El trasiego habitual de la bahía habanera se vio sacudido por un terrible estruendo, al que siguió al poco tiempo otro de igual potencia. Habían explotado los polvorines de San José y San Felipe ubicados al fondo de la bahía, opuestos a los Muelles del Arsenal. De los distintos polvorines que allí estaban ubicados estos dos eran los más cercanos a la ensenada de Atarés.

El suceso generó grandes daños en las estructuras de la ciudad, así como en la fábrica de gas cercana a la zona de la explosión, conjuntamente con un estado de nerviosismo y terror en la población que viendo los daños en sus viviendas salió a la calle temiendo los derrumbes que finalmente ocurrieron en varias zonas de la ciudad.

Un rayo al mediodía

No pasaban de la una de la tarde los relojes aquel 29 de abril de 1884 cuando el azar tuvo el caprichoso deseo de conjuntar «un rayo» con los peligrosos polvorines de San José y San Felipe. La Habana que llevaba décadas sin sufrir ninguna acción de guerra se sumió en un caos generalizado.

Los consabidos sabelotodos que brotan de las esquinas habaneras para realizar sus peñas de opinión comenzaron a elucubrar los causantes del suceso. Unos apuntaron a que la explosión había sido en el convento de San Francisco donde aseguraban que los frailes tenían enormes cantidades de pólvora.

Cierta muchedumbre al llegar a la esquina de las calles Amargura y Cuba se encontró con la presencia allí de los asustados frailes que, enloquecidos, buscaban explicación al suceso. La infraestructura de la entonces también casa de Correos apenas había sufrido algunos daños en los vitrales.

La muchedumbre entonces se debatió entre los muelles de Tallapiedra, el cuartel de Artillería (donde radicaría el Archivo Nacional años después) mientras que otros giraban la vista a la entrada de la bahía y decían que «la cosa era en la Maestranza de Artillería«.

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Ubicación de los polvorines de San José y San Felipe

Sin embargo los vecinos que huían de la zona de la bahía, adentrándose en la ciudad iban corriendo la voz «explotaron los polvorines de San José y San Felipe«, y va a explotar todo el Arsenal.

Los polvorines de San José y San Felipe, leyenda contra realidad

Aquel día nacieron en la capital Bárbaras (en honor a la Santa Patrona de los artilleros) y Lorenzos (en honor al santo de las parrillas) casi en exclusiva. Los habaneros acostumbrados al bullicio pero no al estruendo de la pólvora decidieron agradecer a los santos, por aquello de evitar la ira de los dioses.

La realidad es que si se evitaron más pérdidas humanas y materiales fue porque una vez ubicado el lugar de la explosión, por la gran humareda y el incipiente fuego que se observaba en aquella ubicación, no pocos valientes se dirigieron en los botecillos que reinaban en la bahía para evitar que el fuego alcanzase a los polvorines de la Armada, de San Antonio y los almacenes de los Hacendados, todos cercanos y en peligro.

Debido a la onda expansiva cuentan los cronistas de la época que muchos asentamientos irregulares de Jesús del Monte y el Cerro sufrieron los derrumbes más graves. Las cañerías del alumbrado y los gasómetros de Tallapiedra de la Compañía Gas Light fueron los más dañados sumiendo a la población en la oscuridad de décadas atrás cuando La Habana no contaba con alumbrado público y se debían servir los ciudadanos de farolitos y velas.

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Los muertos por la explosión de los polvorines de San José y San Felipe fueron militares en su mayoría

Días después llegó el informe que reportaba en más de 40 las víctimas entre heridos y muertos. En su inmensa mayoría los muertos pertenecían al batallón Borbón encargado de custodiar ambos polvorines. Quiso la fortuna que el oficial Mariño, al frente de dicha dotación, se salvase por encontrarse con un pase para visitar a su familia que había venido a visitarlo desde España.

El primer polvorín que hizo explosión fue el de San José, que contenía 12,300 kilogramos de pólvora, un millón doscientos mil cartuchos de fusil de diversos sistemas (de los cuales se han recogido muchos
sin estallar), y una pequeña cantidad de dinamita, «procedente de un decomiso; la segunda detonación, que se oyó cuatro minutos después, la causó el San Felipe y uno de los gasómetros de la Fábrica Española del Gas, que reventó casi simultáneamente. Dicho polvorín contenía doscientos mil kilogramos de pólvora del Estado, de diversas clases.
El valor de ia pólvora perdida puede calcularse en ciento veinte mil pesos.

Tomado del informe de la explosión de los polvorines de San José y San Felipe

Dos oficiales conocidos en la ciudad por sus conferencias y tertulias sobre la pólvora, las armas y los avances militares resultaron muertos también en el suceso. Eran ellos el teniente de artillería Tomás Mansilla, quien estaba inspeccionando los polvorines ese día, y el capitán de artillería Arturo Rodríguez, hombre que días antes en el Círculo Militar del Paseo del Prado había disertado sobre el uso de la dinamita con fines constructivos.

Enseguida la leyenda superó al suceso. Algunos contaban que la cabeza de uno de los soldados que guardaban los polvorines de San José y San Felipe cayó en el patio de una casa de San Isidro, otros contaban que el estruendo se había escuchado a 15 millas a la redonda del lugar de la explosión.

Los hechos definitivos

Aunque en un primer momento algunos testigos hablaron de un rayo, las autoridades encabezadas por el gobernador de La Habana Juan Ales, Marques de Altagracia, determinaron que fue un cohete mojado, mal operado durante el soleo de pólvora rutinario, lo que causó la explosión.

La Habana Ilustrada
Zona de los muelles de San Francisco en 1900

En Madrid se hicieron eco del suceso, no sería esta la primera ni la última explosión e incendio en la zona de la bahía de La Habana que estremecería a la ciudad y a la capital de la metrópoli.

Si el 22 de julio de 1863 el incendio de los almacenes de Regla provocó la pérdida de sesenta mil sacos de azúcar y fue una desgracia económica con la pérdida de dos millones de pesos, la explosión el 24 de febrero de 1898 del U.S.S Maine tendría nefastos efectos para el poder colonial español en Cuba. Esa es otra historia que contamos también aquí.