En el centro mismo de la Alameda de Paula se encuentra la llamada Columna de O’Donnell.
Manufacturada en Italia en reluciente mármol blanco, se costeó con los fondos de Obras Públicas de la Isla de Cuba (que en la colonia nunca fueron muy abundantes) y se inauguró en 1847 en honor a la Marina Española; a la que si bien, ya por esas fechas le quedaban bien lejos las glorias de Lepanto, era todavía el sostén del menguante Imperio Colonial del León Ibérico.
Columna de O’Donnell… lo importante es perdurar
Hay que reconocer, en honor a la verdad que unos más, otros menos, la gran mayoría de los gobernadores de la Cuba colonial quisieron dejar su huella en La Habana. A algunos, como el Conde de Ricla, el Marqués de la Torre y Miguel Tacón debe mucho la capital de la Isla; a otros como a Don Leopoldo O´Donnell, Duque de Tetuán y Conde de Lucena, que enfrentaron mayores estrecheces y debieron fijar su ojo en todo tipo de convulsiones, apenas le pudo arrancar la ciudad una fuente.
Curiosamente, y aunque la mencionada Columna de O’Donnell de la Alameda de Paula, lleva el nombre del Capitán General Español (porque era el que mandaba en la Isla y siempre han existido esos cultos en estas playas), su construcción se debe a la iniciativa de un cubano, habanero por más señas: el ilustre Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, quien deseaba contribuir al embellecimiento de la Alameda recientemente reformada.
Así ordenó el Conde de Villanueva una columna, más ancha en la base, cubierta de altorrelieves que representan escudos, banderas, laureles, cañones y trofeos militares, todos alegóricos a las viejas glorias militares de una marina española que pugnaba por alzarse de la decadencia.
La columna se encuentra rematada por un capitel sobre el que se alza un león rampante (símbolo de la grandeza ibérica), con las armas de España entre sus garras delanteras.
En las cuatro caras de la Columna de O’Donnell hay otras tantas caras de leones de las que antiguamente manaba agua que caía en cuatro conchas que aún se conservan. En el suelo, rodeando el conjunto existía antaño una taza circular en la que se represaba el agua que caía de las conchas.
La fuente se empleaba, además de para servir a la población, para el abastecimiento de los buques de la marina de guerra que entraban al puerto de La Habana.
Desafortunadamente, el ciclón de 1910 echó derribó la fuente y destruyó la taza. Si bien la primera fue recuperada, la taza de la Columna de O’Donnell nunca más fue reconstruida; ni siquiera cuando la Oficina del Historiador de la Ciudad restauró cuidadosamente la Alameda de Paula para devolverle la belleza y elegancia que ostentara en sus primeros años.
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