El depósito y estación de Villanueva, ubicada en los actuales terrenos del Capitolio -mirando el frente a la calle Dragones-, fue nombrada así en honor al cubano Claudio Martínez Pinillos, el conde de Villanueva, quien desde su puesto como presidente de la Junta de Fomento de la benemérita Sociedad Económica de Amigos del País fue el máximo impulsor de la llegada del ferrocarril a Cuba.
Apenas un año tardó esta sociedad, que reunía a la élite criolla, en mostrar su interés en el ferrocarril. Aquella primera locomotora de vapor firmada por George Stephenson, que recorrió el tramo entre Stockton y Darlington, al noreste de Inglaterra en 1825, fue el detonante de una guerra entre el poder político español y el poder económico criollo.
La línea Habana-Güines
No sería hasta el 12 de octubre de 1834 que recibirían los acaudalados cubanos el visto bueno del Rey Fernando VII para suscribir un empréstito, cercano a los 2 millones de pesos oro, destinados a construir un ferrocarril en Cuba. En un alarde de agilidad y eficacia el primer tramo de la Línea Habana-Güines fue inaugurado el 19 de noviembre de 1837 cubriendo el trayecto Habana-Bejucal.
Esta primera línea de ferrocarriles fue hija directa de la gestión encomiable del conde de Villanueva quien materializó el empréstito a nombre del gobierno a través del intermediario Joaquín Uriarte.
Hombre clarividente para los negocios, supo encauzar la necesidad real de la isla de Cuba de poseer métodos de comunicación modernos, sobre todo en temporada de lluvias, además del consiguiente beneficio económico que se obtendría de dicha inversión.
Actuó con tal velocidad y eficacia que consiguió finalizar la obra con fondos del gobierno español, dotando a la colonia del conocido como camino del hierro, antes de que en la propia metrópoli se dispusiese de uno.
Se convirtió de esta forma Cuba en el séptimo país del mundo en contar con un sistema de ferrocarril operativo y en expansión. El éxito de esta primera extensión de vías provocó una carrera desesperada en la isla por prolongar los kilómetros de vías y es entonces cuando el gobierno vende la empresa recién creada a manos particulares.
Anteriormente, y por la firme oposición del Capitán General Miguel Tacón, los trenes que salían de La Habana lo hacían desde la estación provisional de Garcini (ubicada en los terrenos de lo que serían la actual calle Oquendo entre la calle Estrella y calle Maloja).
Una vez abandonó el cargo Tacón, el nuevo Capitán General dio luz verde a la creación y uso de la estación de Villanueva en los terrenos actuales del Capitolio. El traslado de las vías se estimó en cerca de 150 mil pesos y el primero de abril de 1840 ya salían los trenes desde esta ubicación.
La Fachada simétrica contaba originalmente con una altura y su estilo, cercano al neo-gótico con elementos clásicos, es similar en algunos componentes a la conocida Finca de Los Monos de Rosalía Abreu.
El arquitecto Joaquín Weiss considera que apenas posee elementos arquitectónicos destacables más allá de la puerta ojival de la entrada.
Según el primer historiador de La Habana Emilio Roig de Leuchsenring durante el siglo XIX los ferrocarriles que llegaban hasta la estación de Villanueva, cruzaban por el Paseo de Tacón, la Quinta de los Molinos, la Calzada de la Infanta, y la calle de la Zanja. También existía el ferrocarril de Marianao, que por la parte occidental del Cerro llegaba hasta la estación de Concha, junto al Paseo de Tacón; y el ferrocarril del Oeste, que cruzaba la Calzada de Jesús del Monte y terminaba en la Estación de Cristina, cerca del Castillo de Atarés, con un ramal que llegaba hasta los almacenes de Hacendados.
La estación de Villanueva
Los terrenos en los que se edificó la estación habían sido sede del Jardín Botánico de la ciudad, ubicado allí en 1818 gracias a Alejandro Ramírez, superintendente de la Junta de Fomento (antecesor del conde de Villanueva) quien cedió a la Sociedad Económica Amigos del País el uso de la zona con el fin de embellecerla dado que aquel descampado extramuros se había convertido en un muladar lleno de basura.
Según la destacada arquitecta e historiadora Felicia Chateloin «la estación contaba con dos edificios principales y otras zonas de servicio, separadas por el área del ferrocarril y tenía las mismas características de las estaciones construidas en los Estados Unidos.
Entonces con el capital de la propia sociedad se erigió y mantuvo el Jardín Botánico hasta 1840 fecha en que dicho Jardín se trasladó «al sitio de los Molinos del Rey o quinta de los señores Capitanes Generales (actual Quinta de los Molinos)».
Antes de trasladar el Jardín Botánico la propia Sociedad de Amigos del País había devuelto los terrenos a la Junta de Hacienda dada la incapacidad de hacer rentable aquel majestuoso Jardín. Fue entonces cuando se procedió a la venta de estos terrenos por parte del gobierno.
A todo esto existía un litigio vigente que renació gracias a la revalorización constante que sufrieron estas antiguas tierras áridas. Resulta que los terrenos originales donde había radicado el Jardín, habían sido expropiados a la familia Arteaga en 1764 cuando se destruyó una fábrica que poseían allí.
Una vez se erigió en 1818 el Jardín Botánico, los señores Ramona Arteaga y Cervantes y su hermano José Isidro, procedieron a reclamar la propiedad de dichos terrenos. No sería hasta 1845, estando funcional desde 1840 la estación de Villanueva en esa ubicación, que la justicia ratificó los derechos que estos poseían sobre esa tierra.
Fue entonces que la Empresa de Ferrocarriles de La Habana, que había comprado al gobierno los terrenos, se vio obligada a abonarles cerca de un millón de pesos por todos los terrenos que se extendían desde la esquina del Teatro Tacón hasta la actual calle Monte.
Controversia por los terrenos nuevamente
Comenzó a funcionar allí el depósito y estación de Villanueva que se mantuvo operativa hasta la inauguración de la Estación Central de Ferrocarriles el 30 de noviembre de 1912. Esta joya, más moderna y adecuada, estaba ubicada en la zona del Arsenal. Sobre el proceso de compraventa de terrenos nos da su visión nuevamente el Dr. Roig;
«Durante el gobierno del presidente José Miguel Gómez se realizó el canje de los terrenos ocupados por el Arsenal —que eran propiedad del Estado— por los que poseían los Ferrocarriles Unidos en el centro de la Ciudad, donde se
encontraba la antigua Estación de Villanueva.
Este canje fue violentamente combatido por la prensa, y la opinión pública, encabezada por figuras tan destacadas como Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez y Enrique Collazo — que lo combatieron en el Congreso— lo repudió por considerar que era una transacción lesiva para el Estado y seguramente provechosa para los gobernantes que así favorecían a una compañía extranjera.
Sea como fuese, aquel canje resultó, al cabo, favorable para La Habana. En los terrenos de la antigua Estación de Villanueva, donde el presidente Gómez empezó a construir un Palacio Presidencial, se elevó más tarde el Capitolio Nacional, no solamente un grandioso edificio, sino que mejoró notablemente el aspecto de toda una zona importante de la urbe; y en los abandonados predios de lo que antaño fuera el Arsenal.
La Compañía de los Ferrocarriles Unidos, entonces en pleno período de expansión, levantó el magnífico edificio de su Estación Terminal, con grandes talleres, muelles, depósitos de mercancías, etc: todo lo cual unido al extenso tránsito de pasajeros, contribuyó al progreso de otra zona habanera».
Aquel engendro anacrónico que era la estación de Villanueva, ubicada en el corazón de la ciudad, con el constante trasvase de trenes de carga y el consiguiente ruido y suciedad, atentaban contra la modernidad y funcionalidad de la nueva ciudad.
Así que dentro del plan de construcción del que sería Capitolio nacional, aún no estaba claro cuál sería su función, se terminó de derrumbar el vetusto depósito y estación de Villanueva en 1928, aunque ya desde 1912 no realizaba más que la función de almacén.
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