Entre los más recordados críticos que han pasado por los medios de comunicación en Cuba se cuenta, sin dudas, Rufo Caballero, ese gordo desenfadado de sonrisa enigmática que la muerte se llevó demasiado pronto.
A Rufo Caballero, que era matancero (porque nació en Cárdenas), pero un fan empedernido de los Industriales se le recuerda, sobre todo, por su conducción de «El caballete de Lucas»; programa en el que hizo gala de su talento y de un histrionismo poco común para un intelectual de tan sólida formación.
Y es que, Rufo Caballero, fuera de la «caja tonta» que le dio fama y reconocimiento a nivel nacional, era mucho más: Doctor en Ciencias sobre Arte, profesor de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y autor de varios libros muy disfrutables en los que mezcló a raudales su enciclopédico caudal de conocimientos sobre el cine con el fino humor que siempre lo caracterizó.
Rufo Caballero un crítico sin pelos en la lengua
Sin «pelos en la lengua» – como lo describiera su colega y amigo Frank Padrón – Rufo Caballero decía siempre lo que pensaba, aunque esto significara triturar con su verbo filoso un videoclip o una obra de arte. Esa característica tan rara en los medios de comunicación cubana donde todo producto de factura nacional es «bueno» y «excelso» le ganó la animadversión de muchos; pero eso lo hizo mejor, porque, después de todo, el que quiere dedicarse a la crítica no puede ir por la vida de medallita de oro.
Desgraciadamente, la muerte se lo llevó un 5 de de enero de 2011, cuando aún tenía mucho que ofrecer a la cultura cubana.
Su deceso dejó un vacío difícil de llenar dentro de la crítica del audiovisual en Cuba que ya comenzaba a entrar en sus horas más bajas. Al final, su mejor epitafio lo pudo haber escrito él mismo cuando sentenció en su obra «Agua bendita»:
No he sido un crítico del sentido recto. Eso del “sentido recto” me suena militar y demasiado fálico. Soy nada sin la metáfora. En nombre del “rigor” se hacen — y, sobre todo se escriben— horrores»
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