Por su cercanía con Carlos III, la plaza de toros de Infanta se convirtió en un contendiente serio para sus famosas antecesoras de Belascoaín -limitando al fondo de la Beneficencia- y la plaza de toros de Regla. Debido al incendio interesado -según la inteligencia estadounidense- de la plaza de toros de Belascoaín en diciembre de 1897, fue en la plaza de toros de Infanta donde se celebraron las últimas grandes capotadas de Luis Mazzantini.
En aquellos pases de enero de 1898 el famoso matador se despedía, sin saberlo, de las plazas de toros de La Habana. La aprobación del decreto militar que ponía fin a las corridas de toros en Cuba no limitó la presencia del virtuoso torero, que legó a la ciudad una de las frases más legendarias para elogiar la dificultad de una tarea. Junto a varios asociados poderosos, serían los Mazzantini quiénes impulsarían el Jai Alai, que sería el gran entretenimiento peninsular en la Cuba republicana, con la apertura del Palacio de los Gritos.
La plaza de toros de Infanta
Inaugurada en 1885 se mantuvo en activo durante los siguientes catorce años. Era conocida como la plaza de Toros de La Habana dado el declive de la plaza de toros de Belascoaín, regenteada por un Ángel Hernández que con tal de reflotarla creó espectáculos llamativos como «las matadoras» en el cual toreaba una cuadrilla de mujeres.
Hasta el comienzo de la guerra de independencia era común que el Capitán General presidiera las corridas de los domingos a las cuatro de la tarde. Cuando estaba confirmada su asistencia no se iniciaba el «sarao» hasta que no aparecía la máxima figura política, cuya impuntualidad agradecían los numerosos vendedores ambulantes de limonada, zumos, agua azucarada con miel e incluso vino y cognac.
El precio de las entradas variaba entre los palcos y el público general, pero el más caro solía ser similar a lo que se pagaba por entrar al teatro Tacón. El ambiente festivo era amenizado desde temprano por algunas bandas de música, en los mejores tiempos, y en horas bajas se juntaban algunos músicos que pasaban posteriormente el sombrero por el perímetro de veinticuatro metros de la plaza.
Con la entrada de la figura que presidía la corrida, en la tribuna opuesta a la zona de salida de los toreros, y el gesto de su mano, que ponía fin a la música, daba inicio el polémico «espectáculo» de seis toros, al más puro estilo del Coliseo de gladiadores romanos.
¿Un deporte brutal, dices? Bueno, puede ser así; sin embargo, como dice un amigo cubano. ¿Cuánto más refinado y elevado es ver a dos animales humanos perfectamente desarrollados golpearse la cabeza hasta convertirse en gelatina con guantes de dos onzas?
Cuba and the Fight for Freedom (1896). James Hyde Clark, publicado por Globe Bible Publishing Co.
En otra crónica de un periodista británico la percepción del «espectáculo» es eminentemente negativa. Califica de bárbaro y torturador el acto, menciona la poca simpatía entre los criollos pero al mismo tiempo hace notar la presencia de no pocos turistas que resaltan dentro del lleno total de la plaza de alrededor de seis mil asientos. Su experiencia previa en lidias de Madrid le sirve para notar diferencias entre las corridas peninsulares y las realizadas en La Habana.
En el caso que nos ocupa, la secuela de este choque momentáneo fue, además, algo fuera de lo común. Ya había notado una diferencia en las corridas en comparación con las de Madrid; porque, estando allí el matador se mantiene muy apartado y quieto hasta que su propio giro peligroso llega a destacarse solo, y a provocar a su antagonista con la bandera roja antes de que dé la estocada fatal, aquí el matador se unió más de una vez a la multitud de banderilleros y picadores que rodeaban al toro.
Entonces, cuando ocurrió esta última escena relatada (la de un torero herido por un asta de toro), Mazzantini estaba cerca, y cuando el picador estuvo a salvo. ¿Qué hizo Mazzantini?
Tomó al toro por la cola, lo acercó al costado del animal, se pegó a él mientras daba varias vueltas y vueltas, tratando de cornearlo, y finalmente, quitándose la gorra de la cabeza, la colocó sobre la del toro. El animal estaba completamente aturdido.
De este modo, la balanza de la satisfacción, que se transformó en verdadera alegría, después de temblar por un momento, finalmente superó por completo a la opuesta del horror. Cuando me reuní con mis amigos en el hotel, me dijeron que ya habían visto bastante, aunque no podían arrepentirse de haber ido allí. Y yo debería, ahora, tener muchas más razones que ellos para decir lo mismo
A fight with distances; the states, the Hawaiian Islands, Canada, British Columbia, Cuba and the Bahamas (1888). J. J. Aubertin, publicado por London Kegan Paul, Trench & Co.
La ambivalencia entre la percepción de los peninsulares y los criollos con respecto al aporte del toreo a la tradición cultural acabó con el cierre de la plaza de toros de Infanta. Lo único que aportaba la isla de Cuba a este espectáculo sería el curioso acto del público agradecido con el matador tras una buena faena. Volaban los tabacos, como podían ser en España las flores o mantillas, no aportó mucho más la Siempre Fiel a un entretenimiento que todavía conserva grandes adeptos en México y España.
Algunas curiosidades
Entre las principales plazas de toros de La Habana existían algunas diferencias constructivas de carácter externo. La plaza de toros de Infanta, cercana a Carlos III, tenía con forma hexagonal exteriormente, similar al de un cyclorama. Estos edificios solían tener una base hexagonal que contenía en la planta superior un habitáculo de forma cilíndrica.
Este diseño era ideal para construir los famosos Panoramas que ofrecían, mediante el dibujo, una visión en 360° de un hecho histórico en concreto. En La Habana existieron al menos dos lugares conocidos por los panoramas expuestos. Por una parte en la calle O’Reilly, casi llegando a la esquina con calle Monserrate donde estuvo una conocida ferretería, y el antiguo Circo Jané que en sus inicios sirvió como zona de exposición de estos dibujos artísticos.
En contraposición con la plaza de toros de Infanta, la más antigua de Belascoain, tenía un diseño similar al de la plaza de toros de Santiago de Cuba que se observa en la imagen. Completamente redonda solo modificaba su aspecto exterior en el breve frontis jónico por el cual se accedía al interior del recinto. Ambas plazas poseían un aforo similar.
Otra de las características novedosas con que contó la plaza de toros de Infanta estuvo en su sistema de comunicación con la imprenta del periódico La Unión Constitucional para imprimir la gacetilla taurina «El Puntillero«. En una época en que el teléfono asomaba lejano como adversario potente de las líneas telegráficas, los ingeniosos empresarios usaban palomas mensajeras para transmitir continuamente las acciones ocurridas en la plaza.
Los grandes toreros de la época pasaban temporadas en La Habana. Andaban Mazzantini y Guerrita paseando su «masculinidad» por los salones del Albisu y el Alhambra, junto a los muchachos de la Acera y encabezando bailes de máscaras en el Tacón. Poco a poco el baseball rompía moldes por el Vedado y se emplazaba en Carlos III el primer diamante del Almendares Park.
Sin embargo, la cornada definitiva al toreo se la dio, además del alto costo de mantenimiento y logística de las corridas, su vinculación directa con los grandes festejos de reivindicación de las corrientes integristas, abiertamente contrarias a la independencia y la autonomía. La república no podía nacer con ese vínculo simbólico del pasado colonial, visto además por las naciones modernas como un acto de barbarie.
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