La Corte Suprema del Arte fue un boom radial absoluto en Cuba desde el mismo comienzo de su emisión, el 1ro de diciembre de 1937. El éxito de este programa se debe a varios factores pero la vigencia y gancho que ejerce este tipo de programas llega hasta nuestros días en formatos tan famosos como la franquicia de La Voz (The Voice).
Es cierto que los «talent show» no han dejado de estar nunca de moda, en un sorprendente sistema de adaptación a las necesidades del público. Este formato, en apariencia simple y directo, no exige demasiado al espectador y le permite conectar rápidamente con el concursante generando personajes con una marca e identidad definida.
Reinventándose para no perder actualidad en el caso cubano ya había sido explotado, hasta el extremo, en la emisora CMQ desde finales de los años 30, en los estudios radicados en aquellos tiempos en la calle Monte esquina al Paseo del Prado, antes de que en los años 80 «Aquí todo el mundo canta» y más recientemente «Bailando en Cuba» fuesen estrellas de la parrilla televisiva.
La radio en Cuba, pasión y arte
La radio, que había comenzado su andadura en Cuba en 1922, se consolidó como un medio de propaganda fundamental en aquella época. Las posibilidades que ofrecía de acercar al oyente con el suceso mientras este transcurría resultó decisivo para arraigar en aquella Habana, siempre pendiente del último grito del progreso.
Pero no todo fue alfombra roja y bienvenida, algunos productores y artistas de prestigio miraron con suspicacia el nuevo medio, que permitía disfrutar de una canción o interpretación sin pisar la entrada de un cine o teatro (eso sí, previa compra de un receptor). Algunos historiadores consideran que el ascenso de este medio, y la aparición posterior del formato televisivo, acabaron con la magnífica cartelera cultural de La Habana de óperas, sinfonías y teatros.
Y si bien es cierto que la radio, en gran medida, cambió las normas de difusión que hasta el momento habían imperado en el mercado local, aquel circuito de esparcimiento culto, pero asequible por las multitud de ofertas, no desapareció del todo. Aunque sufrió una gran transformación. Atrás quedaban los años de auge del Teatro Alhambra, las tandas del Actualidades y las sesiones interminables del Martí (antiguo Irioja).
Los mayores damnificados no fueron los posibles asistentes, fue la clase media y alta de artistas que luchaban por mayores retribuciones de los derechos de sus obras (recordemos el famoso incidente de Chano Pozo, que casi le cuesta la vida, por reclamar más dinero por la explotación de sus canciones), explotadas en la radio, las victrolas y los discos de grabaciones musicales.
La Radio se ofreció como salvadora del arte. Su capacidad de masificar a los músicos y cantantes era imposible de igualar en aquel momento, pero las tensiones entre el mundo teatral, los cabarets y resto de salas en vivo contra el nuevo medio fueron en aumento.
El caché de algunos artistas era inasumible para las radios con poco alcance y fondos. En aquel momento aún no habían demasiados empresarios envueltos en invertir en programas radiofónicos hasta que llegó la Corte Suprema del Arte y rompió los moldes existentes.
La Corte Suprema del Arte (1937-1948)
Para luchar contra aquella pequeña clase de artistas, que reclamaban mejor remuneración, se les ocurrió a Ángel Cambó y Miguel Gabriel recuperar un antiguo formato americano, puesto en práctica con poco éxito en Cuba por René Cañizares con su Programa de Aficionados de CMW, cambiando sin saberlo, la forma de hacer radio en el país.
A diferencia del mencionado programa de Cañizares, en el cual un jurado de artistas profesionales seleccionaba las mejores actuaciones, la idea de Cambó-Gabriel fue más agresiva: sería el público, con sus aplausos, el jurado. Con esta idea consiguieron involucrar al público presente en las grabaciones, al tiempo que generaban en los radioyentes el deseo de participar, concursando o como jurado.
La idea resultó ser redonda y rodó con fluidez. Rápidamente se quedó pequeño el tiempo al aire y los premios. Otros elementos ayudaron a arraigar entre la población como la famosa campana que marcaba el fin de la audición pero sobretodo el carisma y la profesionalidad de José Antonio Alonso quien se convirtió en un símbolo con su frase: «¿A quién se lo va dedicar?» y «¡Música, maestro!».
Aquel fenomenal circuito comenzó a crecer, desarrollando un ecosistema radial propio donde las figuras concursantes competían de lunes a jueves, siendo los viernes el día de los niños y los sábados las finales de los ganadores diarios. Luego los ganadores semanales concursaban nuevamente por las finales mensuales en un ciclo continuo de competición que garantizaba a la empresa el flujo constante de talento joven y barato con el cual entretener a los oyentes.
El crecimiento exponencial del espectáculo posibilitó que Miguel Gabriel, empresario agresivo y audaz como pocos, decidió subir el caché de los anunciantes. Hecho este que obligó a los cigarros Competidora Gaditana a retirarse del patrocinio, dando entrada, previo desembolso de doce mil pesos, de su competidor, Regalías el Cuño. Estos ingresos fueron reinvertidos en gran parte en las mejoras del sistema de producción y posibilitó la extensión de los castings fuera de La Habana.
Miguel Gabriel falleció en 1945 cuando formaba parte de la cúpula directiva de RHC Cadena Azul, donde lanzó nuevamente la Corte Suprema del Arte Partagás.
Viendo el interés que despertaban en las ciudades del interior los programas de la Corte Suprema del Arte, los jerarcas de la CMQ decidieron crear un circuito itinerante que acercara al programa a las futuras estrellas que no podían viajar a La Habana. Esos programas contaron con la excelente conducción de Germán Pinelli, otro gran locutor, con el carisma suficiente para conectar directamente con el público y los concursantes.
Hacia 1942 los hermanos Mestre compraron el 50% de las acciones de la CMQ. Entre los reajustes realizados por los nuevos accionistas mayoritarios estuvo la disminución del presupuesto y el peso de la Corte Suprema del Arte, desapareciendo progresivamente con las salidas de paulatinas de Cambó y Miguel Gabriel, esta última en 1948 supuso el fin definitivo de la Corte Suprema del Arte en la CMQ.
Existieron varios intentos de traerla de vuelta a la primera plana pero ninguno de esos proyectos consiguió enganchar lo suficiente al público. Finalmente terminaría apareciendo en el año 1956 en televisión en el Canal 6 de CMQ-TV con el nombre de El programa de José Antonio Alonso y El Show del Jabón Tornillo.
Un legado estelar
Con aquel formato, integrado en su mayoría por aficionados desconocidos, pretendían llenar varias horas de transmisión a un bajo precio. Sin embargo, el éxito del programa fue arrollador. La Corte Suprema del Arte ponía la ilusión de triunfar, en la época del crecimiento del triunfalismo americano en el cine, al alcance de cualquier desconocido.
Generando a su vez un amplio abanico de espacios que diesen participación directa al público y los aficionados, en los años subsiguientes. Si tenemos en cuenta que en el año 1939 contaba con 34 emisoras de onda corta que intentaban hacerse un hueco frente a las de tirada nacional, comprendemos el furor radiofónico que se desató tras el éxito de la Corte Suprema del Arte.
De aquella escuela salieron, entre otros, figuras ilustres como Celia Cruz, Benny Moré, Rosita Fornés, Obdulia Breijo, Ramón Veloz, Nilda Espinosa, Armando Bianchi, Raquel Revuelta, Mercedita Valdés, Elena Burke, Natalia Herrera, Miguel Ángel Ortiz, Tito Gómez, Alba Marina y varios dúos como el de las Hermanas Romay o las Hermanas Martí.
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