El hospital de Belot se estableció a finales de 1828 entre la ensenada de Marimelena -no confundir con el muelle- y el pueblo de Regla. En el pequeño saliente cercano a la desembocadura del río Cojímar que en la actualidad ha sido rellenado para cuadrar su perfil. La pequeña institución sanitaria que también fue conocida como «quinta sanitaria» o «casa de salud» indistintamente, construyó varios pabellones para el reposo y recuperación de los enfermos pudientes y dependientes de La Habana. Los aires del otro lado de la bahía eran su principal reclamo.
La fama alcanzada por el hospital de Belot bautizó con su apellido a toda la zona, aún cuando sus propietarios habían dejado de operar el negocio sanitario. Algunos episodios de las fatídicas epidemias de cólera dañaron seriamente al recinto hospitalario y el laboratorio médico establecido por el francés Charles (o Carlos) Belot, obligando a su propietario a crear un cementerio anexo, celebrado por la Sociedad Económica de Amigos del País.
A lo largo de los años fueron varias las quintas sanitarias que compitieron con los cuidados del hospital de Belot. Algunas como la Garcini, de donde salía el camino de hierro hasta la construcción del depósito y estación de Villanueva, fueron innovadoras en cuestiones de salud y logística en la ciudad. Impulsando a su vez industrias como la cosmética, los cuidados de la piel y la alimentaria.
Hospital de Belot, sanidad al otro lado de la bahía
Por una cuota fija anual se podía acceder a los distintos productos que ofrecía el hospital de Belot. En estas quintas se vendía el tratamiento de hospital sin los problemas que representaban éstos centros de salud saturados y mal atendidos por los problemas de pago de la administración colonial.
Además las quintas de salud se afanaban en ser la mejor compañía para los inmigrantes, con el dinero suficiente para pagar sus servicios, pues disponían de más medios para los cuidados y acompañamientos específicos de las personas alejadas de sus familias, en gran medida los dependientes de casas de comercio, mercaderes y empresas industriales peninsulares. .
En 1863 el historiador Jacobo de la Pezuela escribía «la quinta de Belot se compone de dos edificios irregulares con dos pisos cada uno, con galerías, portales cubiertos y otras dependencias, sobre un espacio bien terraplenado que termina a la orilla de la bahía por un barandillage con postes y sobre bases de piedra que forman asiento por sus lados interiores«.
Desde ese camino se accedía a un pequeño embarcadero que daba hacia Regla y que se mantuvo más tiempo, siendo el antecesor del astillero de la refinería Ñico López. Desde finales del siglo XIX en la ya llamaba «Bahia de Belot» se instaló una Refinería conocida como «La Belot«, muchas décadas después se ubica la Shell en esos mismos terrenos.
El hospital de Belot además contaba con su propia botica, laboratorio y cocina para asistir a los 300 enfermos que podía llegar a acoger, y además de los facultativos del centro sanitario contaba con doce asistentes y una comadrona. Con posterioridad se construyó una fábrica de jabones que perteneció a los Belot durante un corto período de tiempo, como ocurriera con los famosos baños de Belot del Prado.
Entre las deficiencias que señala Pezuela está el estado cenagoso de los alrededores y la posición a la altura del mar del hospital de Belot. En aquellos años se consideraba que los centros médicos debían estar en posiciones altas y ventiladas, como fue el caso del hospital Reina Mercedes en lo alto de La Rampa, o el Hospital Militar del Príncipe o el Alfonso XII (posteriormente Calixto García).
Estos defectos eran contrarrestados por el prestigio que mantuvo el sitio entre los enfermos, en su mayoría de la marina mercante extranjera pues era de los pocos en la ciudad en el cuál se hablaban otros idiomas además del español. La junta superior de medicina y cirugía de La Habana en 1840 decía «es cual no se ha visto en este ramo en el país» para resaltar sus cualidades.
Con los años Belot pidió que la línea de ferrocarril de Regla llegase hasta sus propiedades y posteriormente tuvo que construir un cementerio para depositar los cadáveres de las epidemias de cólera y fiebre amarilla que asolaron la ciudad.
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