El teatro Campoamor se encuentra ubicado en la esquina que formas las calles Industria y San José, en diagonal con el Capitolio Nacional.

Abierto al público por primera vez el 20 de octubre de 1921 con el nombre de Teatro Capitolio, el edificio, de regio estilo neoclásico, fue construido por los empresarios Santos y Artigas en la parcela que antaño ocupara el teatro Diorama (demolido en 1846).

Costó su construcción 300 000 pesos, una verdadera fortuna para la época y podía acomodar hasta 2 000 espectadores, lo que lo convertía en uno de los más grandes de La Habana.

Del Teatro Capitolio al Teatro Campoamor

Al poco tiempo de su inauguración el Teatro Capitolio fue renombrado como Teatro Campoamor en honor al poeta romántico español Ramón de Campoamor. Contrario a lo que suele suceder habitualmente en La Habana, la nueva denominación se hizo popular y el pueblo comenzó a llamarlo de esa manera, aunque el edificio conservara en su frontis, el rótulo original de «Capitolio».


Teatro Campoamor y hotel Regina
Antigua postal de La Habana en la que se pueden observar el hotel Regina (desaparecido) y el teatro Campoamor

Destacaba el teatro Campoamor por la hermosa marquesina, que iluminaba todo el vestuario diseñado en forma de concha, en el que se exhibían los grandes cartelones con la programación semanal; su construcción en forma de herradura (para estar lo más cerca posible del escenario desde cualquier posición), sus orlas doradas y sus palcos con barandillas de bronce.

En sus mejores años el teatro Campoamor se alzó como el palacio de la zarzuela en Cuba. Por sus tablas desfiló lo mejor de ese género musical, desde Imperio Argentina hasta Rosita Fornés, pasando por Blanquita Amaro, Libertad Lamarque, Armando Pico, Miguel de Grandy y Antonio Palacios.

Fundacional como pocos el teatro Campoamor tiene ganado un lugar de privilegio entre las instituciones representativas de la cultura cubana:

Fue en el Teatro Campoamor donde, en 1936, el sabio Don Fernando Ortiz llevó al escenario, de la mano de la Institución Hispanocubana de Cultura, los tambores batá de Pablo Roche, todo un sacrilegio en una sociedad que presumía de católica, blanca y almidonada.

teatro campoamor hispanocubano ortiz 1937 pablo roche

En el coliseo de Industria y San José leyeron su obra, cara a cara con el público enormes de la literatura universal como Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral; y, por si todo lo anterior no pareciera mérito suficiente para realzar el impacto que en la cultura cubana tuvo el teatro Campoamor, se debe recordar entonces que el 15 de febrero de 1928, se proyectó allí, por primera vez en Cuba, una película sonora: «The Jazz Singer», dirigida por Alan Cros Land y producida por la Warner.

Entraría así el Campoamor en la historia del séptimo arte en la Isla, una historia que se enriquecería notablemente a lo largo de las varias décadas en que los dueños de la empresa alternaron su uso como teatro y cine, hasta, finalmente, inclinarse mayoritariamente hacia los segundo.


Teatro Campoamor Industria y San Jose
Ruinas del Teatro Campoamor (foto de 2020)

Sería en el Campoamor donde el pionero del cine cubano, Ramón Peón, conseguiría estrenar sus obras; y donde aparecerían por primera vez los «acomodadores», esos personajes armados de linterna, a ratos útiles a ratos molestos por inoportunos, que terminarían extendiéndose a todos los cines de la capital.

Muerte y resurrección

En sus últimos años el Campoamor funcionó, sobre todo, como cine, por la mayor rentabilidad de este negocio en comparación con el teatro.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959 la empresa operadora fue nacionalizada y el ya cine – teatro Campoamor pasó a ser administrado por el Estado.

Los años de existencia del edificio, unidos a la falta de un mantenimiento adecuado provocaron el deterioro acelerado de la instalación, hasta el punto de sucederse varios derrumbes parciales que aconsejaron su cierre para una reparación general.



Sin embargo, los días se convirtieron en meses, los meses en años, los años en décadas y el histórico teatro Campoamor permaneció cerrado hasta llegar a amenazar el derrumbe total.

Eusebio Leal, tuvo siempre el sueño de su rescate y, finalmente, a poco de su desaparición muerte, la Oficina del Historiador anunció la buena noticia de que sería restaurado.