Cuando en 1964 un joven Humberto Solás tomó rumbo a Europa, para estudiar sobre las nuevas tendencias del cine, no pensaba que aquel viaje significaría una ruptura profunda entre su visión anterior del cine y su creación futura. Será en Manuela, un mediometraje de 1966 donde se produciría el fenómeno que él llamaría «línea divisoria«. Sobre ese viaje diría «El evangelio según San Mateo (Pier Paolo Passolini-1964) fue una experiencia trastornadora, me interesó mucho aquella manera de abordar el tema histórico aquella soltura, aquel estilo, aquel brillo…»

Antes de esta filmación Humberto Solás había realizado una «quema de mitos y fantasmas» en los distintos audiovisuales que había realizado desde su llegada al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) en 1960.

En Manuela , Humberto Solás funda las raíces de su cine: el protagonismo femenino, la presentación de un conflicto entre los problemas individuales de sus personajes y el contexto histórico, y la defensa a ultranza de los derechos de la mujer y el combate del machismo sistémico de la sociedad cubana.

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Ubicado al otro lado del espectro autoral que prefirió Tomás Gutiérrez Alea, considerado la otra gran figura del cine cubano, su interés por el cine histórico y la la búsqueda de la identidad nacional a través de distintos períodos se manifiesta con elocuencia en las complejas contradicciones de la sociedad cubana que plasma en su obra.

Habanero de nacimiento, con residencia familiar ubicada en Aguiar entre Tejadillo y Chacón -al menos en el año 66-, dejará su impronta en el Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara (bautizado con su nombre tras su fallecimiento un 18 de septiembre de 2008) desde el cual buscaba la reinterpretación del Séptimo Arte desde el prisma de países del Tercer Mundo que por necesidades económicas deben adaptar sus presupuestos al máximo, sin sacrificar el ideal de hacer cine de calidad.

¿Quién era Humberto Solás?

Nacido en La Habana un 4 de diciembre de 1941 se licenció en Historia por la Universidad de La Habana y esa sería la tónica de su cine. De marcado corte introspectivo, en busca siempre de las raíces histórica de la formación de la cubanía, a escala de personajes a medio camino del limbo y atrapados por sus circunstancias.

En 1986 su película Un hombre de éxito consiguió tuvo el mérito de ser la primera película cubana nominada al Óscar, posteriormente Fresa y Chocolate de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío recibió la misma nominación.

Con su película Cecilia (1981) la más iconoclasta y compleja que realizó Humberto Solás, con la cual vivió una situación límite al punto de querer abandonar el cine, consiguió ser aceptado para concursar en el certamen de Cannes, siendo la cuarta película cubana que lo consiguió, segunda de un director cubano tras Los Sobrevivientes (1979) de Titón.

Con Un hombre de éxito consiguió la nominación a los premios Goya y con Miel para Oshún (2001) alcanzó el premio Ariel a Mejor Película Iberoamericana en 2002, además de múltiples reconocimientos por sus cortos y documentales que darían para hacer otro artículo.

Cecilia, la película, en palabras de su autor

El onírico mundo de la reinterpretación del mito insular del Siglo XIX, Cecilia Valdés o La Loma del Ángel de Cirilo Villaverde, considerada la gran novela cubana de ese siglo, Humberto Solás se exponía a la crítica como nunca antes. Las dificultades de afrontar un presupuesto tan grande y el rodaje más ambicioso de esa década en Cuba complicó aún más una grabación de por sí ambivalente.

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Humberto Solás y su equipo durante la grabación de Cecilia

Daysi Granados, Raquel Revuelta, Miguel Benavides y el español Imanol Arias integraban un auténtico all stars para la cinemateca nacional. El resultado, producto de la sincretización de varios ritos yorubas con la línea argumental original de Villaverde, fue atacado por diversos sectores periodísticos cubanos. Humberto Solás pareció asumirlo con espíritu el sarcástico de Virgilio Piñera. Años después diría:

Cecilia abrió una etapa que se cerró en sí misma. Constituía la provocación de asumir un clásico de la literatura con un criterio de remodelación y revisión. El resultado de esa operación transgresora desató fuertes críticas, y para mí
fue altamente gratificante.

Al menos sirvió en su momento para alertar sobre la capacidad de encubar y remover prejuicios. No quiero que se vea como un gesto megalomaníaco, pero pienso que fue un suceso contundente. Convulsionó realmente el ambiente social, y por un mes —basta con eso— se habló en la prensa cubana de cine cubano más que de otras cosas. Ahí veo su mérito mayor.

Me sentí extraordinariamente feliz al ver que una película podía despertar tanta curiosidad y polémica. La crítica animó la expectativa del público nacional e internacional más allá de lo presumible. Durante un tiempo se convirtió en
tópico de controversias. Sinceramente, Cecilia me devolvió la confianza en el cine como parte activa de la sociedad. Que una película tuviera esa capacidad demoledora de cuestionar desde una novela hasta una institución, de provocar
un enfrentamiento tan fuerte, me reveló la porción viva de mi trabajo.

Cualquier revalorización que se haga ahora o después será museable. Hice la película en los comienzos de los ochenta como proposición para esa década. Quizás dentro de diez años pueda ser evaluada con más objetividad, pero menor vivacidad.

Cecilia fue el corrosivo que puso en tela de juicio el papel del cine cubano y de la crítica; y las relaciones espectador-obra, espectador-crítica, crítica-autor, no han sido después las mismas. No estoy hablando sólo de la película, sino también de las circunstancias que la acompañaron.

Humberto Solás recuerda a Raquel Revuelta

Bajo su dirección ha tenido a algunas de las más conocidas actrices cubanas de todos los tiempos. Entre ellas podemos mencionar a Adela Legrá, Eslinda Núñez, Silvia Planas, Teté Vergara, Alicia Bustamante, Daysi Granados, Paula Alí, Isabel Santos y Raquel Revuelta… Toda una pléyade de figuras de primer nivel a las cuales dio fuerza con la profundidad de sus personajes. Sobre esta última diría:

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Raquel Revuelta en los años 50

«Raquel Revuelta, tiene el mérito histórico, junto a su hermano Vicente, de plasmar en Cuba el método Stanislavski (con una aproximación cercana al sistema reflexivo de Strasberg) bajo el influjo del cual siguen saliendo actores en la isla.

Además de ese acierto ella es la diva absoluta del cine cubano, un ícono, su rostro arquitectónico siempre esconde mensajes, reflexiones y secretos que brotan ante la cámara. Con ella no puedo usar adjetivos calificativos salvo que es una actriz, con una personalidad potente, rara, de mentalidad cartesiana, distante de lo usual en el trópico, pero sin dejar de ser rotundamente cubana».

Derechos de la mujer

Cuatro de sus filmaciones llevan el nombre de la protagonista como título Manuela, Lucía (1968), Cecilia y Amada (1983), pero además es notable la fuerza de algunos de los personajes femeninos de Un día de noviembre (1972), Miel para Oshún (2001) y Barrio Cuba (2005) que no cesan de buscar su emancipación física y emocional en un recorrido de lucha constante frente al contexto social que parece atraparlas.

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Adela Legrá en una imagen tomada de la película Lucía (Humberto Solás-1968)

«Yo nunca he querido hacer un cine feminista porque eso es imposible. Pero siempre me he querido acercar sin paternalismo ni indulgencias peligrosas al tema femenino… he querido hacerlo con todo el respeto posible, porque la mujer es la máxima reveladora de las contradicciones de cualquier sociedad.

Y dentro del proceso de cambio social de los años 60, no solo en Cuba sino a nivel global, la mujer ha sido el vehículo ideal que yo he encontrado para plasmar, dentro del compromiso histórico que llevamos todos los cineastas con nuestras obras, el testimonio, el estado de criterio del mundo que me rodea».