Julián del Casal y de la Lastra, el poeta triste, nació en La Habana el 7 de noviembre de 1863. Su madre murió siendo él muy niño, y esta pérdida y el hecho de ser enfermizo marcaron su carácter con una melancolía crónica. Su padre falleció cuando Casal contaba con 22 años, y con ello perdió también fortuna y comodidades, quedaba solo ante la vida y con sus inclinaciones literarias y periodísticas.
Mientras estudiaba el bachillerato en el Real Colegio de Belén, creó un periódico que se llamó El Estudiante y que estaba absolutamente escrito a mano.
Durante un tiempo fue empleado en Hacienda, en un modesto puesto que perdió a causa de cierta publicación. A partir de ese momento sólo se dedicaría a las letras. Ejerció el periodismo con los seudónimos El conde de Camors, Hernani y Alceste.
En 1888 viajó a Europa con el objetivo de conocer París, ciudad por la que sentía una gran atracción, pero nunca llegó a ella. Se quedó en Madrid, donde trabó amistad con los poetas Salvador Rueda y Francisco Asís de Icaza, considerados importantes cultores del modernismo. Finalmente regresó a Cuba en 1889 y comenzó a participar de las tertulias de la Galería Literaria.
Cuando ya era un afamado cronista y poeta, publicó su primer poemario titulado: «Hojas al Viento«, época en la que conoció a la joven poetisa Juana Borrero.
Entabla una amistad por correspondencia con el poeta Rubén Darío, pero no es hasta julio de 1891 que se conocen personalmente. En este mismo año publica su segundo libro, «Nieve».
Es incorrecto afirmar que esta amistad con Rubén Darío sea causante de la inclinación modernista de Julián del Casal, su estilo ya estaba maduro cuando comparte con el nicaragüense.
Como pruebas tenemos que fue el creador de algunas nuevas combinaciones métricas que el modernismo generalizó. Maestro del soneto endecasílabo, intentó también el dodecasílabo y el alejandrino.
La tarde del 21 de octubre de 1893, en la redacción de La Habana Elegante, Casal corrigió parcialmente las pruebas de su libro Bustos y rimas. Esa misma noche asistió a una cena en casa del doctor Lucas de los Santos Lamadrid y murió súbitamente en la sobremesa, debido a una hemorragia provocada por un ataque de risa.
La versión más extendida es que la hemorragia fue producto de la mortal rotura de un aneurisma. Pero fuentes como Félix J. Fojo sostienen que se debió a hemoptisis masiva, causada por el deterioro evolutivo que ocasiona una tuberculosis pulmonar no tratada.
Varios días después del deceso de Casal, José Martí publicó en el periódico Patria un artículo en el que lo describe:
“Aborrecía lo falso y lo pomposo (…) Por toda nuestra América era Julián del Casal muy conocido y amado, y ya se oirán elogios y tristezas”.
Más adelante señala el Apóstol:
“ya Julián del Casal acabó, joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero las mujeres lo lloran”.
Para acercarse a la obra de Casal es importante conocer sobre el movimiento literario en qué se enmarca. Con el Modernismo iban aparejadas las referencias a lo moderno y novedoso, propiedades asimiladas en su afán de expresar la inquietud artística ante los malos y ya caducos románticos y ante los cambios funestos de la sociedad.
Estas son algunas de las características del Modernismo.
- I. Anhelo de perfección de la forma: Entiende que el fin del arte es ante todo la belleza, si no hay perfección, ya sea del verso, la rima o la estrofa; es en vano el esfuerzo.
- II. Renovación de la expresión poética: se opone a las limitaciones de la tradición y el academicismo, por eso rescatan y crean estrofas, metros, combinaciones de palabras y rima. Llevaron a cabo una renovación de la forma para expresar una nueva sensibilidad, tal es el caso de la sinestesia, que se convirtió en uno de los recursos expresivos más utilizados para reflejar las sensaciones individuales del poeta.
- III. Uso de símbolos de elegancia plástica: un ícono común en esta poesía era el cisne, que cobraba diversos significados, desde ser expresión de la nueva poesía hasta señal de duda (por su cuello en forma de signo de interrogación), también simboliza la pureza. Otros elementos comunes son el pavo real, la flor de lis, el flamenco y algunos colores.
- IV. Tendencia a los efectos deslumbrantes: Mediante el uso de palabras que realzaran el brillo y color a la expresión lograban el efecto de una poesía deslumbrante. Tenían preferencia especial por los colores, de ahí la constante utilización del cromatismo como recurso. Se mencionan colores y tonalidades como: sombra, ámbar, trasluz, sonrosa, luz, azulado, arrebol, plata, verdoso
- V. Tendencia al exotismo: Encontraron motivos de inspiración en China y Japón, al evocar elementos de ese mundo que les era distante y casi desconocido imprimieron un sello exótico a muchas de sus obras.
- VI. Posición del hombre ante el mundo: Para ellos la libertad era concebida como individual, del ser humano y del artista, lo situaba por encima de las reglas y dogmas. Eran, en su gran mayoría, escépticos impregnados de la filosofía idealista del siglo XIX. Este escepticismo permeó la literatura de un estado de duda e incertidumbre hacia el destino del hombre. Imperaba un pesimismo artístico y social provocado por las relaciones del escritor hispanoamericano con su medio.
- VII. Cosmopolitismo: Es uno de los rasgos más sobresalientes. Extendieron su mirada hacia lo universal, lo que benefició a nuestra literatura.
No podía faltar una muestra de 5 poemas de Julian del Casal, un grande de las letras hispanoamericanas.
Sumario
Autobiografía
Nací en Cuba. El sendero de la vida
Firme atravieso, con ligero paso.
Sin que encorve mi espalda vigorosa
La carga abrumadora de los años.
Al pasar por las verdes alamedas,
Cogido tiernamente de la mano,
Mientras cortaba las fragantes flores
O bebía la lumbre de los astros,
Vi la Muerte, cual pérfido bandido,
Abalanzarse rauda ante mi paso
Y herir a mis amantes compañeros,
Dejándome, en el mundo, solitario.
¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!
¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!
¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!
Y ¡cuán lóbregos todos los espacios!
¡Cuántas veces la estrella matutina
Alumbró, con fulgores argentados,
La huella ensangrentada que mi planta
Iba dejando, en los desiertos campos,
Recorridos en noches tormentosas,
Entre el fragor horrísono del rayo,
Bajo las gotas frías de la lluvia
Y a la luz funeral de los relámpagos!
Mi juventud, herida ya de muerte,
Empieza a agonizar entre mis brazos.
Sin que la puedan reanimar mis besos,
Sin que la puedan consolar mis cantos.
Y al ver, en su semblante cadavérico,
De sus pupilas el fulgor opaco
-Igual al de un espejo desbruñido-,
Siento que el corazón sube a mis labios,
Cual si en mi pecho la rodilla hincara
Joven titán de miembros acerados.
Para olvidar entonces las tristezas
Que como nube de voraces pájaros
Al fruto de oro entre las verdes ramas,
Dejan mi corazón despedazado,
Refúgiome del Arte en los misterios
O de la hermosa Aspasia entre los brazos,
Guardo siempre, en el fondo de mi alma,
Cual hostia blanca en cáliz cincelado,
La purísima fe de mis mayores,
Que por ella, en los tiempos legendarios,
Subieron a la pira del martirio,
Con su firmeza heroica de cristianos,
La esperanza del cielo en las miradas
Y el perdón generoso entre los labios.
Mi espíritu, voluble y enfermizo,
Lleno de la nostalgia del pasado,
Ora ansia el rumor de las batallas,
Ora la paz de silencioso claustro,
Hasta que pueda despojarse un día
-Como un mendigo del postrer andrajo-,
Del pesar que dejaron en su seno
Los difuntos ensueños abortados.
Indiferente a todo lo visible,
Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío,
Como si dentro de mi ser llevara
El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!
Libre de abrumadoras ambiciones,
Soporto de la vida el rudo fardo,
Porque me alienta el formidable orgullo
De vivir, ni envidioso ni envidiado,
Persiguiendo fantásticas visiones,
Mientras se arrastran otros por el fango
Para extraer un átomo de oro
Del fondo pestilente de un pantano.
Tardes de lluvia
Bate la lluvia la vidriera
Y las rejas de los balcones,
Donde tupida enredadera
Cuelga sus floridos festones.
Bajo las hojas de los álamos
Que estremecen los vientos frescos,
Piar se escucha entre sus tálamos
A los gorriones picarescos.
Abrillántanse los laureles,
Y en la arena de los jardines
Sangran corolas de claveles,
Nievan pétalos de jazmines.
Al último fulgor del día
Que aún el espacio gris clarea,
Abre su botón la peonía,
Cierra su cáliz la ninfea.
Cual los esquifes en la rada
Y reprimiendo sus arranques,
Duermen los cisnes en bandada
A la margen de los estanques.
Parpadean las rojas llamas
De los faroles encendidos,
Y se difunden por las ramas
Acres olores de los nidos.
Lejos convoca la campana,
Dando sus toques funerales,
A que levante el alma humana
Las oraciones vesperales.
Todo parece que agoniza
Y que se envuelve lo creado
En un sudario de ceniza
Por la llovizna adiamantado.
Yo creo oír lejanas voces
Que, surgiendo de lo infinito,
Inícianme en extraños goces
Fuera del mundo en que me agito.
Veo pupilas que en las brumas
Dirígeme tiernas miradas,
Como si de mis ansias sumas
Ya se encontrasen apiadadas.
Y, a la muerte de estos crepúsculos,
Siento, sumido en mortal calma,
Vagos dolores en los músculos,
Hondas tristezas en el alma.
La canción de la morfina
Amantes de la quimera,
Yo calmaré vuestro mal:
Soy la dicha artificial,
Que es la dicha verdadera.
Isis que rasga su velo
Polvoreado de diamantes
Ante los ojos amantes
Donde fulgura el anhelo;
Encantadora sirena
Que atrae, con su canción,
Hacia la oculta región
En que fallece la pena;
Bálsamo que cicatriza
Los labios de abierta llaga;
Astro que nunca se apaga
Bajo su helada ceniza;
Roja columna de fuego
Que guía al mortal perdido,
Hasta el país prometido
Del que no retorna luego.
Guardo, para fascinar
Al que siento en derredor,
Deleites como el amor,
Secretos como la mar.
Tengo las áureas escalas
De las celestes regiones;
Doy al cuerpo sensaciones;
Presto al espíritu alas.
Percibe el cuerpo dormido
Por mi mágico sopor,
Sonidos en el color,
Colores en el sonido.
Puedo hacer en un instante
Con mi poder sobrehumano,
De cada gota un océano,
De cada guija un diamante.
Ante la mirada fría
Del que codicia un tesoro,
Vierte cascadas de oro,
En golfos de pedrería.
Ante los bardos sensuales
De loca imaginación,
Abro la regia mansión,
De los goces orientales,
Donde odaliscas hermosas
De róseos cuerpos livianos,
Cíñenle, con blancas manos,
Frescas coronas de rosas,
Y alzan un himno sonoro
Entre el humo perfumado
Que exhala el ámbar quemado
En pebeteros de oro
Quien me ha probado una vez
Nunca me abandonará.
¿Qué otra embriaguez hallará
Superior a mi embriaguez?
Tanto mi poder abarca,
Que conmigo han olvidado,
Su miseria el desdichado,
Y su opulencia el monarca.
Yo venzo a la realidad,
Ilumino el negro arcano
Y hago del dolor humano
Dulce voluptuosidad.
Yo soy el único bien
Que nunca engendró el hastío.
¡Nada iguala el poder mío!
¡Dentro de mí hay un Edén!
Y ofrezco al mortal deseo
Del ser que hirió ruda suerte,
Con la calma de la Muerte,
La dulzura del Leteo.
Tras una enfermedad
Ya la fiebre domada no consume
El ardor de la sangre de mis venas,
Ni el peso de sus cálidas cadenas
Mi cuerpo débil sobre el lecho entume.
Ahora que mi espíritu presume
Hallarse libre de mortales penas,
Y que podrá ascender por las serenas
Regiones de la luz y del perfume,
Haz, ¡oh, Dios!, que no vean ya mis ojos
La horrible Realidad que me contrista
Y que marche en la inmensa caravana,
O que la fiebre, con sus velos rojos,
Oculte para siempre ante mi vista
La desnudez de la miseria humana.
Cuando la vida, como fardo inmenso,
Pesa sobre el espíritu cansado
Y ante el último Dios flota quemado
El postrer grano de fragante incienso;
El Arte
Cuando probamos, con afán intenso,
De todo amargo fruto envenenado
Y el hastío, con rostro enmascarado,
Nos sale al paso en el camino extenso;
El alma grande, solitaria y pura
Que la mezquina realidad desdeña,
Halla en el Arte dichas ignoradas,
Como el alción, en fría noche obscura,
Asilo busca en la musgosa peña
Que inunda el mar azul de olas plateadas.
Trackbacks/Pingbacks