Muchas aficionadas notables había tenido La Habana en el arte del piano antes de que irrumpiera en el mundo de la música Cecilia Arizti, pues, en la aristocrática sociedad criolla, se consideraba correcto y elegante que las señoritas supieran tocar. Sin embargo, aunque las familias «de bien» pagaban de buen grado los mejores profesores para que sus niñas aprendieran, la idea de que alguna de ellas pudiera dedicarse profesionalmente al instrumento les resultaba tan inconcebible como desagradable.
Cecilia Arizti Sobrino nació el 28 de octubre de 1856 en el barrio del Ángel en La Habana (el mismo donde el novelista Cirilo Villaverde hiciera caminar a otra célebre Cecilia). Era hija de Teresa Sobrino y Fernando Arizti, uno de los pianistas más notables de la primera mitad del siglo XIX en Cuba, quien había sido discípulo predilecto del alsaciano Juan Federico Edelmann.
Cecilia Arizti, la pianista del Ángel
Fernando Arizti, quien nunca sintió particular afición por la errante vida del concertista y gozaba de fama y clientela adinerada, era uno de los profesores de piano más demandados de la ciudad. Él mismo se encargaría de enseñar a sus tres hijas: María Teresa, Felicia y Cecilia, a tocar los clásicos, apreciando de inmediato un talento especial en la última.
La niña Cecilia Arizti aprendería teoría y solfeo con el maestro Francisco Fuentes y a la edad de doce años se convertiría en discípula de otro gran pianista y compositor de la centuria decimonónica en Cuba: Nicolás Ruiz Espadero, quien había sido, a su vez, alumno de su padre. Sería Espadero quien, al apreciar sus virtudes, la animaría a dedicarse a tiempo completo a la música.
Nicolás Ruiz Espadero (1832 – 1890) alentaría a Cecilia Arizti a dedicarse profesionalmente a la música.
A tomar esta difícil decisión, dada su condición de mujer, coadyuvó el ambiente intelectual y progresista que se respiraba en su casa de de la calle Tulipán No. 14 entre Santa Catalina y Falgueras, a donde se había marchado a vivir con sus padres, y en la cual se recibían en habituales tertulias y veladas artísticas a los intelectuales y músicos cubanos y a los extranjeros que andaban de paso por La Habana.
Así, se convirtió Cecilia Arizti en una pianista de concierto en Cuba y Estados Unidos, un camino largo y espinoso que habían rechazado su propio padre y su maestro Nicolás Espadero.
Pianista habitual del Centro Gallego de La Habana, combinó Cecilia Aristi sus conciertos con la plaza de profesora en el Conservatorio Peyrellade y presentaciones privadas en los exclusivos salones de las más acaudaladas familias del país.
Reconocida ya Cecilia Arizti como una virtuosa pianista, más allá de su condición de mujer, volcó todo su talento sobre el pentagrama, publicando en Cuba, Estados Unidos y Francia varias composiciones para piano, que remataría magistralmente el 20 de noviembre de 1893, cuando, a los 37 años de edad, estenó en el Salón López de la capital cubana, su Trío de Cámara para piano, violín y violonchelo, primera obra de su tipo escrita por una mujer en Cuba.
La calidad de sus obras fue elogiada por pianistas de la talla de Desvernine, Cervantes, Edelmann y su maestro Espadero, quienes las recomendaban como piezas de estudio por la dificultad de su ejecución que descubría el talento oculto del educando, su belleza y su escritura con conocimiento perfecto del mecanismo.
Falleció Cecilia Arizti el 30 de junio de 1930 en su ciudad natal. De ella escribiría un contemporáneo, admirado por el meteórico ascenso de la talentosa mujer:
«La señorita Arizti es la primera cubana, mejor dicho, la única cubana, que ha emprendido, saliendo airosa de ella, empresa tan ardua, y que sus obras, como dijo la señora Avellaneda de las la de la ilustre Merlín, son timbres honoríficos para el país que la vio nacer».
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