Víctor Patricio Landaluze Uriarte fue un excepcional pintor costumbrista y uno de los primeros dibujantes humorísticos con mayor trascendencia en la segunda mitad del Siglo XIX en Cuba. Su obra ha estado sesgada por el carácter integrista y de rancio conservadurismo desarrollado por el vasco durante gran parte de su vida como dibujante y caricaturista.
Muchos de los historiadores cubanos del siglo XX no perdonaron la férrea defensa que hizo el artista de las políticas coloniales hacia la Isla de Cuba durante la Guerra de los Diez Años. Pero Loló de la Torriente y Guy Pérez se encargaron de recuperar su arte y su labor, más allá de sus ideas antiseparatistas y reaccionarias, resaltando las virtudes que sus conocimientos en materia litográfica aportaron para el desarrollo de las publicaciones cubanas de aquel período.
En este artículo pretendemos recuperar las diversas aportaciones que nos legó este dramaturgo, periodista, dibujante y pintor español nacido en Bilbao el 6 de marzo de 1830 (algunas fuentes señalan su fecha de nacimiento en 1828, como veremos las incongruencias con sus datos personales resultan bastante frecuentes) y que en palabras de Jorge Mañach sufrió un profundo aplatanamiento artístico influido por los vientos del trópico cubano.
Un artista polémico
El notable historiador Francisco Calcagno en su célebre Diccionario Biográfico Cuba describe a Víctor Patricio Landaluze (cuyo apellido real era Landaluce) como un «notable caricaturista peninsular y regular pintor de escenas de costumbres; en 1862 fundó el periódico «Don Junípero«, satírico y de caricaturas; el año 1881 ilustró la obra «Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba» compendio de Antonio Bachiller y Morales«.
Claramente imbuido aún por la suspicacia que la obra hiriente y mordaz de Landaluze, en contubernio patriótico-económico con su amigo -y conocido reaccionario e integrista- Juan Martínez Villergas, había desplegado intentando satirizar a la Revolución de Yara.
El reconocido historiador comete el entendible pecado de menospreciar al más reconocido de los pintores españoles costumbristas del siglo XIX en la Isla. Cuya obra ha ganado un reconocimiento progresivo con el paso del tiempo -gracias al preciso y ambicioso nivel de detalle de sus cuadros-, pero en el momento de publicar su libro (1886) claramente Calcagno no tenía la perspectiva ideal para hacer justicia a este vasco que vivió la mayor parte de su vida (cerca de 40 años) en Cuba y que falleció en Guanabacoa, La Habana el 7 de junio de 1889.
La fama de Landaluze alcanzó su cenit en el período comprendido entre 1868 y 1873 cuando desde las páginas del periódico integrista de corte satírico, «El Moro Muza«, desarrolló una profunda campaña de propaganda anti-independentista. La curiosidad nos recuerda que pese a ser considerado el adalid de la ira y la anticubanía por parte de los integristas su fama como caricaturista y dibujante de actualidad pro-español es a su vez uno de los pinceles más veraces del paisajismo costumbrista colonial cubano.
Había conseguido gran trascendencia anteriormente cuando ilustró la conocida obra Los Cubanos pintados por sí mismos (1852), obra polémica por el carácter de sus dibujos que presentaban estampas poco cubanas y prácticamente ignoraban a los negros y mulatos criollos. Como el tiempo permite segundas oportunidades al ilustrar la obra Tipos y costumbres de la Isla de Cuba realizó un trabajo de precisión acertadísimo, que recibió grandes elogios en la época y aportó algo de paz alrededor de su legado.
En prensa
Tras un breve período en Francia llegó a Cuba Víctor Patricio Landaluze alrededor de 1850 (aunque varias fuentes difieren en la fecha) con sus conocimientos de dibujo, litografía y xilografía comenzó a trabajar en varios medios de prensa hasta llegar al semanario El Almendares (cuyo primer número salió el 18 de enero de 1852) bajo las órdenes de Idelfonso Estrada y Zenea.
Sería, curiosamente, Estrada y Zenea uno de los críticos más fervientes del libro Los cubanos pintados por sí mismos, lo cual generó una ruptura entre el dibujante y el semanario. De este período debemos señalar que El Almendares contaba entre sus redactores al poeta Juan Clemente Zenea quien fue ejecutado por el gobierno colonial. Algunas fuentes señalan que este hecho provocó que Víctor Patricio Landaluze moderase su apoyo al gobierno colonial.
Comienza entonces un período en el cual se unirían los caminos de Víctor Patricio Landaluze y Martínez Villergas, prácticamente hasta el final de sus vidas, en el cual colaboran en el primer periódico de caricaturas publicado en Cuba bajo el nombre de «La Charanga» (1857-1860). Tras este sale a la luz «El Moro Muza» (1859-1877) si bien en un primer momento fue de corte literario y social en su segunda etapa destacó por el carácter político, siendo este el más palaciego y antiseparatista de las publicaciones de la época.
El personaje de Liborio, creación de Ricardo de la Torriente, está basado en los dibujos del guajiro con los cuales representaba Víctor Patricio Landaluze a los cubanos.
En él aparecen los dibujos y textos de Landaluze con el seudónimo de Bayaceto. El nombre proviene de la firma usada por Martínez Villergas en algunos textos precedentes. Durante un período de tiempo, coincidiendo con un viaje de este a México y España, se deja de editar el mismo hasta que en octubre de 1869 se reanuda su publicación, siempre contando con Landaluze entre sus más cercanos colaboradores.
Mientras se detuvo la publicación de El Moro Muza por la ausencia de su director, el semanario Don Junípero (que había dirigido en México Villergas entre 1858 y 1859- y que se editó en la isla entre 1864 y 1869 impulsado por Landaluze) siguió la numeración de este hasta que las aguas volvieron a la normalidad y ambos periodistas reunieron su pensamiento reaccionario en la segunda etapa de El Moro Muza.
Una vez se reactivó este semanario dejó de ver la luz el semanario literario-satírico e ilustrado que tenía como nombre el seudónimo más conocido (Don Junípero) de Víctor Patricio Landaluze.
Los antiguos amigos impulsaron otros periódicos de forma conjunta como «Juan Palomo» (seudónimo de Landaluze) que se publicó entre 1868 y 1874. Posterior a este, aprovechando el período conocido como Guerra Chiquita (1879-1881), lanzarían otro semanario bajo el nombre de «Don Circunstancias«, no perdían momento para lanzar nuevas publicaciones.
Victor Patricio Landaluze, más allá de la política
En palabras de José Antonio Portuondo no hay ningún pintor cubano, entonces, que parezca percatarse de la presencia de las masas populares, de los hombres comunes sobre cuyos hombros, esclavos o libres, se asientan las riquezas de la burguesía reformista y anexionista. Tenía que venir a descubrirnos un español reaccionario, Víctor Patricio Landaluze…
Es probable que entre las múltiples citas aportadas por los ensayistas cubanos con respecto a la obra del pintor, y masón bilbaíno, la cita anterior sea la más acertada de acuerdo a la relevancia de Landaluze en la historiografía patria.
Su retrato social permitió que los grandes hacendados criollos llenasen sus salones de estampas típicas de guajiros, romances de negros caleseros con mulatas, bailes de ñáñigos y peleas de gallos. Normalizando la multiculturalidad que forjaba el carácter cubano.
Baste mencionar en este caso a don Fernando Ortiz quien en su artículo «Dos diablitos de Landaluze» expresaba con desespero y entusiasmo cómo había comprado dos cuadros del pintor vasco a precio irrisorio debido a la temática que ilustraban.
Una de ellas representa «El entierro de un ñáñigo» y la otra «Un diablito ante una negra bruja». ¡Quién iba a comprar esas «cosas de negros», «cosas de esclavos» o «cosas del demonio». ¿Para que al verlos se pudiera sospechar que uno tenía algún abuelo carabalí?
Quizás no exista mayor justicia poética que descubrir cómo Víctor Patricio Landaluze terminó siendo el mejor conservador de la memoria visual de las clases más oprimidas de aquella Habana Colonial, tantas veces denostada por sus críticas. No debemos olvidar que Landaluze llegó a ostentar los grados de Coronel del infame Cuerpo de Voluntarios que dejó sucesos terribles durante las guerras por la independencia de Cuba.
Su pluma ágil para la gracieta soez e integrista contrastó con su paleta de atención milimétrica al detalle, cuyo legado está plagado de negritos, mulatas y estampas eminentemente criollas cuya preservación debemos agradecer a su arte. Como refiere el sabio don Fernando Ortiz…
…quizás Cuba para él era un pueblo de negros esclavos, serviles o cimarrones, de bozales y catedráticos, de ñáñigos y curros, de brujos y zacatecas, de negras bolleras y mulatas lascivas, de isleños mayorales y rancheadores, de chinos charadistas y opiómanos, de guajiros galleros y zapateadores en guateques y changüís.
Para muchos cubanos los cuadritos de Landaluze no eran gratos. Sin embargo, muchos pinté el artista, aunque es probable que algunos con la firma de Landaluze sean fraudulentos. Más de un centenar se conservan todavía y constituyen la mejor documentación iconográfica de las costumbres y tipos folklóricos de Cuba en aquella segunda mitad del siglo XIX:
Fernando Ortiz, «Dos diablitos de Landaluze» en Revista Bohemia
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