en presencia del Historiador de la Ciudad de La Habana, y trasladada al Museo Municipal de la Ciudad, donde se encuentra actualmente, como propiedad que es del Municipio de La Habana».

Terminaba así, con su develación el 27 de febrero de 1955, la larga historia de la estatua de Carlos Manuel de Céspedes en la Plaza de Armas.