TESTAMENTO DEL PEZ-GASTÓN BAQUERO
Yo te amo, ciudad, aunque sólo escucho de ti el lejano rumor, aunque soy en tu olvido una isla invisible, porque resuenas y tiemblas y me olvidas, yo te amo, ciudad.
No hay definición más imprecisa e impertérrita que definir el nacimiento en determinado lugar con el arraigo provocado por la pertenencia a una ciudad o extensión de tierra. Se asumen en múltiples ocasiones como eventos correlativos y comunicantes, pero este no es nuestro caso.
Tenemos la tesis de que La Habana no vio nacer a algunos de sus más amados hijos, y estos, en cambio, cual infantes ceñidos a algún trastorno freudiano la han recitado con el fervor de quien se sabe deudor o menos válido que otros por tan casuístico hecho como haber nacido lejos de este límite geopolítico.
Yo te amo, ciudad, cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza amenazando disolverte el rostro numeroso, cuando hasta el silente cristal en que resido las estrellas arrojan su esperanza, cuando sé que padeces, cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos, cuando mi piel te arde en la memoria, cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces, yo te amo, ciudad.
Buscamos en este espacio web crear una cesta donde entren todos los amantes de la séptima villa fundada por Pánfilo Narváez bajo las órdenes de Diego Velázquez, pero asentada en la posición actual por Juan de Rojas Manrique (leer más).
Empezamos este recorrido con José Gastón Eduardo Baquero Díaz, uno de los grandes poetas y periodistas de la primera mitad del siglo XX, nacido en la oriental Banes en 1914.
Yo te amo, ciudad, cuando desciendes lívida y extática en el sepulcro breve de la noche, cuando alzas los párpados fugaces ante el fervor castísimo, cuando dejas que el sol se precipite como un río de abejas silenciosas, como un rostro inocente de manzana, como un niño que dice acepto y pone su mejilla.
Pobre, mulato, y homosexual desafió la realidad con su imaginación desde sus primeros años en Banes. Tras graduarse como ingeniero agrónomo (por satisfacer a su padre) intensificó la actividad periodística y cultural que ya había iniciado en la Universidad de La Habana a finales de los años 30.
Yo te amo, ciudad, porque te veo lejos de la muerte, porque la muerte pasa y tú la miras con tus ojos de pez, con tu radiante rostro de un pez que se presiente libre; porque la muerte llega y tú la sientes cómo mueve sus manos invisibles, cómo arrebata y pide, cómo muerde y tú la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas, vistes la muerte de ropajes pétreos, la vistes de ciudad, la desfiguras dándole el rostro múltiple que tienes, vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio, haciéndola quedarse inmóvil bajo el río, haciéndola sentirse un puente milenario, volviéndola de piedra, volviéndola de noche volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas, la vences, la reclinas, como si fuese un perro disecado, o el bastón de un difunto, o las palabras muertas de un difunto.
Es por esta época cuando entabla una disonante relación personal pero muy gratificante en el aspecto cultural con José Lezama Lima, a quién consideraría su Maestro pese a las tiranteces propias del ambiente literario, convirtiéndose en colaborador de la revista Orígenes (1944-1956).
Yo te amo, ciudad porque la muerte nunca te abandona, porque te sigue el perro de la muerte y te dejas lamer desde los pies al rostro, porque la muerte es quien te hace el sueño, te inventa lo nocturno en sus entrañas, hace callar los ruidos fingiendo que dormitas, y tú la ves crecer en tus entrañas, pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola, con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios, la escuchas cómo roe y cómo lame, cómo de pronto te arrebata un hijo, te arrebata una flor, te destruye un jardín, y te golpea los ojos y la miras sacando tu sonrisa indiferente, dejándola que sueñe con su imperio, soñándose tu nombre y tu destino. Pero eres tú, ciudad, color del mundo, tú eres quien haces que la muerte exista; la muerte está en tus manos prisionera, es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.
Fundador de Clavileño publicó también en medios como Verbum, Espuela de Plata y Nadie Parecía. Alrededor del año 1944 comenzó a publicar en diversos medios de prensa como El Mundo o el polémico Diario de la Marina, donde sería nombrado redactor jefe y estableció una relación cercana con su coterráneo Fulgencio Batista, llegando a ser senador del Consejo Consultivo del gobierno batistiano.
Yo soy un pez, un eco de la muerte, en mi cuerpo la muerte se aproxima hacia los seres tiernos resonando, y ahora la siento en mí incorporada, ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo, me estoy volviendo un pez de forma indestructible, me estoy quedando a solas con mi alma, siento cómo la muerte me mira fijamente, cómo ha iniciado un viaje extraño por mi alma, cómo habita mi estancia más callada, mientras descansas, ciudad, mientras olvidas.
Situación que forzó su salida de Cuba en 1959. Se estableció en Madrid y publicó varios poemarios excelsos en los cuáles expandió su universo literario. Cooperó en la Radio Exterior de España y fue un asiduo de los centros de altos estudios en la península Ibérica.
En 1992 fue finalista del Premio Nacional de Literatura en España y candidato al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1998. Continúo su labor periodística en ABC, La Vanguardia y El País. Falleció en Madrid en 1997, su obra volvería a ser publicada en la isla en 2001 cuando la Editorial Letras Cubanas sacara de las tinieblas del exilio la antología poética La patria sonora de los frutos.
Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra, yo soy quien vela el trazo de tu sueño, quien conduce la luz hasta tus puertas, quien vela tu dormir, quien te despierta; yo soy un pez, he sido niño y nube, por tus calles, ciudad, yo fui geranio, bajo algún cielo fui la dulce lluvia, luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer, sombrero, fruta, estrépito, silencio, la aurora, lo nocturno, lo imposible, el fruto que madura, el brillo de una espada, yo soy un pez, ángel he sido, cielo, paraíso, escala, estruendo, el salterio, la flauta, la guitarra, la carne, el esqueleto, la esperanza, el tambor y la tumba.
Como a muchos artistas exiliados se le preguntó en una entrevista en 1994 cómo era capaz de mantener presentes en su arte su identidad habanera y cubana. Con la suficiencia del genio cotidiano sentenció:
El transcurrir o el pasar de tantos años sobre una vida tiene por fuerza una acción, una influencia sobre la persona. En realidad, yo nunca me he sentido lejos de la isla porque uno lleva consigo, dentro de sí, todo lo que le interesa en el Universo. No siento nostalgia de nada, ni la he sentido nunca, porque la nostalgia es producto de una falta grave de imaginación. Lo que me falta, lo invento.
Yo te amo, ciudad, cuando persistes, cuando la muerte tiene que sentarse como un gigante ebrio a contemplarte, porque alzas sin paz en cada instante todo lo que destruye con sus ojos, porque si un niño muere lo eternizas, si un ruiseñor perece tú resuenas, y siempre estás, ciudad, ensimismada, creándote la eterna semejanza, desdeñando la muerte, cortándole el aliento con tu risa, poniéndola de espalda contra un muro, inventándote el mar, los cielos, los sonidos, oponiendo a la muerte tu estructura de impalpable tejido y de esperanza.
Para el poema de hoy no necesitó inventar una ciudad, esta ya existía antes de él, y seguirá existiendo como durante estos 501 años. Pero quizás, con ese efecto profético que tiene la poesía cuando alcanza su máximo esplendor, Baquero se encargó de compactarla y hacerla suya para poder llevarla en el viaje de la eternidad. Mientras exista La Habana existirán todos aquellos que le han cantado y escrito.
Este poema fue publicado por Cintio Vitier en su libro Diez Poetas Cubanos. (Ediciones Orígenes-1948), pero es una confesión de amor atemporal que se hace imprescindible mencionar cuando se habla de La Habana.
Quisiera ser mañana entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.
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