Considerado como uno de los más grandes percusionistas cubanos de todos los tiempos, Tata Güines, triunfó en todos los escenarios en los que se presentó, de La Habana a Nueva York, de Nueva York a Europa. Completamente autodidacta, fue, sin embargo, un eterno innovador de la música popular que hizo cátedra de la fusión de estilos.
Federico Alejo Arístides Soto, «Tata Güines» nació en el barrio de Leguina del habanero pueblo de Güines el 30 de junio de 1930. Como la mayoría de los negros pobres, Tata aprendió los rudimentos de la música con su familia y tuvo que renunciar a cualquier formación académica.
«Yo no tuve nunca jamás maestros, porque cuando la época mía los maestros eran las esquinas, las cuatro esquinas, la calle. Tenía que aprender en la calle, no en la escuela, porque en esa época qué negro iba a una escuela.»
Entrevista a Tata Güines
Su padre Joseíto era tresero de tiempo muerto y se buscaba la vida tocando cuando no había corte de caña en el Central Providencia. Tata, sin embargo, escogería el cuero de los tambores por encima de lS cuerdas.
Mas, como los frijoles no entendían de preferencias, comenzó a ganarse la vida con el contrabajo en el conjunto Ases del Ritmo, antes de pasar, ya en la percusión, a la Orquesta de Partagás que dirigía su tío Dionisio Martínez. Antes de trasladarse definitivamente a La Habana, la Meca musical del Caribe, Tata Güines tocaría también en la orquesta Estrellas Nacientes (creada por él mismo), la Swing Casino de su pueblo y el conjunto de Arsenio Rodríguez.
Tata Güines, Manos de Oro para el mundo
En La Habana no le faltó trabajo a Tata Güines. Sus manos diestras fueron rápidamente demandadas por los más notorios directores de orquestas del momento y, en apenas siete años, entre 1948 y 1955, desplegó su arte con las orquestas «Nueva América», «Habana Sport», «Unión», «La Sensación», «Fajardo y sus Estrellas», «Los jóvenes del Cayo», «Camacho» y «Gloria Matancera».
La frenética actividad musical que desarrolló en los años 40 no le reportó, con todo y lo intensa, mayores ingresos. Los percusionistas eran siempre los peores pagados dentro de las orquestas, por lo que el Tata debía alternar las presentaciones en la radio (por las que le pagaban unos míseros 10 centavos) con actuaciones callejeras en los tranvías y en fiestas privadas en las que si acaso llegaba al peso tras una noche entera de tumbadora.
Mucho mejor le fueron las cosas en los Estados Unidos: Con «Fajardo y sus Estrellas» se presentó en el Waldorf Astoria y en el Palladium de Nueva York, en el que coincidió con Benny Moré, a quien acompañó con la tumbadora.
En el Waldorf Astoria tuvo la oportunidad de actuar en solitario, cantar, improvisar y desarrollar su repertorio. Por primera vez montó cinco tumbadoras sobre el escenario para encandilar a los «blanquitos», aunque en el fondo siempre lo consideró un exceso, un espectáculo más efectista que efectivo. Para Tata Güines, dos tambores eran más que suficientes para alcanzar la sonoridad perfecta, pero el espectáculo demandaba otras cosas.
Durante su periplo por tierras norteamericanas el rumbero y percusionista de Güines se ganó el mote de «Manos de Oro», por su estilo único, elegante y fabuloso, que deslumbraba y hacía menear las caderas hasta a la más gélida de entre las barbies americanas. Sin embargo, para todos los cubanos y en especial para la gente de Güines, Arístides Soto continuó siendo «el Tata».
«He hecho un estilo, he hecho una escuela en disco, he hecho mis características tamborísticas hasta ahora… Quiere decir que yo lo mismo toco en una orquesta típica, que toco en un jazz band, que toco rumba, que toco bembé, que toco todo. Ya eso viene conmigo, desde que yo nací, desde el vientre de mi madre.»
Entrevista con Tata Güines
Si no se quedó trabajando en el Norte, donde siempre le fue bien, y hasta automóvil tuvo, fue porque según declarara él mismo en una entrevista concedida en 1899 no podía ser feliz en un lugar donde le aplaudían sobre el escenario y después no podía sentarse entre el público por el sólo hecho de ser negro.
Tras un lustro de giras, en el que compartió el escenario con estrellas de la talla de Frank Sinatra, Josephine Baker y Maynard Ferguson; Tata Güines regresó a La Habana a comienzo de los años 60 y creó la orquesta «Los Tatagüinitos».
Innovador como pocos en lo que a fusión de ritmos se refiere, el Tata repitió en la capital cubana una fórmula con la que ya había cosechado grandes éxitos en la Gran Manzana: Así, ofreció un concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional (lo que fue un sacrilegio para muchos ortodoxos de la música) y acompañó con sus tambores al guitarrista Sergio Vitier en su memorable «Ad Libitum», bailada por Alicia Alonso y Antonio Gades.
Fue Tata Güines el primer percusionista que se dejó crecer las uñas para con ellas sacarle nuevas sonoridades al cuero. Muchos lo consideraron como una excéntrica parafernalia, pero al ver los resultados musicales, pronto todos los tamboreros dejaron de hacerse la manicure.
Tata Güines falleció el 4 de febrero de 2008 en su natal Güines, pueblo que honró con su nombre y al que siempre volvió, una y otra vez, sin importarle jamás la fama y los aplausos cosechados.
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