Sumergido en su infatigable recorrido de vivirlo todo, sentirlo todo y contarlo todo, Ernest Hemingway aterrizó de pasada en La Habana a finales de 1928. Cuentan que no fue una historia de amor a primera vista, a Papa Hemingway en aquel momento la vida europea y las estancias en Cayo Hueso le hacían feliz, pero como si la ciudad supiese que había un gran tiburón blanco en su calibre de escritor le tendió el anzuelo y este, presto siempre a las buenas historias, sobretodo si eran de amor, se dejó engatusar.
Tiempos inciertos en el archipiélago cubano
A comienzos de los años 30 del pasado siglo La Habana estaba viviendo un período de re-descubrimiento turístico y comercial. En un mundo abocado ya a la tragedia tras el crack del 29 y la grave crisis de los mercados que ponía fin al período de semiauge entusiasta post Primera Guerra Mundial. Los escritores y artistas buscaban nuevos horizontes creativos y La Habana se antojaba como un destino apetecible, con sus aires cosmopolitas que favorecían el encuentro haciendo de ella la más europea de América.
Europa se refugiaba en los incipientes movimientos populistas que abocarían en absolutismo y fascismo, pero La Habana todavía (también) era una fiesta, que diría Hemingway de París. Gerardo Machado se encontraba en el período democrático de su mandato, pese a la represión propia de su gobierno aún existía un ambiente de tensión pacífica en las principales ciudades, y la economía de vacas gordas cubanas estaba relativamente a salvo.
En esta época de frágil oasis desembarcaron varios poetas y escritores norteamericanos que tendrían una trascendencia moderada (Hart Crane o Joseph Hergesheimer) o grandes nombres como el ganador del Nobel, Ernest Hemingway.
La Habana fue un sparring continuo para los excesos del escritor
Precisamente sería este quién se convertiría en el gran nombre de la literatura americana en tierra cubana. Embajador de los encantos tropicales de la isla escribió aquí algunas de sus novelas más recordadas y viviría en la isla cerca de 20 años de forma discontínua.
Si tenemos en cuenta como mencionamos cuando hablamos de Gastón Baquero que la pertenencia a una ciudad no se define por ningún nexo material, sino que esos lazos imperceptibles de entrega y acogida responden a razones más simbólicas e intrigantes. En el caso de los escritores con varias residencias es un viejo axioma apuntar que residen, o sienten como su casa, a aquella en la cual guardan sus libros.
La extensa biblioteca del escritor de El Viejo y el Mar en la Finca Vigía, a apenas dos leguas y media del casco histórico de La Habana, sirven para argumentar que Ernest Hemingway sintió la sensación del dulce hogar en la Mayor de las Antillas, donde se hizo amante del ron y la pesca de la aguja cubana (su querido marlin al otro lado del estrecho floridano).
Biógrafo de algunas de las más exóticas características de la ciudad, una vez que La Habana apareció en sus obras no dejó de manifestarse. Mencionaremos apenas una de las escenas de Tener o no Tener, su primera novela cubana escrita en el Hotel Ambos Mundos y publicada finalmente en 1937 (como curiosidad es la única novela que publicó en la década del 30), y donde el escritor nos relata un episodio de impetuosa violencia en contraste con algunas de las paradisíacas estampas de esa etapa habanera.
Una novela violentamente asequible
El comienzo asemeja al descubrimiento de un paraíso que va corrompiéndose con el transcurrir del viaje lector.
“…Ya ustedes saben cómo es La Habana temprano en la mañana, con los mendigos todavía durmiendo recostados a las paredes de los edificios: antes de que los camiones traigan el hielo a los bares…”
Continúa Hemingway más adelante colocando los elementos en posición:
“Atravesamos la Plaza del Muelle hasta el café La Perla de San Francisco a tomar café.”
Entonces comienza el relato de caza, caos y desenlace. El escenario está listo y Hemingway muestra su encanto para narrar el desgarro y el oprobio.
“No había más que un mendigo despierto en la plaza y estaba bebiendo agua de la fuente. Pero cuando entramos al café y nos sentamos, los tres estaban esperando por nosotros. Eran jóvenes y bien parecidos y llevaban buena ropa: ninguno usaba sombrero y se veía que tenían dinero. Hablaban de dinero, en todo caso, y hablaban la clase de inglés que hablan los cubanos ricos…”
La imagen de la riqueza y el vestir elegante de los hijos de buena fortuna frente a los mendigos que se agolpaban en las zonas más turísticas dibuja la inercia de una confrontación de clases evidente. Esta fue La Habana de la primera impresión del escritor y periodista, que habituado a zonas de conflicto, encontró al momento la contradicción de la ciudad y acto seguido narra un encuentro de violento desenlace.
“Cuando salieron los tres por la puerta de la derecha, vi un coche cerrado venir a través de la plaza hacia ellos. Lo primero que ocurrió fue que uno de los cristales se hizo añicos y la bala se estrelló entre las filas de botellas en el muestrario de la derecha. Oí un revólver que hizo pop pop pop y eran las botellas que reventaban contra la pared…
Salté detrás de la barra a la izquierda y pude mirar por encima del borde del mostrador. El coche estaba detenido y había dos individuos agachados allí. Uno de ellos tenía una ametralladora y el otro una escopeta recortada. El hombre de la ametralladora era negro. El otro llevaba un mono de chófer blanco.
Uno de los muchachos le pegó a una goma del coche y como a cosa de diez pies el negro le dio en el vientre… Trataba de ponerse de pie, todavía con su Luger (nombre que se le daba a la pistola Parabellum muy usada en este período) en la mano, lo que no podía era levantar la cabeza, cuando el negro tomó la escopeta que descansaba junto al chófer y le voló un lado de la cabeza a Pancho. ¡Tremendo negro!”.
Ernest Hemingway y su obsesión entre tener vivencias, tejer historias y temer soledades
Es una obra de ficción pero en sus imágenes son fácilmente reconocibles las postales de violencia sumergida e inestabilidad política del período habanero. Es esta una novela de amor y muerte, de poco amor y mucha más muerte apuntaría Guillermo Cabrera Infante, de un violencia descarnada, en la cual Hemingway antecede su etapa de retrato belicista que exploraría posteriormente cuando vivió en sus carnes la Guerra Civil Española; que reflejaría en Por quién doblan las campanas.
Para ese entonces el escritor americano ya había reflejado la violencia habanera bajo la tinta de su máquina, con esta novela considerada menor por sus críticos pero en la cual Hemingway había comenzado a perfilar el carácter de sus historias y el drama de sus personajes.
En este caso el terror se manifestaría en la ferocidad tropical del instante infortunado que precede el fin de la ternura y la inocencia. La sangre, los enérgicos jóvenes y la apatía de los ricos se funden con el salitre del litoral habanero y avanzan tierra adentro hasta fundirse con la esencia misma de los adoquines de La Habana.
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