Puede resultar extraño ahora pero la presencia de la platería francesa Christofle en La Habana desató una competencia desesperada entre los importadores y comerciantes de cubiertos, candelabros, teteras y demás utensilios del hogar. Aquella Habana que suspiraba por todo «lo francés» se embarcó en un desenfrenado camino por tener la exclusiva de los productos franceses que adornaban los palacios europeos y las mansiones de la aristocracia.

La marca fundada en 1830 se estableció rápidamente entre las más codiciadas del mercado de vajillas domésticas y orfebrería en el antiguo reino de los Borbones. Las patentes que fue registrando Charles Christofle se abrieron paso en un mercado complejo de pujas, traiciones y falsificaciones hasta que llegó el gran golpe de gracia.

Dice un refrán que «el que tiene padrino se bautiza», a veces no hace falta nada más que una frase en forma de publicidad como la que usó Napoleón III y cuya trascendencia llega hasta hoy; pues la marca Christofle continúa siendo la proveedora oficial de las embajadas francesas por el mundo.

“Cuando llegué al poder, no había cubiertos. Queríamos pedir algunos, pero me sorprendió cuando me dijeron que sería un negocio de más de cinco millones. No lo dudé ni un momento y pedí que lo hicieran todo en Christofle , lo que me costó cinco mil o seis mil francos”.

Napoleón III

Una vez que la marca se consolidó en lo más selecto de la sociedad parisina se expandió por el resto de Europa. Tras la escala de rigor en las cortes madrileñas se produjo el desembarco al otro lado del Atlántico. En La Habana empezaba entonces una batalla comercial de largo recorrido.

La platería francesa Christofle en La Habana

Los marqueses de Aguas Claras tenían varios juegos realizados por la marca francesa. Desconocemos si fueron encargados a la matriz parisina directamente o a través de los intermediarios habaneros, sin embargo, gracias al sitio de la Oficina del Historiador de La Habana es posible ver parte del juego original que perteneció a los aristócratas habaneros.

Usando otro refrán que reza «mono ve, mono hace». El resto de aristócratas españoles y criollos procedieron a encargar su menaje del hogar a través de intermediarios o adquiriendo directamente en París.

La platería francesa Christofle en La Habana consolidó su fama, generando líneas de negocios para los importadores y comerciantes en detrimento de las platerías españolas y criollas que estaban afincadas en la ciudad. Reticentes a la competencia, el gremio de la plata intentó blindar las importaciones «de Christofle» -término genérico para referirse a los productos bañados en plata-.

Incapaces de frenar su llegada, decidieron ser competitivos a través de la falsificación de los productos franceses. Aprovechando que la platería francesa Christofle en La Habana no tenía un representante oficial, junto al desconocimiento de los productos originales por las clases medias, se expandió el negocio de la plata falsificada.

El truco estaba en que el «método Christofle» de galvanización no tenía una cantidad específica de plata. Algunos astutos falsificadores usaban cobre ligeramente esmaltado, o incluso con un baño fino de plata, para ofertar a mejor precio productos más finos y brillantes que los de la platería francesa Christofle.

En 1867 el semanario satírico Don Junípero apunta con su estilo sarcástico «se fabrican algunos (objetos) de imitación; una especie de plata Christofle, que tienen muy buena vista y bastante demanda en el mercado. Pero no aguantan un examen químico y descubren el cobre a las primeras de cambio«.

Con la llegada del 20 de mayo de 1902 y los nuevos acuerdos comerciales la platería francesa Christofle en La Habana se expande a capas intermedias de la sociedad. El nuevo baño de plata y la industrialización abaratan los precios y es posible encontrar su rastro en casi todo tipo de tienda.

Las más exclusivas joyerías como Cuervo y Sobrino, tiendas importantes como La Vajilla, las grandes tiendas de la calle Reina, ferreterías de La Habana Vieja, e incluso pequeñas tiendas detallistas ofertan sin exclusividad alguna estos productos.

Atrás quedaban la primicia colonial de El valle del Yumurí, en Obispo entre Bernaza y Villegas, que ganó gran fama por la pureza de sus productos Christofle o la empresa Dussaq y Cía. que a comienzos del siglo XX consiguió la representación legal de la marca en Cuba.

La platería francesa Christofle en La Habana se terminó convirtiendo en un producto extranjero más, que dejó de llamar la atención como hizo antaño, a pesar de ser los cubiertos con que comen los embajadores franceses por el mundo.