En la calle O’Reilly, junto al Palacio del Segundo Cabo y frente a la verja de La Fuerza se encuentran dos de las estatuas que en honor a los reyes de la antigua metrópoli española se erigieron en Cuba.
Restauradas por la Oficina del Historiador de la Ciudad, ambos monumentos tuvieron un largo peregrinar a lo largo de su centenaria existencia, antes de quedar fijadas como atractivo turístico en su posición actual.
Estatua de Fernando VII «El Deseado»
La estatua neoclásica del «Deseado» monarca español Fernando VII se las ingenió para permanecer en su pedestal de la Plaza de Armas desde el 24 de julio de 1834 hasta el 15 de febrero de 1955, nada menos que 120 años.
Resulta curioso que este rey de mármol haya disfrutado tanto tiempo de la sombra de la Plaza de Armas, si se toma en consideración que su gobierno fue de los más ignominiosos que se recuerden, para España y para Cuba, y que a los habaneros no les había temblado la mano para aplicarles la grúa y la piqueta a otros monumentos que les recordaban las «caenas» coloniales.
Fue el monumento a Fernando VII un acto de adulación de la sacarocracia habanera a un rey venal y bribón con el que había tenido muy buenas migas, a pesar del despotismo nada ilustrado de aquel, y una de las últimas que se levantó en su honor.
Como el proyecto se inició en 1827, aún en vida de Fernando VII que duraría para desgracia de España, siete años más; tuvo el rey la oportunidad de dictar la inscripción que llevaría en el frente principal de su pedestal, que miraba hacia la bahía de La Habana.
«Ferdinandus VII Rex/ Habanensi Populo/ Desiderio Fidelitate Clarissimo/ Imagine Corde Perpetuo Adesse Voluit. MDCCCXXXIII»
Lo que, traducido al español sería:
«El rey Fernando VII/ a su pueblo de La Habana/ insigne por su amor y fidelidad/ quiso estar presente en imagen como lo está siempre en su corazón. 1833»
Fernando VII aparece representado en la estatua con el traje de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, con el cetro en la mano derecha y el sombrero en la izquierda, recogiendo el manto con actitud majestuosa.
Se trata de una obra «a dos manos», pues el modelo en yeso lo realizó el escultor José Álvarez Bouquel, pero al fallecer este de forma repentina, el proyecto lo continuó el catalán Antonio Solá.
Aunque la obra se debe, como otras tantas erigidas en La Habana a Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva; contradictoriamente fue desvelada por quien fuera su gran rival en Cuba, el Capitán General de la Isla de Cuba, Miguel Tacón y Rosique.
Hasta para muchos españoles, la presencia de Fernando VII en la Plaza de Armas una presencia tan ominosa como la década anterior a su muerte en la que gobernó la metrópoli a sangre y fuego.
«Para ustedes habrá sido malo y no es digno de memoria, pero nosotros perdimos con él no un rey, sino un padre.»
Se justificaba el Conde de Villanueva, cada vez que algún español le echaba en cara la presencia del déspota en la Plaza de Armas, recordando la luna de miel vivida entre la sacarocracia habanera y el difunto monarca.
Sin embargo, que la estatua de Fernando VII haya sobrevivido al furos patriótico que siguió al fin del dominio español en Cuba se debió, más que todo, a factores coyunturales:
La Plaza de Armas y su zona aledaña se encontraba bajo el control directo de las fuerzas de ocupación estadounidense, lo que impidió que el pueblo enardecido removiera la estatua como hizo, por sólo citar un ejemplo, con la de la reina Isabel II en el Parque Central. Luego, el gobierno de Tomás Estrada Palma, en su busca de la conciliación con los españoles, que necesitaba el país, prefirió no seguir destruyendo los símbolos que aún quedaban en pie de la antigua metrópoli.
No sería hasta 1921 que la revista Cuba Contemporánea propondría renombrar la Plaza de Armas como Carlos Manuel de Céspedes y retirar la estatua de Fernando VII.
Lo primero se consiguió sin demasiados problemas y la Plaza quedó renombrada en honor al Padre de la Patria; sin embargo, no se pudo alcanzar el concenso para lo segundo, creándose una verdadera anomalía histórica y también moral: la plaza que llevaba el nombre del iniciador de las guerras de independencia de Cuba estaba coronada en su centro mismo por el monumento de uno de los reyes españoles más déspotas.
Sería el primer Historiador de la Ciudad, el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring quien, en 1941, relanzaría la idea de retirar la estatua de Fernando VII de la Plaza de Armas, lo que sería apoyado por el Congreso Nacional de Historia al año siguiente.
Esta decisión sería, sin embargo, fuertemente combatida desde el Diario de la Marina por su director Pepín Rivero, lo que haría muy difícil su inmediata puesta en práctica, aún cuando – en una clara señal en esa dirección – la Junta Nacional de Arqueología y Etnología declarase a la Plaza de Armas como Monumento Nacional, pero excluyendo a la estatua de Fernando VII.
«¿Es que se piensa romper la armonía de ese rincón, echando abajo la Plaza, o injertando una estatua de Céspedes fuera de estilo en desconcordancia con el resto del entorno.»
Gastón Baquero, «La estatua de Fernando VII». Diario de la Marina. 23 de julio de 1953.
En 1952, finalmente, el alcalde de La Habana, Justo Luis del Pozo, destina 10 000 pesos para la nueva estatua de Carlos Manuel de Céspedes que vendría a sustituir la del monarca español.
Con la firme oposición del Diario de la Marina, el periódico Avance y prestigiosas figuras como el arquitecto Evelio Govantes y el pintor y periodista Armando Maribona, que consideraban el cambio como un atentado al ornato público, el 15 de febrero de 1955 fue bajada de su pedestal la estatua de Fernando VII y enviada al Palacio de Lombillo, donde radicaba el Museo Municipal.
La estatua de Fernando VII fue preservada en el museo, con lo que corrió mucha mejor suerte que otros mármoles defenestrados en Cuba y que terminaron perdiéndose para siempre. Junto a ella, el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring colocó una tarja en la que se explicaban las razones que habían motivado su retiro de la Plaza de Armas.
Varias décadas después, cuando el sucesor de Roig, Eusebio Leal Spengler se enfrentaba a la restauración de la Plaza de Armas para devolverle todos sus atributos originales, realizó las siguientes consideraciones sobre la estatua de Fernando VII, que explican el porqué de su ubicación actual frente al Castillo de la Fuerza y a un costado del Palacio del Segundo Cabo:
«Cuando a mí se me presentó el dilema en el momento de la restauración de la Plaza de Armas – donde se rescataban las esencias de la plaza original -, era imposible en nombre de ningún principio, recolocar la de Fernando VII.»
Carlos III
A diferencia de lo sucedido con el monumento a Fernando VII, que siempre tuvo una fuerte oposición a su existencia, la estatua de Carlos III contó con el beneplácito general, aunque, igual, al final, los habaneros terminarían moviéndolo de su emplazamiento original.
De hecho, el 3 de septiembre de 1941, el consejal Ángel Bertematy, presentó al Ayuntamiento de La Habana una moción para que la estatua de Carlos III en la calle del mismo nombre se preservara, pues el monarca español había sido uno de los mejores gobernante y de los que memorias más gratas dejará en la Isla:
«Por los beneficios de toda índole que durante su reinado obtuvo de sus ministros liberales»
La estatua de Carlos III estuvo por más de cien años a la entrada del Paseo Militar o Paseo de Tacón (que luego se llamó Avenida de Carlos III) y entre las dos columnas de Hércules que aún se conservan en el lugar.
Aunque el acuerdo del I Congreso Nacional de Historia fue mantenerla en su posición original, un mal día del año 1974 (según testimonio de Fernando Sierra Arago, para Fotos de La Habana) la estatua fue derribada sin profilaxis alguna por las autoridades, lo que provocó que se facturara la nariz y las manos.
El gran deterioro sufrido por el monumento motivó a la Oficina del Historiador, mucho después, a intentar restaurarla lo mejor posible antes.
Así, se decidió, en 2017, durante las obras por el 498 aniversario de La Habana, que la estatua de Carlos III que se encontraba en la calle homónima desde 1835 ó 1837 tuviera un nuevo emplazamiento a un costado de la Plaza de Armas, junto a la de Fernando VII.
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