El tramo más fotografiado y conocido de la calle Villegas es, sin dudas, el comprendido entre las calles Lamparilla y Teniente Rey. En ese espacio de cerca de cien metros se encuentra la plaza e iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje; y allí también estuvo durante décadas el mercado de abasto conocido como «Mercado Nuevo» o «Mercado de Las Lavanderas».
Este claro en el recorrido congestionado de esta vía marca un hito urbano en sí mismo y al mismo tiempo divide, desde tiempos coloniales, a la calle Villegas en dos tramos que antiguamente tenían uso relativo.
El que va desde Teniente Rey hasta Luz se conocía como del Palo Hediondo o Cerrada de Villegas por el cierre abrupto sobre Luz, mientras que el comprendido entre Lamparilla y Monserrate era conocido como «la que corre hacia la plaza del Cristo» (antiguamente moría esta calle directamente en las murallas, tras pasar por la esquina de Obrapía conocida como del Hoyo de la Artemisa por una mata que había crecido dentro de un hoyo en el terreno).
Cuenta además Manuel Pérez Beato que en el tramo más al norte de la calle Villegas (entre Empedrado y Tejadillo) se halló en 1896, a casi ochenta centímetros de profundidad, un tramo chinas pelonas que había sido cubierto, evidenciando que ésta calle, al igual que otras de la zona, se rellenó directamente sobre el empedrado anterior.
Este relleno se hizo para evitar la formación de los lodazales que se acumulaban en las zonas bajas en tiempos de lluvia, y que aún hoy se forman en distintas zonas de la ciudad, pero según dicho historiador estuvo tan mal hecho que dio como resultado un cúmulo de baches y zanjas.
Durante la ocupación militar estadounidense, dentro la red de mejoras viales y sanitarias, la calle Villegas, como muchas del centro histórico, se benefició con un pavimentado en bloques belgas -estilo que aún hoy se usa en los accesos de viviendas en zonas residenciales- y que permitía que corriese el agua sin acumularse demasiado.
Además los servicios de limpieza usaban diariamente en la calle Villegas el método de «electrozone» -que dicho sea de paso, desconocemos cómo se realizaba- pero que debía ser el más moderno pues toda la zona antigua se limpiaba con este sistema.
Algunos negocios de la calle Villegas
La calle Villegas forma parte del trazado antiguo de La Habana intramuros pero a diferencia de otras calles como Mercaderes u Oficios que fueron esencialmente mercantiles, la calle Villegas tuvo siempre una funcionalidad preferentemente residencial pero no escaparon de ella algunos negocios famosos.
Quizás la zona más icónica sea la esquina con la calle Obispo. En período colonial la tienda de ropa Artemisa dio nombre a la esquina donde estuvo, desde finales de los años treinta del siglo pasado, la famosa casa Menéndez. Dicho establecimiento estaba destinado a la venta de billetes y boletos de la Lotería Nacional que repartía doscientos mil pesos en premios.
En la actualidad en los bajos de este edificio se encuentra la Heladería Soda Obispo y frente a esta, también por Villegas, estaba la tienda Requela, Efectos Eléctricos, actualmente convertido en una tienda de Agua y Jabón.
En la esquina de Teniente Rey y Villegas, frente al parque del Cristo estuvo la bodega La Nacional. Según se cuenta ahí mataron a un famoso garrotero conocido como Joseíto «el rey del cariño».
El edificio sigue en pie en la actualidad aunque bastante desgastado por el paso del tiempo y en espera de una restauración como recibió el edificio de la esquina hacia Amargura, donde estuvo el bar que dio nombre al famoso solar «La Maravilla», recientemente remozado por la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC).
Relacionado también con la comida estuvo la sede de la Fleischman, empresa de levadura que tuvo su sede en Villegas 81 durante años. Esta empresa consiguió hacerse con gran parte del mercado de la levadura química y se terminaría mudando hacia Carlos III donde establecerían sus oficinas centrales.
Mestre y Boloña
En tiempos coloniales casi en el cruce de la calle Villegas con Luz estuvo el establo de carruajes particulares conocido como «Villegas 52» y muy cerca de ahí tenía establecido su consultorio el doctor Tomás Galán. Sin embargo, el más ilustre de los residentes de esta calle sería el famoso fotógrafo Narciso Mestre.
El «decano de los fotógrafos cubanos» no vivía su mejor época cuando se mudó desde la «calle de los fotógrafos» como se conocía a O’Reilly, hasta la calle Villegas No. 65. Durante cerca de ocho años estuvo en ésta, hasta que se mudó en 1898 hacia Monte 99.
Antes de Mestre otro ilustre buscaría relanzar su empresa mudándose a esta calle. Sería José Severino Boloña, hijo de Esteban José, quien siguió con el negocio de la imprenta que estableció satisfactoriamente su padre alrededor de 1819 en la calle Obrapía 37 y para ello estableció su propio negocio de impresión en Villegas 95 (antigua numeración). Esta ilustre empresa familiar recibió el título de Impresor de la Real Marina por Su Majestad entre otros epítetos que reafirman su importancia.
En tiempos más recientes cercana también a la plaza del Cristo estableció su sede en Villegas 403 la marca de ropa Clandestina.
La esquina del crimen
Donde estaba la famosa Lamparilla en el cruce de esta calle con Villegas, más o menos de donde se tomó la foto que encabeza este artículo, estaban de posta dos oficiales de guardia la noche de 1890 en que presuroso un ciudadano francés reclamó su atención. Aquella alerta pondría fin a la desenfrenada huida del célebre asesino Michel Eyraud.
Unos metros más adelante, ya apresado, en la esquina de Amargura y Villegas quiso el apresado suicidarse lanzándose debajo de un carruaje. La confirmación la daría el matrimonio Pucheu que tenía su tienda de ropas en la calle Compostela y que habían denunciado al cónsula la presencia en La Habana del conocido bandolero que tenía a media Europa en vilo.
Tras ser apresado y enviado a Francia, sería ejecutado junto a su compañera de fechorías. Sobre este caso escribió nuestro Julián del Casal un crónica que detallaba los hechos de mayo de 1890, apenas una semana después del terrible incendio de la ferretería Isasi.
Así llegamos al final de este recorrido contra el olvido por otra de las calles habaneras, recordándole a los lectores que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.
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