En el pincel de René Portocarrero la ciudad entraba en otra dimensión, con sus paisajes de columnas y cúpulas, sus rostros de Floras inmarcesibles -criollas y barrocas-, sus entramados de colores, cual mandalas tropicales.

En Portocarrero confluían por igual los diablitos de Landaluze y los carnavales del malecón que fueron «el gran suceso» de la infancia de nuestros abuelos, con los relatos costumbristas de las plumas de Bachiller, Victoriano y Suárez Romero, en palabras de Francisco López Segrera «su obra tiene una riqueza y un polimorfismo -ángeles, interiores del Cerro, catedrales, ciudades, mujeres…- únicos en nuestra plástica«.

Y aunque parece que siempre hay otra opción, en René Portocarrero nunca la hubo, el pintor abarcó (casi hasta la obsesión) los límites pictóricos y espirituales de la ciudad, como extensiones personales de su humanidad, a fin de cuentas como él mismo escribió:

Pinto desde muy temprana edad. Y cuando no sabía caminar, según cuentan mis mayores, me gustaba fijarme con raro detenimiento en el paisaje de los abanicos… Después, claro está, he seguido pintando: en la soledad, en la pasión, y sin recibir predicaciones académicas».

René Portocarrero en Revista Nadie Parecía, marzo-abril,1943.

Acaso ese primer conjuro de vida estática que se expandía más allá del espacio visual, fue el que atrajo a las artes plásticas a este habanero nacido en El Cerro el 24 de febrero de 1912. Esa sería su guarida hasta el final, el límite físico donde se funden el color, el trazo y la imaginación.

René Portocarrero, un autodidacta de vanguardia

Aunque llegaría a ser profesor de la Escuela Libre para Pintores y Escultores (donde también fueron docentes Eduardo Abela y Víctor Manuel), y de un pequeño taller en la Cárcel de La Habana (situada ya en el castillo del Príncipe) la realidad es que René Portocarrero fue un pintor, esencialmente, autodidacta. Sus acercamientos a las distintas academias de la época fue efímero, una vez que entró en el círculo de la generación lezamiana decidió alejarse de los rígidos academicismos y abrazar las vanguardias como hicieran Amelia Peláez y Wifredo Lam.

Para el pintor no creo que debe existir ninguna razón que lo ate a pensamientos o consideraciones analíticas sobre su producción anterior. Al artista no debe preocuparle, en lo absoluto, la trayectoria ni siquiera la proyección hacia adentro, pretérita en el tiempo de sus inquietudes creadoras, porque como todos sabemos, la creación -función del artista- es un perenne devenir, reconocimiento y recreación absoluta en las cosas y pensamientos de cada día.

El que antes escribe es un aún joven René Portocarrero, quien acababa de exponer acuarelas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En ese mismo número de la revista Nadie Parecía su gran amigo José Lezama Lima le dedica un compacto ensayo que sirve de antesala y presentación definitiva para el futuro Premio Nacional de la Plástica (1951).

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Portada de Nadie Parecía, con un original de René Portocarrero

En dicho artículo, con su prosa afilada, el poeta describe al pintor y su obra. Airea los sentimientos que percibe y relata la sonoridad, los olores y la vida vívida que exhalan las coloridas acuarelas que se convirtieron en el sello portocarreriano.

Mundo fosfórico pascual, ardimiento de lo blanco dejado en alambre de carboncillo sinfónico. Conocimiento de la estilística, oscurecida de pronto, por la impulsión hacia los dentros últimos, donde existe un reparto por radiaciones. Oscurecimiento central, hecho visible por radiaciones; líquidos levantamientos donde el destello reemplaza la lengua o el pulso.

Pero Lezama abarca más allá del color y la ausencia en su relato, rasga en la voz tímida del pintor que busca el arte como fin y lo define a medida, no en balde su conocimiento de René Portocarrero iba más allá de las cromáticas pinceladas y estaba enraizado en el desarrollo personal de ambos desde la juventud. Además de escribir varios ensayos sobre las exposiciones y poemas de su amigo.

Palabra oída al metal de la verja o la piedra del último ofrecimiento, porque irradian su vibración en música destemplada para el tiempo, pero recogida transversalmente en arañazo para el espacio incisivo. Lo que ahora hace Portocarrero es una plenitud de temblor apretado inquisitorialmente. ¿Definirlo? Lleneza incisiva no definida.

Lezama acompañó a Portocarrero en su viaje y evolución como pintor y ser humano desde la primera juventud, estando presente en los instantes definitivos de su vida: primera exposición de obras plásticas, lectura de los primeros poemas, muerte de la madre de René Portocarrero, asunción de la homosexualidad y la relación con el también artista Raúl Milián, revista Orígenes, fundación de la UNEAC…

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De izquierda a derecha el pintor René Portocarrero, el poeta José Lezama Lima, el pintor y pareja de Portocarrero, Raúl Milián y el escritor Eugenio Florit.

En otra oportunidad José Lezama Lima volvería a escribir sobre la policromía de la obra de René Portocarrero.

(…) En esas plazas la opulencia de color de Portocarrero luce toda la magnificencia de su plenitud. La pizarra roja de los techos, al lado de los azules en las profundidades de cada curva de piedra. En lo alto de columnas lucen sagrarios de estalactitas que descomponen la luz en volantes colores, sueltos como espirales por la plaza abierta. Las columnas independizadas de sus conjuntos lucen en su remate casetas con cruces bizantinas, parecen ermitas vacías en espera de extraños visitadores.

Del color al sentimiento

Aunque ya había realizado algunas exposiciones individuales en el Lyceum y otras galerías de cierta relevancia, podemos considerar que su presencia en la Primera Exposición de Arte Moderno realizada en los salones del Centro de Dependientes -y auspiciada por la administración del inquieto alcalde Antonio Beruff Mendieta– entre marzo y abril de 1937, marca el punto de presencia absoluta para el pintor dentro de su generación.

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Circo-René Portocarrero, obra presentada en la Exposición de Arte Moderno de 1937.

Allí expone hasta trece obras en una muestra de alcance nacional que exhibió el talento pictórico patrio y esbozó los rumbos que este comenzaba a tomar, en abierta ruptura, con los valores más tradicionales hasta entonces imperantes en las artes plásticas cubanas.

Para René Portocarrero el arte propio estaba basado en el equilibrio de las formas y la colografía. Encajando ambos en un perversamente caótico ambiente barroco que engloba gran parte de su obra. Si Amelia, Lam y Mariano Rodríguez se liberan del concepto de la conjunción armónica de la obra, René Portocarrero la acoge como propia, sin renunciar al entramado de formas abigarradas y colores superpuestos en relatos individuales y colectivos (más visibles en sus murales del edificio de la ESSO o el vitral del Restaurante Las Ruinas del Parque Lenin).

Esa tensión vibrante que parte del carácter expresionista de su obra se teje a través de las distintas etapas de su creación, creando entre el medio y el individuo complejos e incesantes diálogos visuales que el espectador puede percibir fácilmente.

paisajes de ciudad distintas epocas rene portocarrero
De su serie «Paisajes de La Habana», varias interpretaciones de La Habana por René Portocarrero

Aunque sus grandes reconocimientos internacionales se producen en la década de los años sesenta con «Paisaje de La Habana» y «Catedral» -ambos de 1961-, probablemente sea «La Ciudad» del año 1963 la que mejor contenga estas indagaciones del medio circundante sobre el individuo. Dicha obra fue ganadora del Premio Internacional Sambra en la Bienal de Sao Paulo de ese año. Por esta misma época Carpentier escribía:

«René Portocarrero ha ido, con mano segura, al principio de las cosas, entendiendo que antes de lo reflejado, de lo alumbrado, estaban los elementos de un barroquismo en perpetuo acontecer, tan presente en
el edificio colonial de patios profundos, en el entablamiento anaranjado por un crepúsculo, como en lo viviente y afanoso. Pero no se trataba, para él, de representar, sino de transcribir.

Y así se fueron edificando sus pasmosas ciudades-síntesis, coronadas de torres, campanarios, cúpulas y galerías, habitadas por estatuas de próceres, rotas por callejas y pasadizos, horadadas de ojivas, cristalerías, ventanales y ojos de buey, que constituyen una interpretación trascendental, única en su género, del barroquismo cubano y, por ende, válido para ‘muchos barroquismos latinoamericanos».

Alejo Carpentier-Notas al catálogo de Color de Cuba. Museo Nacional, Habana 1967.

Un artista total

No se circunscribió a un solo medio de expresión y creación. Además de las numerosas acuarelas y pinturas de diversas dimensiones incursionó en el diseño de interiores y el diseño de escenarios teatrales, los vitrales y murales con ambientación religiosa o social, ilustró libros propios y colaboró con diversas revistas y editoriales, trabajó la cerámica y la litografía, en fin, desde su apartamento del Vedado (en el sexto piso del edificio de 21 y O), al costado del Hotel Nacional, expandió su universo hasta su fallecimiento ocurrido un 7 de abril de 1985 en La Habana, la ciudad a la cual entregó su arte.

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René Portocarrero ya mayor

A continuación un poema aparecido en el segundo número de Verbum (1937), la revista de la Asociación de Estudiantes de Derecho de la Universidad de La Habana, en la cual además de René Portocarrero, aparecieron poemas de Emilio Ballagas, Gastón Baquero, Eugenio Florit, Angel Gaztelu, Antonio Martínez Bello y por supuesto, el fundacional «Muerte de Narciso» de José Lezama Lima.

DISTANTE VOZ Y SIGNO
Presentida en ti la voz anunciadora
una ecuación de ángeles
me está quemando el alma.

Los caminos se alargan.
Y yo en el tiempo
prendido en la mirada
de un aliento de alas. 
(...)
Hay un silencio oscuro adentro de los mundos
y una voz que reclama,
sin cesar,
desde dentro, 
la sencilla ternura.
La superficie es clara, 
se alista iluminada y,
deviene de un fondo,
de dioses,
olvidado.
(...)
 El cielo descendiendo
-¡claridad paralizada!-
me abarca
me retiene
y una corriente fuerte
-vigor recién amado-
me dice su palabra de amor, desesperada

Sin voz ya, me detengo, para cantarte
luego, ecléctico.

Serenidad negada, aquí no más, detente, 
y en ti, a tu alta-voz erguido, 
me entretengo, reflejado. 

Aquí se puede observar el mural de cerámica que realizara para el Palacio de Justicia (actual sede del Consejo de Estado de la República de Cuba) ubicado en la Plaza de la Revolución.