En la conocida acera del Louvre ocurrió el último combate por la independencia de Cuba, después de más de tres siglos de control y dominación española. Aunque pueda sorprender al lector La Habana también fue un campo de guerra entre españoles y cubanos. Concretamente en la zona icónica, y céntrica, de la Habana antigua y moderna: los portales del Hotel Inglaterra y el antiguo teatro Tacón (luego Centro Gallego y actual Teatro Alicia Alonso).

Esta celebérrima acera aparece en casi todas las crónicas habaneras del siglo XIX. Su importancia y el carácter de cubanía que se respiraba allí provocó repulsión entre los integristas habaneros, agrupados en su mayoría alrededor del Cuerpo de Voluntarios de infausto recuerdo para los cubanos.

En La Habana no había duda, aquella zona también pertenecía a los campos de Cuba Libre.

Acera del Louvre, Cuba Libre en La Habana

Como en la sociedad, aquella zona estaba dividida. Por un lado los jóvenes cubanos se reunían alrededor de la esquina de San Rafael, donde estuvo el antiguo café El Louvre, ocupando gran parte de los bajos del Hotel Inglaterra, mientras que los españoles preferían el antiguo café del Teatro Tacón.

Llegando a los bajos del hotel Telégrafo estaban los famosos «Helados de París» donde iban en su mayoría las jovencitas de sociedad habanera, mientras sus padres, hermanos y prometidos se agrupaban en los cafés antes mencionados.

Las tardes-noches habaneras discurrían con aquellas amenas charlas, mientras el ruido de los quitrines, guaguas, volantas, victorias y carruajes se mezclaba con la orquesta sinfónica que a los pies de la estatua de Isabel II (la que los habaneros bajaron tres veces) se reunían.

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Imagen de comienzos de los años 1860 o finales de la década anterior, cuando aún el parque Central o de Isabel II no había cogido forma. Véase la estatua de Isabel segunda dónde se encuentra, ligeramente retirada de la posición que ocuparía un par de años después, cuando se finalizó el parque, separándose del Paseo del Prado.

Aquel bucólico escenario de intersección del Parque de Isabel II (hoy Parque Central) y el Paseo del Prado fue episodio de sucesos violentos donde la pólvora y la sangre cubana se hicieron presente. En esta misma acera los voluntarios, que no voluntariosos, españoles descargaron sus armas contra los jóvenes cubanos, indefensos, asesinando a varios de ellos.

En aquella jornada terrible del 22 de enero de 1869, la sed de sangre de aquellas tropas paramilitares también manchó con su odio el teatro Villanueva y la casa del independentista criollo Miguel Aldama (conocida como el Palacio de Aldama), llegando a dar muerte a Samuel A. Cohner, fundador del estudio de fotografía que mantuvo durante décadas su hijo de igual nombre y gracias al cual conocemos mejor cómo era aquella Habana. En esta acera también se originaron muchos de los duelos más sonados de la época, hechos referidos en estas entradas (parte 1 y parte 2 ).

Pero volviendo al tema fundamental de nuestro artículo. ¿Qué sucedió la tarde-noche del 11 de diciembre de 1898?

El General Maldito y el estado de excitación cubano

Julio Sanguily Garrite (1845-1906) era una figura polémica, incluso en vida, pero siempre contó con hombres fieles a su persona y un aura particular para generar controversia. Valiente y temerario como pocos, envejeció mal. Fueron varios los vicios que le atraparon en sus últimos años de vida y que convirtieron su imagen de honorable General de la Guerra de los Diez Años en un controversial busca vidas, a quién sin dudas le salvaron el honor las actitudes de su hermano Manuel Sanguily Garrite y su hijo Julio Sanguily Echarte, quienes continuaron mostrando durante su vida unos atributos morales incorruptibles y reverenciales.

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Sobre la figura y degeneración de Julio Sanguily leer más aquí.

Volviendo sobre el general maldito, la presencia de Sanguily en la acera del Louvre era algo frecuente mientras residía en la capital durante el período conocido como «tregua fecunda» (1878-1895). No es de extrañar entonces que al volver de los campos de Cuba Libre -había llegado al puerto de La Habana el día 10 de diciembre en el vapor Josefita-, fuese recibido por muchos de sus amigos como el regreso del gran héroe social de La Habana.

Con el paso de los años se ha demostrado que fue agente pagado por el gobierno español, al menos desde 1889, cuando el Capitán General Salamanca tomó posesión de la isla, quedando manchado su mito.

En aquellos años lo que sí era conocido por las autoridades españolas era su relación con el bandolero Manuel García y otros miembros del bandolerismo criollo. Supuestamente trabajó junto a las autoridades para entregar al conocido como «El rey de los campos de Cuba«, suceso este que nunca ocurrió.

En cambio, acusaciones más graves pesan sobre él desde el bando insurrecto, partiendo de apoderarse del dinero que los tabaqueros de Tampa sonaban a la causa cubana -hecho este que le ganó la desconfianza de José Martí-, pasando por la supuesta delación del plan Fernandina hasta el extraño comportamiento en los días cercanos al alzamiento del 24 de febrero de 1895.

Pese a ser el jefe en la región Occidental de dicho levantamiento armado no se escondió como el resto de conspiradores, lo que posibilitó que fuese apresado ese mismo día, generando además una coartada sospechosa para no incorporarse a la guerra.

Anteriormente había sido señalado por su vida displicente, dado a la bebida, al juego y a las mujeres; con un tren de vida por encima de los ingresos legales que tenía. Algo que siempre hizo sospechar a algunos compañeros de armas.

Finalmente consiguió ser liberado gracias a la gestión del Cónsul americano por ser ciudadano de este país -algunos historiadores sugieren que fue también agente al servicio americano- y se instaló en Estados Unidos antes de volver a los campos cubanos en una expedición organizada por su amigo, el General José Lacret Morlot.

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La realidad es que hasta aquel 11 de diciembre de 1898 el general Sanguily apenas había participado en la recién finalizada guerra (el tratado de París se había firmado un día antes y los últimos combates databan de agosto -con la salvedad de los disturbios ocurridos entre tropas españolas en la zona de Cienfuegos-), por lo tanto poco tenía que contar Don Julio de aquella guerra a la cual se unió como jefe excedente, aunque su sola presencia garantizaba gran afluencia de jóvenes habaneros a la acera del Louvre.

Por si fuera poca la presencia del general maldito, aquel día su acompañante no era otro que el General José Lacret Morlot (1850-1904), otro veterano de la guerra de los Diez Años, presente además en la Protesta de Baraguá, quien había desembarcado por Banes en mayo de ese año en la expedición que llevó a Sanguily de vuelta a los campos cubanos. Lacret Morlot, íntimo amigo de Maceo, fue un hombre con gran presencia en la política cubana durante el período de ocupación americana y hasta el final de su vida.

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Algunos de los asiduos al café del hotel inglaterra, incluidos Julio Sanguily, Jesús Sotolongo y Jose Miguel Maciá.

Junto a estos generales del Ejército Libertador se encontraban algunos de los miembros de sus escoltas personales, desarmados casi todos, y distintas figuras de la sociedad habanera, deseosos de jugar a las cartas y departir con tan excelsas personalidades en la misma locación en la cual se alojó Antonio Maceo cuando estuvo en La Habana.

Una tensión en ralentí

Los ánimos cubanos estaban excitados, se consideraba una victoria el desarrollo final de la guerra, pero al mismo tiempo la tensión de los cubanos se mantenía en modo combate debido a la intervención estadounidense que aún levantaba suspicacias por su duración indeterminada. Las tropas españolas habían entregado casi toda la isla, pero aún faltaban algunas zonas de La Habana por pasar a manos del gobierno de intervención estadounidense. A ambos sectores unía un pequeño run run de insatisfacción, hermanados quizás por el acto imperial e intervencionista del coloso del Norte.

Hasta ese momento las tropas españolas controlaban la zona que va desde los nones de la Calzada de Galeano hasta la Habana Vieja, razón por la cual quedaba gran parte del batallón Colón, quienes tenían que entregar los últimos edificios gubernamentales y rendir honores a la bandera rojigualda cuando fuese arriada del castillo del Morro y del Palacio de los Capitanes Generales el 1ro de enero de 1899.

Si bien el fin de la guerra reconciliaba a muchos padres españoles con sus hijos criollos, no dejaba de existir entre los más radicales de ambos bandos cierta tensión violenta irresoluta.

El Capitán Alderete y el origen de una provocación

La Habana era cubanoamericana por zonas. Se levantaban en algunos barrios los arcos de triunfo conmemorativos al fin de la ocupación española (que volverían a realizarse en vísperas del 20 de mayo) haciendo del ambiente general un continuo jolgorio y donde los actos de exaltación de cubanía eran continuos. Coronados todos por las continuas chirigotas cubanizadas que hacían referencia directa a algunos capitanes generales y hechos de guerra.

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El Hotel Inglaterra al centro, al fondo a la izquierda la entrada del café Tacón, foto tomada en el año 1898

De la otra parte de la moneda, en la sociedad española asentada en Cuba el resquemor era más que evidente. Se temía a posibles reacciones sangrientas por parte de los cubanos, que salvo contadas excepciones no se produjeron, además de temer a posibles represalias sobre sus propiedades. El desánimo y el patriotismo en horas bajas eran el sentimiento general que sobre los españoles se expandía.

En este ambiente de confusión general, donde entre Cuba Libre y España mediaba apenas una calle, era evidente que podrían ocurrir actos violentos.

Así ocurrió, mientras varios militares e integristas españoles se encontraban en el café Tacón compartiendo sus penas se produjo la entrada del capitán cubano Juan Manuel Pérez de Alderete, ayudante del general Carlos Roloff, quien en acto de franca provocación, pidió una copa de coñac a toda voz, dejando de manifiesto que pretendía ser escuchado por todos los que allí conversaban.

Tercera ley de Newton- a toda acción se opone una reacción

El gesto provocador halló rápidamente respuesta. Uno de los oficiales españoles, aún de uniforme, se dirigió con altivez y desprecio a Alderete, y tras cuadrarse en un falso gesto militar, masculló «¡A la orden, mi general!» ante la risa generalizada. El oficial cubano respondió con sus puños al oficial español quien a duras penas consiguió repeler el embate. Se produjo entonces la reacción colectiva del resto de oficiales españoles presentes que tiraron de sus espadas y revólveres.

Entre aquel campo sembrado de filos y pólvora emergió otro cubano, que curiosamente departía en aquel local, el entonces coronel del Ejército Libertador cubano Armando de Jesús de la Riva, -luego exaltado a General y antiguo ayudante del Mayor General Calixto García, quien ocupó con posterioridad el puesto de jefe de policía de La Habana, siendo asesinado en dicho cargo-. De la Riva ordenó al capitán Alderete retirarse y conminó a los españoles a dejar pasar el suceso.

«¡Salven a Sanguily y Lacret, vienen a matarlos!»

Se retiró el oficial cubano al Hotel Inglaterra, situado a escasos metros, donde un nutrido grupo de cubanos se reunía alrededor de los generales Lacret y Sanguily. Detrás de Alderete salieron varios oficiales españoles decididos a usar las armas desenvainadas. Una pequeña tropa española que hacía ronda escuchando el alborozo también se acercó.

jose lacret morlot y su estado mayor

Desde la acera del Louvre uno de los cubanos viendo el panorama que se cernía sobre los distendidos patriotas profirió el grito de guerra «¡Salven a Sanguily y Lacret, vienen a matarlos!». Los españoles, desconocedores de la presencia de ambos generales, solo seguían al capitán Alderete, provocador a la fuga, quien se percató de la presencia del grupo de cubanos y se escondió detrás de Lacret Morlot.

Fue entonces cuando los cubanos, viendo la llegada de los españoles armados comenzaron a replegarse hacia la escalera del hotel. Sería Bernardo Artidiello quien sacaría su arma, por parte de los cubanos, para cubrir aquella apresurada retirada, pero Jesús Sotolongo Lynch le arrebató el revólver, declarando que era él el ayudante del general Sanguily en la paz y su honor era cubrirle.

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Hotel Inglaterra, unos meses después de los sucesos relatados. Los cubanos festejan el fin del período colonial español, la bandera americana ondea junto a la cubana en la parte superior del hotel.

Concentraron los españoles el fuego en el cubano armado, mientras otros como Arturo Touzet eran heridos mientras huían escaleras arriba. Los hermanos Guillermo y Eduardo Soto, ajenos al grupo principal, parapetados detrás de la barra, respondían con balas la descarga española. Algunos testigos refirieron que los españoles contaron con varias bajas producto de los disparos de estos dos valerosos cubanos, quienes milagrosamente resultaron heridos y no muertos, pese a concentrar la mayor parte del fuego cubano.

El batallón de Colón No.1, acampado en el actual Parque Central, se movilizó hacia el hotel Inglaterra, generando una situación de difícil definición. Viendo que el conflicto tomaba un cariz superior al de una pequeña trifulca, Juan de Villamil, oficial retirado del ejército español y propietario del hotel, intervino junto al Cónsul americano, y futuro gobernador de La Habana, Fitzhugh Lee que se encontraba alojado en los pisos superiores del hotel.

Salvaban la vida así los Generales Lacret y Julio Sanguily, no así el valiente Jesús Sotolongo Lynch y otro joven de raza negra, sordo este, de nombre Eustaquio Lemus Jiménez, quien fue apaleado por la turba de los voluntarios hispanos al acercarse a vender unos billetes de lotería, desconocedor de lo que ocurría.

Entre los heridos estaba también el capitán mambí Pedro Blesa Jiménez, herido en la cabeza, quien junto a Arturo Touzet fueron trasladados al centro de socorro de la primera demarcación.

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Así lucía la esquina de la calle San Rafael ya entrado el siglo XX. A la izquierda el entonces Teatro Nacional y a la derecha el Hotel Inglaterra

En los funerales del día siguiente se produjeron graves disturbios pero sin consecuencias fatales, el más trágico se produjo en el cruce de la calle Infanta y San José, provocando que los días finales de ocupación española en Cuba fuesen tensos, particularmente en La Habana.

Los generales Lacret Morlot, este posteriormente se dirigió a Las Villas para entrevistarse con Máximo Gómez debido al deceso de Calixto García, y Sanguily fueron evacuados fuera de la ciudad, por recomendación del general Greene, para preservar su integridad física encontrando alojamiento en Marianao.

Jesús Sotolongo recibió un digno sepelio que finalizó en el Cementerio de Mariano donde una fuerza cubana al mando de Mayía Rodríguez le brindó honores militares.

El 12 de diciembre el entonces Capitán General, Adolfo Jiménez Castellanos dictó un bando que regulaba a partir de las seis de la tarde el tráfico en la zona del Parque Central y los alrededores del Hotel Inglaterra.

Obligando además a los cafés de la zona a cerrar a la misma hora, prohibiendo de paso, y hasta nueva orden, las representaciones teatrales. Acababa así el período de ocupación español, con el famoso combate de la acera del Louvre.