Cuba ha dado muchos directores de cine brillantes, pero, más allá de que las comparaciones siempre resultan odiosas, el más grande e influyente de todos ha sido Tomás Gutiérrez Alea, Titón; el genio detrás de «La muerte de un burócrata» y «Fresa y chocolate».
Nació el 11 de diciembre de 1928 en La Habana. Desde muy joven sintió pasión por el cine y en 1948 realizó unos cortos humorísticos que representaron su estreno detrás de las cámaras. Tres años después se graduó de abogado en la Universidad de La Habana (una profesión que nunca le interesó, pues su corazón pertenecía al cine) y casi de inmediato se subió a un avión y se fue a estudiar Dirección de Cine a Italia, país que entonces marcaba la pauta más revolucionaria en el séptimo arte.
De regreso a Cuba comenzó a grabar documentales y cortos de humor para Cine Revista y en 1955 sorprendió a la crítica con «El Mégano», un cortometraje sobre las condiciones infrahumanas en que vivían los carboneros en la Ciénaga de Zapata.
Tan sólo «El Mégano», que dirigió a dos manos con Julio García Espinosa y conmovió a la opinión pública nacional, le hubiese bastado a Titón para entrar en la historia del cine cubano, pues el documental, que es una verdadera obra de arte, está considerado por la crítica, como lo mejor de la cinematografía cubana en la década del 50.
Tomás Gutiérrez Alea, el genio innato
En toda profesión existe un tiempo de aprendizaje y perfeccionamiento que puede ser más o menos corto. Salvo en los genios, que parecen saberlo todo de forma natural.
Tomás Gutiérrez Alea fue uno de esos genios. No tuvo tiempo de andar en florituras; se remangó la camisa, se propuso hacer cine, e hizo el mejor de los cines que se podía esperar. Talento puro.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, el apoyo que el nuevo Gobierno del país brindó al cine nacional abrió un mundo de posibilidades a los jóvenes cineastas de la Isla. Para gestionar ese apoyo se creó el ICAIC el 24 de marzo de 1959, entre cuyos fundadores e impulsores más entusiastas estuvo Tomás Gutiérrez Alea.
Sería, precisamente, Titón el director del primer largometraje filmado en Cuba después de 1959: «Historias de la Revolución», una película que logra escapar con arte de la épica revolucionarista barata; todo un mérito del director, si se toma en consideración el contexto de efervescencia socio – política en que se produjo.
Con «Historias de la Revolución» se dio a conocer al mundo Tomás Gutiérrez Alea a nivel internacional (el proceso cubano era entonces la epopeya tropical que todos querían ver). Luego dirigiría, en la década del 60, verdaderas joyas del cine en la Isla como «Las doce sillas», «La muerte de un burócrata» o «Memorias del subdesarrollo». Las dos últimas, en particular, son espectaculares en todo sentido y están consideradas entre las cinco mejores películas cubanas de todos los tiempos.
«Memorias del subdesarrollo», una de las películas más atrevidas que se han realizado en Cuba, lejana del cine positivo y reafirmativo que lastró a buena parte de los filmes cubanos después del 59, mostró al Tomás Gutiérrez Alea, rebelde y contestario, que tanto amó el público y al que odio (más que todo por hacerle el retrato) la ortodoxia y el burocratismo.
Siempre he tenido una actitud crítica. La he mantenido. Creo que es lo más productivo que he podido hacer en mi vida. Este cineasta se mete con lo que cree que está mal en el socialismo. Alguien me decía, y estoy plenamente de acuerdo, que el guión del socialismo es excelente, pero que la puesta en escena deja mucho que desear, y por lo tanto debe ser objeto de crítica. Es la mejor manera de contribuir a su mejoramiento
Entrevista con Tomás Gutiérrez Alea, La Gaceta de Cuba (1993).
En la década del 70 rodaría «La última cena» y «Los sobrevivientes», dos largometrajes que han devenido en películas de culto; y, en 1993, junto a Juan Carlos Tabío, «Fresa y Chocolate», el más conocido de sus filmes y para buena parte de la crítica la película más relevante de la historia del cine cubano.
«Fresa y Chocolate», una película rompedora, que hace recordar al Titón más crítico de los 60, se puede considerar la cumbre de su genio. El filme, de gran calidad en todos sus aspectos, alcanzaría una nóminación al Óscar (un mérito jamás conseguido por otra producción cubana) y lanzaría al estrellato a Jorge Perugorría y Vladimir Cruz, los protagonistas de la historia, junto a la ya consagrada Mirta Ibarra.
La última película en la que trabajo Tomás Gutiérrez Alea – también junto a Tabío – fue «Guantanamera» (1995), una comedia en la que retoma los elementos del cine negro que desarrollara en «La muerte de un burócrata» y «Los sobrevievientes».
«En todas mis películas hay rasgos comunes, continuidad, algo que permite comprender que están hechas por una misma persona…»
Entrevista con Tomás Gutiérrez Alea. La Gaceta de Cuba (1993)
La muerte no le sorprendió el 16 de abril de 1996, pues se sabía enfermo desde hacía tiempo y se había preparado para ella. De hecho, Tomás Gutiérrez Alea llegó a creer que «Fresa y Chocolate» sería su última película y – aunque le deprimía recibir premios y nunca esperó el boom mediático y social que la misma provocó – aceptó el éxito con humildad y alegría porque:
«(…) con ese filme el mundo miraría por fin hacia el cine de su adorada Cuba»
Gutiérrez Alea, Tomás. Volver sobre mis pasos (selección epistolar de Mirta Ibarra). Ediciones Unión. La Habana. 2018.
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