Entre las muchas historias que han traspasado el límite de la realidad, convirtiéndose en leyenda y alcanzando notoriedad está «La leyenda de la niña Cecilia«, llevada a las tablas por el grupo de teatro matancero Mirón Cubano. Pero quince años antes que sucediesen los hechos que dieron origen al mito, en los alrededores del pueblo de Güira de Melena aconteció el tenebroso caso de «El secuestro de la niña Zoila«.
El 11 de noviembre de 1904, en la finca «Reserva», próxima al poblado de Gabriel, una niña de 20 meses llamada Zoila Díaz, jugaba en la parte trasera de la casa en compañía de su hermanito y un primo, todos bajo la atenta mirada de la madre que se afanaba en la cocina. Muy cerca, el padre Don Francisco Díaz laboraba, con algunos trabajadores, en la vegas de Tabaco.
La tarde iba cayendo, sobre la hasta entonces apacible finca familiar, la madre se ausenta diez minutos de la vigilancia de los pequeños para amamantar a su vástago que descansa en la cuna, al volver su hija Zoila no está.
Inquiere a los pequeños por la niña, quienes señalan un platanal vecino, la madre extrañada la busca por las cercanías, pero Zoila no responde y las sombras de la noche están cercanas.
A los gritos desesperados de la mujer acude Don Francisco con sus labriegos, hombres de campo experimentados todos, quienes se dividen las cercanías, en unos minutos han cubierto -mientras gritan el nombre de la pequeña- todo el área que rodea a la casa en al menos cien o doscientos metros.
La niña no aparece, los vecinos de la cercanías se incorporan a la búsqueda, no queda piedra por mover en la zona, ni cañaveral por rebuscar, los rastreadores temen que algún perro jíbaro la haya arrastrado. Al amanecer todo ha sido revisado, no había manera que una niña de 20 meses haya cubierto sola tanto terreno, por lo que se decide dar parte a la autoridad.
Comienzan las pesquisas del caso de la niña Zoila.
A la finca de la infortunada familia acudieron los guardia civiles del cercano pueblo del Gabriel, los de Güira de Melena y la policía municipal. Se extendió la búsqueda ya realizada por los vecinos, y el único resultado fue la aparición de una camiseta con manchas de sangre, nada más. Las autoridades concluyeron que había sido un secuestro y que sólo quedaba esperar la carta de rescate, por lo que retiraron las patrullas y se volvieron a sus puestos.
A partir de entonces el asunto se complicó, pues nunca hubo comunicación alguna, ni pedido monetario, el caso de la niña Zoila se enfriaba.
Un detective triste llega para ayudar
Algo alejado de la zona, en Vereda Nueva, el Sr Valdés lloraba la pérdida reciente de su pequeña hija, víctima de la enfermedad, la cual tenía más o menos la misma edad que la desaparecida Zoila. Por lo que al enterarse por los periódicos pide un permiso a las autoridades provinciales y logra ser comisionado en el caso. Parte el día 14, para tratar de impedirle, con su pericia policial, a los padres de la pequeña el sufrimiento que él atravesaba.
Como detective experimentado, desde el mismo momento de su llegada al andén del Gabriel, el Sr Valdés comenzó a leer el pueblo. Sabía, por casos de secuestros anteriores, que hechos así son enseguida la comidilla del lugar, más aún si se trata de un niño. Pero en las calles nadie habla de ello, ni en la taberna los seis o siete lugareños comentan el caso. Esa fue su primera pista.
Luego de explorar el pueblo el detective se dirige a entrevistarse con el gobernador, al que le comenta su sospecha de que es un trabajo de individuos de la zona, pues no es normal que los moradores no comenten algo como eso, y que usualmente suele significar que los autores son individuos temidos en el lugar. Refiere además que notó una fuerte presencia de sujetos, aparentemente desempleados, con toda la apariencia de resultar ñáñigos.
El gobernador responde negando la presencia en su zona de esas creencias, pero admite que existe un número importante de los entonces llamados negros brujos. El detective anota las señas del que, según las autoridades, es el brujo jefe del pueblo del Gabriel.
El plan
Sin que este escritor pueda explicarse por qué, desde un inicio el detective Valdés se centró en los «negros brujos». Para ello se trazó un plan en el cual se haría pasar por un padre que, para no perder a su hija pequeña, estaba dispuesto a realizar obras de magia oscura.
Inquirió, par darle forma a su plan, por las prendas que vestía la niña en el momento de su desaparición, al serle informado que tenía puesto un collar de azabaches, unos candaditos de oro con coral y unas pulseras de la misma piedra, tuvo claro lo que haría.
Dirigiose a la casa donde moraba el referido jefe de los negros brujos, y al llegar se realizó un diálogo que luego refirió ser más o menos así:
—Oiga, Amaro, vivo en la Habana, en la calle de los Corrales; hace tiempo se me enfermó una niña y me la curó una señora conga que vive en la calle de la Esperanza, por medio de sus secretos; pero ahora se me ha vuelto a enfermar: habiendo estado dos veces en mi casa, dicha señora me dijo que si sabía que entraba médico, no volvería más.
Yo le manifesté que libre estaría que tal sucediera; pero anoche fue a ver a la niña y me expuso que sin pérdida de tiempo viniera a este pueblo y le viera a usted, porque sabía que en estos días había desaparecido una niña que se llamaba Zoila, y que bastaba para que mi hija se ponga buena que usted, que está en el secreto, me entregue el collar que esa tarde tenía puesto Zoila, y que tan pronto se lo diera se lo pondría a mi niña, porque haciéndolo otra pierde la gracia, teniendo que ser colocado en una hora que hay en la noche, que es la hora de la virtud de ella, sin que nadie presencie lo que hace. Este collar se compone de diez azabaches y como de quince corales.
—Bueno, ¿y quién es esa señora y cómo se llama?
—Esa señora se llama Dolores, y le da la vida al que ella quiere; pero también le da la muerte a aquellos que de ella se burlen.
—Yo no recuerdo de esa señora; pero tal vez ella me conozca y sepa cómo me llamo, pues yo voy a muchas reuniones; y siendo así, ¿qué es lo que usted quiere?
—Pues el collar de Zoila para salvar a mi hija, cuésteme lo que me cueste.
—Así tiene que ser, porque unos tienen que morir para que otros vivan.
—En tal circunstancia entregaré a usted veinte centenes por el collar en este momento.
—No puede ser ahora, hay que contar con otra persona que manda más que yo.
—¿Y quién es ese sujeto, Julián?
—Es Jorge Cárdenas, que vive en la calle de la Merced, cerca de la plaza, en Güira de Melena; pero, a propósito, a la una y media me espera en el Gabriel, y tal vez comamos juntos; así es, que usted nos aguardará en la fonda, y allí se lo enseñaré.
—Bien, Julián ; son cerca de las nueve y yo me retiro; en la fonda nos veremos, a fin de poder tomar el tren esta tarde y llevarle a doña Dolores el collar.
Con esta pista caliente en las manos el detective Valdés se encaminó a Güira de Melena, para entrar en tratos con el referido jefe de los brujos, manteniendo su tapadera de padre dispuesto a todo.
La conversación mantenida con Cárdenas le convenció de la existencia de un especie de conspiración, en la cual estaban envueltos varios individuos de la zona.
Con la seguridad de estar en la pista correcta, el detective dio parte a las autoridades municipales, para trazar un plan operativo sobre el grupo de Cárdenas. No podía imaginar que estaba a punto de desatar asuntos, tan turbios, que helarían la sangre a todo el país.
Saludos. Son muchas las historias que con el paso del tiempo se convierten en leyenda y algunas van cambiando su contenido, ya que la tradición oral las enriquece o distorsiona. Hace años escuché sobre esta historia. Supongo que el Profesor Rigo, que conoce muchísimo de la historia de Guira de Melena, tenga más datos sobre esta. Y espero por supuesto que cuente aún con buena salud y su memoria fresca. Agradecer al equipo de esta página por sus publicaciones, todas interesantes.