El desaparecido cine Astor (que antes se llamó cine Belascoaín) se encontraba ubicado en la Calzada de Belascoaín, No. 858, entre Peñalver y Concepción de la Valla, en el barrio de Los Sitios, municipio Centro Habana.
A pocos metros del Favorito, de mayor caché y prestancia, el cine Astor era una sala de proyección en un solo nivel encerrada entre los locales colindantes. Aún así, podía acomodar hasta 1 700 espectadores, tres veces la cantidad de los cines más pequeños de la ciudad, pero muy por debajo de las grandes salas.
Logo pétreo en el piso de granito del portal del antiguo cine Astor con las iniciales CB correspondientes a su denominación anterior (Cine Belascoaín)
Del cine Belascoaín al cine Astor
Era propiedad el cine Astor de Edelberto Carrera Delgado quien se había iniciado en el giro en el año 1920 cuando inaugurara el cine Habana en la Plaza Vieja.
Además del cine Astor, el empresario era propietario de los modernos Acapulco e Infanta, el cine San Francisco y los teatros Auditorium y Trianon. Todos los operaba bajo la razón social de «Circuito Carrera«, cuyas oficinas centrales se encontraban en el Centro Fílmico de Almendares y Benjumeda y en 35 y 26, Nuevo Vedado.
Tras la Revolución Cubana de 1959, el cine Astor, al estar integrado dentro de un gran circuito cinematográfico, fue uno de los primeros en ser nacionalizado por el Estado cubano que se convirtió en su propietario y administrador a través del ICAIC.
Con el paso de los años el cine Astor fue acumulando un marcado deterioro debido a la falta de inversión y mantenimiento; situación que se agravó notablemente a partir de los años 90 con la llegada a Cuba del Período Especial.
A finales de esa década funesta, parte del techo sobre la pantalla se desplomó y el cine fue «cerrado por reparación», un eufemismo que se utilizó en Cuba para clausurar definitivamente uno por uno casi todos los cines de la capital.
Ocurrió entonces un vertiginoso canibaleo de toda lo que resultara útil en el cine Astor: las personas de los alrededores desmontaron las puertas, las butacas y hasta los ladrillos de las paredes, dejando el edificio en su esqueleto de hierro en menos de un año.
Así permaneció el inmueble por 20 años, hasta que fue entregado al Fondo Cubano de Bienes Culturales que le realizó una gran inversión para convertirlo en una tienda, aprovechando el movimiento turístico que generaba la fábrica de tabacos que le queda justo al frente.
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