Somos circunstancias que nos descarrilan. Ese podría ser un resumen sumario de la vida de Alfonso Hernández-Catá, una de las plumas más reconocibles de comienzos del siglo XX republicano en Cuba. Maestro de la tragicomedia y del doble sentido, su estilo particular fluyó en los más insignes medios de prensa escrita del período.
Sorprende el carácter marcadamente cubano de su prosa si tomamos en cuenta que fue un viajero constante cuyas residencias en la isla, desde que se iniciara en el servicio consular cubano en 1909, llegaron a ser esporádicas. Hoy de su recuerdo queda, sobre todo, el trágico suceso que le costó la vida un 8 de noviembre de 1940 cuando fallecía en un accidente aéreo mientras se trasladaba a Río de Janeiro donde estaba destinado en misión diplomática.
Su talento, indisciplinado por naturaleza, encontró acomodo rápido en las letras, destacado y polémico cronista vivió varios momentos de tensión al expresar sus ideas sin importarle el cargo diplomático que ostentaba.
Hijo de Ildefonso Hernández y Lastras (1844-1893), teniente coronel del ejército español, y de Emelina Catá y Jardines (1856-1915), proveniente de una familia de raíces independentistas, la personalidad el joven Alfonso se nutrió por igual de las herencias que le venían de ambas ramas como hiciesen otros grandes intelectuales hispanocubanos del período como José María Chacón y Calvo.
Como hemos mencionado al inicio, la contradicción en Alfonso Hernández-Catá sería aún más persistente pues cuentan los historiadores que su padre, Hernández y Lastras, perteneciente al ejército español, debió pedir la mano de Emelina al señor José Dolores Catá y Gonse en prisión, donde se encontraba este recluido por conspirar contra el gobierno colonial. Antes de celebrarse la boda en 1874, era fusilado en Baracoa el abuelo materno del escritor y diplomático cubano.
Dadme una contradicción y crearé un mundo
Continuando con su recorrido vital lleno de giros y recovecos inesperados, a diferencia de lo que el propio escritor en algún momento fomentó, no hay dudas ya entre los historiadores sobre el sitio de su nacimiento, la aldea salmantina de Aldeadávila de la Ribera, en la frontera de los reinos de España y Portugal, mismo sitio donde nació su padre.
Tras ver allí la luz un 24 de junio de 1885 no transcurrió mucho tiempo hasta que la familia volviese a Santiago de Cuba donde estaba asentada. En las calles de la capital oriental de la isla de Cuba creció y desarrolló su espíritu indomable. Muerto el padre en 1893 la madre le envió en 1899 -o posteriormente, según nos comunicó su nieta Uva de Aragón- a Toledo, al Colegio de Huérfanos de Militares donde no aguantó mucho tiempo.
En la bohemia Madrid, abierta a rupturas liberales tras la perdida de las antiguas colonias (la gran perla de aquella corona colonial era Cuba) encontró rápido acomodo Alfonso Hernández-Catá, de las noches bajo los pétreos rasgos de doña Urraca (entonces ubicada su estatua en la Plaza de Oriente, hoy se encuentra en el Parque del Retiro, cercana a la salida del Museo del Prado) aprendió el arte necesario para engatusar al ilustrísimo Benito Pérez Galdós (aún no le habían escamoteado el Premio Nobel), quien le recomendó al director de la revista Blanco y Negro, consiguiendo una colaboración de alcurnia para el novel narrador*.
Tenia una memoria prodigiosa. Sentados los dos en algún banco de la Plaza de Bilbao, me recitaba versos de Rubén Darío, de Guillermo Valencia, de Nervo, de Julian del Casal, de toda la pléyade modernista. Usaba unas corbatas policromas, como grandes mariposas. Tambi6n era mel6mano: «silbaba las sonatas de Beethoven y las rapsodias de Liszt. Pero su ídolo era Grieg
Alberto Ínsua (1885-1963), escritor español nacido en La Habana y hermano de Mercedes Galt y Escobar, esposa de Alfonso Hernández-Catá
Alfonso Hernández Catá, la pluma y la diplomacia
El reconocimiento le llegó a Alfonso Hernández-Catá en el año 1907. Se casó con Mercedes Galt a finales del mes de junio en Madrid, procedieron a una fuga virtuosa pues prácticamente de la iglesia partió el joven matrimonio hacia La Habana. En aquel año vieron la luz su primera novela corta (El pecado original en Madrid), y una serie de colaboraciones con medios de importancia en Cuba como El Fígaro, La Discusión y Diario de la Marina.
En La Habana le recibió con los brazos abiertos Álvaro Catá y Jardines (1866-1908), reconocido periodista de medios como La Lucha, La Discusión y El Fígaro. Durante la guerra de independencia iniciada por José Martí en 1895 se alzó en la manigua, formando parte del equipo de Mariano Corona que dio a la luz al periódico mambí El Cubano Libre. Finalizó la contienda con los grados de coronel mientras era elegido representante a la Cámara por Oriente.
No era este el único apoyo que le esperaba en La Habana. La rama materna de su esposa Mercedes Galt estaba emparentada con Salvador Cisneros Betancourt, el marqués de Santa Lucía, quien ejercía entonces como presidente del Senado de la República en pañales -envuelta entonces en la segunda intervención americana-.
El libro al separarse de nosotros para ser ya de todo el mundo, deja en el espíritu un vacío -anhelos, desilusiones, esperanzas- que no se llenan nunca. Y este vacío, esta estancia desolada y desierta donde nacieron tantas ideas queridas, es lo que quiero yo dedicarte.
Alfonso Hernández-Catá dedicatoria a Celia de Camps. Tomada del libro Cuentos pasionales, editado en París en 1910
En 1909 sería nombrado como cónsul de segunda clase en El Havre, pasando a Birminghan (1911) y Santander (1913) iniciando así otra etapa de su vida que le llevaría a representar a Cuba de forma oficial.
(Continuará)
*- Sobre este tema siempre ha existido el dispar criterio de que Benito Pérez Galdós no emitió ningún voto de confianza sino que fue una artimaña del joven escritor Hernández-Catá que se hizo pasar por el excelso Galdós.
**- Este artículo fue actualizado con las precisiones realizadas a nustro equipo por la nieta de Hernández-Catá, la también escritora Uva de Aragón.
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