Teatro Cervantes. La historia de una ciudad se escribe a través de la evolución sistémica de sus zonas urbanas y de la renovación permanente de algunos enclaves considerados históricos. Esto ocurre con una zona cultural como fueron las manzanas comprendidas entre San José, San Rafael, Consulado e Industria.
Las puertas de Monserrate daban a la zona donde se levantaría el parque Central y frente a éste el fastuoso teatro de Tacón, colofón colonial de la antigua Alameda de Extramuros -Paseo del Prado-. El desarrollo de la zona alrededor del Prado y de la estación y depósito de Villanueva, con el trasiego que trajo el camino de hierro para conectar La Habana con las poblaciones de cultivo interior, no hizo más que potenciar los movimientos culturales itinerantes que por allí se instalaban.
El primero en instalarse en la zona sería el teatro del Diorama (1828) del pintor Vermay. El frente daba a Industria y su extensión ocupaba toda la manzana. Su fama enraizó en una ciudad huérfana de éstas zonas de esparcimiento. Salvo las carpas bufas y algunas de circo, solo existía un teatro propiamente dicho: el Principal o Coliseo (1775).
Entre las calles de San Rafael y San José se levantó diez años después que el Diorama el teatro Tacón del catalán Pancho Marty, aunque más hacia la esquina de San Rafael y en la principal arteria de La Habana extramuros. Con un cuidado estilo y materiales de primera para la época, el Tacón fue la joya y orgullo de los escenarios cubanos en el siglo XIX.
Teatro Cervantes, escándalo y costumbrismo
Si el Tacón fue el símbolo cultural del gobierno del general Tacón, el teatro Villanueva lo fue de lo criollo. Levantado con tablones y lonas en 1847, apenas cinco años después era renovado y cambiaba su nombre de «Circo Habanero» por el de «Villanueva» en homenaje al ilustre Intendente de Hacienda, Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, que tan férrea oposición mostró frente a Tacón durante su mandato.
Aquel foco de teatro vernáculo y criollismo no gustaba a las élites peninsulares vinculadas al gobierno. Así que tras los sucesos del 22 de enero de 1869 fue clausurado y convertido en viviendas. Ya había dado lo mejor de sí el Villanueva y su ubicación, cercano a las antiguas murallas, se convertía en una magnífica fuente de especulación urbanística para sus dueños.
Este breve bosquejo nos sirve para llegar a nuestro elegido de hoy, el menos conocido y casi ignorado, teatro Cervantes. Más que teatro, podemos considerarlo sala de espectáculos, pues las referencias que nos llegan hablan de un pequeño escenario en los altos de la esquina de San José y Consulado.
Fundado para ocupar el espacio de un círculo criollo acusado de manigüeros que conspiraban contra el gobierno colonial. El teatro Cervantes estrenó sus tablas con el nombre de Ariosa entre 1867 y 1870. Los sucesos recientes del Villanueva y la situación política nacional, junto con la presión de los voluntarios que campaban en La Habana, creó receló hacia cualquier manifestación artística.
Ni cortos ni perezosos los dueños cambiaron el nombre por el de «teatro Español» que le duró más o menos hasta 1874 cuando recibía el del más universal de los escritores hispanos, don Miguel de Cervantes y Saavedra. Al finalizar la guerra de los Diez Años, quizás dentro del ímpetu conciliador del momento, se le hicieron algunas reformas
Ese patriotismo de sus dueños sirvió de poco para alejar las críticas de las figuras más conservadoras de entonces. El teatro Cervantes no era más que una sala de dudosa calidad teatral donde acudían, en su inmensa mayoría, hombres solos para ver los entreactos. El reclamo de la cartelera poco importaba, el pollo del arroz con pollo estaba en el intermedio cuando las bailarinas se dejaban ver «casi al natural«.
Ganó rápidamente fama de «tristemente célebre teatro Cervantes» y en las pocas menciones de la época así se nombra por los cronistas. No obstante, su fama de antro de dudosa moralidad venía relacionada con el ambiente que existía a su alrededor. La zona tenía varias bodegas, bares y restaurantes donde se reunían a beber y alargar la noche los habaneros y turistas que llegaban a la ciudad.
Otra de las malas prácticas del teatro Cervantes (aunque muchas veces se le denomina como Ariosa, ya sabe el lector cómo es el habanero para adaptarse a los nombres nuevos) fue la de copiar los espectáculos de las principales compañías que visitaban a los teatros Tacón, Albisu y Payret.
Llegando a representar al mismo tiempo las carteleras de los insignes teatros que daban al Prado habanero en producciones de menor calidad pero que permitían, gracias a esta piratería cultural, que personas de menos recursos disfrutasen de obras universales.
La mala salud de las tablas habaneras de la época no se le puede achacar al pequeño teatro Cervantes -nuestro entrañable corral de comedias y desnudos, antecedente directo del teatro Alhambra-, no hace falta más que leer las palabras que de Serafín Ramírez le dedica a la actualidad teatral de entonces.
«si bien puede decirse que, con alguna que otra excepción, las compañías que los han ocupado, unas por un estilo y otras por otro, han dejado mucho, muchísimo que desear (…) para con el público habanero que cada día da pruebas inequívocas de la justicia con que se le ha llamado y llama noble, generoso y …… sufrido«.
Ramírez, Serafín. La Habana Artística, página 268.
Curiosidades del Cervantes
Inaugurado por una compañía de los hermanos Robreño -desconocemos si relacionada con la ilustre familia conformada por Gustavo Robreño y sus hijos- recibía el golpe de gracia de parte del teatro Irijoa que se llevó a casi toda la compañía a finales de 1889 y dejó al pequeño teatro Cervantes, ya entonces en horas bajas, herido de muerte. Al parecer su cierre y demolición ocurrido poco después fue un lánguido proceso de degeneración, de acuerdo a las críticas de Manuel Serafín Pichardo en las páginas de la revista El Fígaro.
En sus tablas se exhibieron obras de figuras relevantes de la cultura cubana como Raimundo Cabrera y Federico Villoch. El ilustre abogado y periodista liberal, padre de Lydia Cabrera y autor de Cuba y sus Jueces, obra considerada el gran bestseller de la segunda mitad del siglo XIX cubano; estrenó varias obras allí. La más significativa fue Viaje a la Luna o Del parque a la Luna (1885) de marcado carácter independentista y que, como gran parte de su producción literaria, fue recibida por críticas abiertas por parte de la prensa integrista de entonces.
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