Modestia aparte, mi anterior artículo sobre los novios de sillones ha alcanzado un éxito grande, franco, extraordinario, debido, sin duda, a la vital importancia y trascendencia del tema en él desarrollado.
Hombres y mujeres de todas edades y condiciones, ya personalmente, ya por carta o por teléfono y hasta uno por cable, han emitido su opinión sobre el problema que, al final de mi trabajo, presenté a los lectores para que ellos lo resolvieran:
« ¿Qué papel componen, entre los novios de sillones, la respetable señora mamá y su sillón?».
En la imposibilidad de publicar todas las respuestas recibidas, doy a conocer las más notables.
El mismo sábado, por la tarde, encontré en mi mesa de redacción una epístola escrita por un novio y su respectiva novia. Aunque no resuelve el problema, por ser la primera carta que recibí, la inserto a continuación.
Dice así:
«Sr. Roig de Leuchsenring. Estimado señor: En contestación a su escrito sobre los novios de sillones, voy a manifestarle que soy uno de tantos. A mi parecer creo que mi futura mamá desea saber si soy buen afinador y al mismo tiempo recuerda cuando ella era piano. Atentamente, Un incansable afinador».
En la otra cara del pliego, dice la novia:
«Tan largo como su apellido debe ser usted. ¡Ay!; pobrecita de la suegra que le toque a usted, Cachita».
Un individuo que se firma: «Una Víctima», y que, probablemente, lo es de su futura suegra, me dice:
«Hace tres años que llevo relaciones. Mi futura suegra no me pierde pie ni pisada. Es nuestra sombra. Ni duerme ni lee los periódicos. Nos acosa, nos martiriza. Conmigo, su papel es el de verdugo, y para mayor desgracia, desde que tengo que soportarla, no ha habido en Cuba ni ciclones, ni siquiera un modesto ras de mar».
Otro me escribe:
«No componen ningún papel. El Secretario de Gobernación debía suprimirlas o el Jefe Local de Sanidad debía ordenar se hiciera con ellos, como se hizo con los tarecos viejos durante la primera Intervención americana, una requisa y recogida general de futuras suegras y sus sillones. Son dañinos a la salud pública. Van contra el ornato. Desdicen de una gran capital».
Un novio, aficionado, según parece, a los estudios históricos, opina:
«Tienen un origen histórico. En la época de los piratas, la mamá era indispensable en las relaciones, y no podía perder de vista a su hija para evitar que se la llevase algún bucanero o corsario, de los que frecuentemente asaltaban la Isla, arrasando con personas y bienes. Después pedían por las niñas secuestradas grueso rescate. Se dio también el caso de ser los mismos novios los que disfrazados de piratas, se llevaban a las novias. Entonces, como es de suponerse, cargaban con el dinero y la muchacha».
Un habanero se expresa así:
«Hasta ahora la mamá no componía ningún papel entre los novios de sillones. De aquí en adelante servirá para sustituir a los serenos, que van a ser suprimidos por el Ayuntamiento».
De un solterón empedernido:
«No deben suprimirse las futuras mamás suegras. En ciertas épocas del año, cuando en La Habana se cierran los teatros y no hay donde pasar la noche, ellas constituyen una de las diversiones y entretenimientos nocturnos. No hay nada más cómico que el espectáculo que ofrecen a la vista del público los novios de sillones y la mamá».
P. P. L. me manifiesta:
«Es una costumbre más o menos ridícula; pero acuérdese de lo que dice Voltaire —no Vultaire:
— «Nada hay tan respetable como una antigua costumbre».
Sería interminable el seguir copiando las restantes misivas que he recibido, ya que en ninguna de ellas se resuelve satisfactoriamente el problema planteado.
Sólo voy a dar cuenta, por ser de quien es, de un cablegrama que desde los Estados Unidos, donde se encuentra, me ha enviado el doctor Lanuza. Dice así:
«Roig de Leuchsenring. Habana. Frase triángulo relaciones, no es mía. Le felicito por ella. Asunto su artículo muy complicado. Véame regreso. Lanuza».
En cuanto a la pregunta por mí formulada, creo, como el Doctor Lanuza, que es asunto muy complicado; y me parece lo más oportuno que cada cual lo resuelva prácticamente como mejor pueda, ateniéndose desde luego, a las consecuencias.
En cuestión de suegras, lo mejor es no tenerlas. Ya lo dice la copla popular:
Quien tuviera la suerte de Adán y Eva que en su vida tuvieron suegro ni suegra.
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