En el espacio sobrante de un taller de herrería nació el teatro Alhambra, el que tal vez sea el más icónico de la República.

Hijo del espíritu aventurero de un emigrado catalán, el Teatro Alhambra sorteó obstáculos inmensos en su corta historia, y a golpe de música, muslos y talento creó prácticamente solo un género: el alhambresco.

Por su feúcha esquina de las calles Consulado y Virtudes desfilaron verdaderas estrellas de las tablas, la música y el cine.

Fue la casa de al menos tres generaciones de Robreños, el panteón donde Federico Villoch y Jorge Anckermann crearon muchas de las piezas más legendarias del musical cubano, el refugio del gran actor cienfueguero Arquímedes Pous,  el lugar que iluminó a una jovencita Mimi Cal… Y así hasta casi el infinito.

El primer teatro Alhambra


José Ross era un catalán que como muchos había venido a Cuba a hacer fortuna, abrió un taller de herrería y se puso a buscar que hacer con el espacio que le sobraba. No parece lógico que alguien cuyo primer pensamiento sea hacerse rico trabajando el hierro piense en el teatro como segunda opción, y no lo fue, pues lo primero que hizo fue poner un gimnasio, que luego se trastocó en pista de patinaje.

Teatro Alhambra
El Teatro Alhambra en la esquina de Consulado y Virtudes

Pero aquello no cuajaba, y un coterráneo le sugiere abrir un teatro para hacer funciones de verano de género chico. La idea lo entusiasma y pone manos a la obra.

Realmente esta vez sí lo pensó mejor, y contrató periodistas que alabaron la próxima apertura de un teatro superior al  Albisu, su muy cercano competidor. Se fundó el 13 de septiembre de 1890 [1].

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Mas aquello no prosperaba, el público habanero a penas si sabía que esa era una alternativa, demasiados buenos teatros en la zona, con historia, fama y comodidades, para que el local del herrero fuera una opción. Diez años después el catalán emprendedor estaba por desistir y volver a su idea original, cuando en su puerta apareció la salvación.

La resurrección


Federico Villoch era un libretista, director artístico, y empresario teatral muy reputado en el teatro Martí, del cual salió un día, en compañía de los hermanos José  y Regino López, y el escenógrafo Miguel Arias, buscando nuevos horizontes.

Ese horizonte fue el teatro Alhambra, a donde llegó la comitiva a negociar con el catalán. No le queda claro a este articulista si el Alhambra fue arrendado a José Ross o comprado, lo cierto es que aquel, a partir de entonces, se desvanece de su historia.

Con la nueva dirección el teatro Alhambra resucitó cual fénix de las tablas, y no solo en público también en elegancia, y calidad.

Durante veinte años exhibieron tres carteleras diarias, donde primaban el teatro bufo y el musical, los cuales andando el tiempo fueron mezclándose con el dramático y terminaron por crear un género «el alhambresco«, que los englobaba a todos en un ambiente de fastuosos diseños escenográficos aderezados con una música de calidad excepcional, en la cual brillaron joyas como Anckermann o Gonzalo Roig. 


Fue además el teatro Alhambra trampolín para figuras como Candita Quintana, Enrique Arredondo, Zenia Marabal y otros. Entre sus visitantes ilustres estuvieron Blasco Ibáñez, Jacinto Benavente, Valle Inclán, Rubén Darío, García Lorca, y un largo etc.

Ríos de tinta se han vertido acerca de su impronta en las tablas de la isla, opiniones divididas y encarnizadas en sus valoraciones, que en última instancia solo reflejan que pese a las críticas era el centro de la vida cultural nocturna de los caballeros.

Por ejemplo Rine Leal dice:

Los primeros años del teatro cubano en la república de 1902 estuvieron marcados por el predominio absoluto del género alhambresco […] y un descenso vertiginoso hacia la banalidad, el entretenimiento ligero y hasta la pornografía o sicalipsis, como se le llamaba pudorosamente en la prensa. […] Es indudable que nuestra escena alcanza su nivel más bajo de calidad y moralidad.

Y por su parte un exigente como Carpentier consigna:

Tenemos en La Habana un teatro que me cuidaré de considerar despectivamente: Alhambra. Con todos sus defectos y vulgaridades -verdaderas o supuestas- que se quiera atribuirle, este teatro constituye un admirable refugio del criollismo (…)  Es uno de los pocos lugares habaneros en que se podía oír todavía, antes de mi partida a Europa, danzones ejecutados, según las mejores tradiciones (al comenzar la primera tanda, generalmente), es uno de los pocos sitios en que se mueven sabrosos personajes-símbolos de la vida criolla…

El teatro de los hombres solos, como le llamaban al Teatro Alhambra, fue además la sede del Teatro Musical de La Habana a partir de 1900, y pese a las críticas negativas es un hecho su huella en la cultura cubana, en filmes como «La Bella del Alhambra» de Enrique Pineda Barnet, o por ser la cuna de obras como «La Isla de las cotorras», o «La danza de los millones».

El paraíso del musical habanero, el sueño del herrero catalán, cerró forzosamente sus puertas un día 18 de febrero de 1935, por causas de fuerza mayor, pues justo al salir Enrique Arredondo del lobby  el techo se vino abajo. No volvería a abrir como Teatro Alhambra, aunque si como cine teatro , pues ahí radico después el Alkázar.

Notas

[1] Siempre se ha aceptado el 13 de septiembre de 1890 como la fecha fundacional del Teatro Alhambra. Sin embargo, se debe comentar que ya el 2 de julio de 1886, en el periódico «La Lucha» se anunciaba como novedad la presentación de un «circo de variedades» en la esquina de Consulado y Virtudes, con funciones diarias y matinés los días festivos.