Si de estilo propio se trata, en Cuba tenemos una gran cantidad de escritores de suma importancia, pero hay un ejemplo singular, un adelantado a su época, al que muchos veían como un hombre raro por lo descarnado de su creación y su temperamento ácido.

Maestro del grotesco y del absurdo, no es otro que Virgilio Piñera, tal vez el escritor más fatal de la historia literaria de esta isla mágica y soleada del Mar Caribe, al decir de Leonardo Padura.

¿Quién alguna vez no ha recordado en un momento de frustración estos versos: la maldita circunstancia del agua por todas partes?

Este célebre autor nació en la ciudad de Cárdenas, en 1912 y murió en La Habana, en 1979. Cultivó con excelencia la dramaturgia, la poesía, la novela y la cuentística, además de colaborar en varias revistas de gran importancia para la cultura cubana como Espuela de Plata, Orígenes y Ciclón.

Virgilio Piñera
Virgilio Piñera vivió en La Habana en sus años finales en un pequeño apartamento en la calle N entre 27 y 25, el edificio hacia esquina con 27 pero tenía la entrada por N.

Virgilio Piñera o la obseción de la creación

Virgilio Piñera estaba obsesionado con el trabajo, con la creación. Para él, el proceso mismo de alumbrar un texto era más importante que toda la repercusión que tuviera después. No es que menospreciara las satisfacciones del éxito -de hecho, vivía hasta cierto punto amargado por el ostracismo que le fue impuesto, pero creía que el valor de una obra estaba por encima de las circunstancias de su tiempo.

La acidez de su carácter también la debe a otros factores, como el de haber sido un homosexual declarado, rechazado por sus cinco hermanos y un padre, decididamente homofóbicos.

Su familia era bastante pobre, y cuando se trasladó a la capital vivió agregado en casa de parientes que no lo apreciaban y para subsistir tuvo que realizar los más disímiles oficios: desde recoger botellas vacías para canjearlas, hasta venderles a sus compañeros de estudio las conferencias de clases. En su hogar le reprochaban que no aportara nada a la economía, pues rara vez le pagaban por sus publicaciones.

También está el hecho de que se consideraba un hombre feo, lo único que le gustaba de sí mismo eran sus ojos claros y sus delicadas manos. Padura se refiere a él como “un hombre de físico “escuálido y conmovedor” hasta el extremo de llegar a parecer también materialmente evanescente como algunos de sus personajes”.

El propio Virgilio dejó muestras de su inconformidad con su cuerpo, como evidencia en estos versos de su poema “La sustitución”:

“Si en este mundo no puedo tener dueño
 porque mi cara espanta a los despiertos, (…)”.

A lo largo de su vida, debido a los difíciles rasgos de su personalidad, fue incomprendido por muchos de sus compañeros intelectuales, que preferían mantenerlo al margen, a pesar de su gran inteligencia:

(…) se hablaba de su sentido y su talento crítico, que era un gran polemista, una persona intolerable, un hombre amargado, un crítico incisivo e insaciable, una inteligencia punzante, una víbora. (…) para otros Piñera era un tipo grotesco y callejero”.

Carlos Espinosa «Virgilio Piñera en persona»

Lo tildaban de irreverente y falta de respeto, pero él se sentía cómodo con esto, estaba dispuesto a soportar privaciones, desde hambre hasta el exilio voluntario con tal de defender sus ideas y mantener una línea de conducta inquebrantable. (Carlos Espinosa)

Fue cronista de una república decadente, oscura y mediocre. Como Oscar, uno de los personajes de su obra “Aire frío”, marchó al extranjero para buscar un camino. Emigró a Argentina con el fin de nutrir su estilo, conocer a otros escritores y poder publicar, pues veía que en Cuba sus sueños no tenían un futuro prometedor.

Los doce años que vivió en la Argentina lo marcaron extraordinariamente, su llegada ocurrió en una época convulsa, pues Perón acababa de ganar las elecciones y comenzaba una revolución popular cuyo lema era: “Alpargatas sí, libros no”, así que continuó siendo un marginal, esta vez en Buenos Aires, de nuevo se frustraban sus sueños de ser escritor.

A pesar de eso, en este país fue donde publicó sus Cuentos fríos, en el año 1956 y su obra apareció varias veces en la revista argentina Sur. También conoció a importantes intelectuales y escritores como Jorge Luis Borges y Witold Gombrowics.

A su regreso a Cuba fue parte del gran movimiento cultural de la Revolución naciente, en las páginas de Lunes de Revolución escribió lúcidos comentarios y reseñas, apasionados y beligerantes.

Pero luego volvió la fatalidad a la vida de Virgilio: fue víctima de erradas “políticas culturales”, prácticamente silenciado por puro prejuicio y absoluta incomprensión, condenado, como él decía en tono de sorna, a “muerte civil”. Como él mismo diría, a su gran amigo Antón Arrufat:

“No me han dejado ni un huequito para respirar. (…) Algún día se verá que tuve razón en quedarme a vivir en mi país”.

Pues a pesar de que fue marginado durante más de una década, decidió que nunca abandonaría Cuba, sabía que tarde o temprano sus obras volverían a ser aclamadas. Aunque trataron de ignorarlo, nadie pudo doblegarlo. Estuvo escribiendo hasta el último momento de su vida.

Años después de su muerte se hizo justicia: sus obras volvieron a la escena, sus textos fueron publicados, su itinerario literario y personal se convirtió en objeto de estudio y reconocimiento, siempre tuvo la presencia del ausente obligado.

Virgilio Piñera, “la oscura cabeza negadora” al decir de Lezama, sigue dialogando en el presente. Siempre pensó que su decisión de quedarse en Cuba tenía motivos que incluso lo trascendían a él mismo. Tenía razón. Logró, como pocos escritores, versionar hitos de la literatura universal en contextos cubanos, y lo hizo de modo tan auténtico que en su obra se mantiene la raíz de universalidad pero se reconoce lo nacional, con sus conflictos.

En sus cuentos y narraciones más largas, Virgilio Piñera va dando pistas de su personalidad, de sus temores y ansiedades, todo ambientado en un mundo extraño, expresionista, que, para algunos, resulta una dimensión metafórica, para otros, tierra de evasiones.

Homosexual declarado, excéntrico, pobre de cuna, irreverente y “contestón”, irónico, iconoclasta, rebelde e inconforme… Virgilio Piñera fue un sobreviviente.