La Quinta San José (que no debe confundirse con la mansión colonial de igual nombre construida en las cercanías de la Esquina de Tejas) fue una casa de veraneo situada en la Calzada Real de Marianao, esquina José Miguel Gómez (actuales 51 y 92), en el barrio de Pogolotti, Marianao, donde hoy se alza el complejo deportivo Jesús Menéndez.

Propiedad original de la familia Pedroso, la Quinta San José se construyó en 1857 a medio camino entre Puentes Grandes y Los Pocitos, que eran, a mediados del siglo XIX, dos de los lugares preferidos de veraneo de las familias más acaudaladas de La Habana.

Quinta San José de Finlay a Lydia Cabrera

De imponente aspecto neoclásico – como la gran mayoría de las quintas construidas en la centuria decimonónica en La Habana – la Quinta San José se mantuvo arrendada la mayor parte de su más de un siglo de existencia, pero nunca dejó de pertenecer a los descendientes de los Pedroso, para los cuales la mansión colonial significaba casi una santa heredad.

Entre 1872 y 1883 la Quinta San José estuvo alquilada a los jesuitas, los cuales establecieron en el lugar un centro de aclimatación de los sacerdotes procedentes de España.

Como el lugar se mantenía casi inmune al flagelo de la fiebre amarilla, fue escogido por el sabio cubano Carlos J. Finlay para realizar los experimentos que le llevaron a su teoría sobre la existencia de un agente transmisor de esa enfermedad, la cual sería validada 15 años después por la Comisión Médica Militar del Ejército de los Estados Unidos en la misma finca San José.

Su última propietaria fue María Teresa Rojas «Titina», quien además de la casa quinta San José, heredó las tierras contiguas a esta que se extendían hasta los límites del ingenio Toledo y que totalizaban casi 40 hectáreas.

Titina, mujer culta y amante de las letras y la historia, decidió restaurar la Quinta San José y en 1938 sometió a la casi centenaria casona a una cuidadosa intervención que se prolongó por tres años y que le devolvió todo el esplendor de antaño.

Rodeada de altas tapias y retirada un centenar de metros desde el portón que daba a la Calzada Real, la Quinta San José fue el retiro de paz y sosiego que escogió Titina para instalarse con su amiga, la etnóloga Lydia Cabrera.

La presencia de Lydia atrajo a la Quinta San José a numerosos intelectuales, algunos de los cuales quedaron impresionados con la belleza de la casona:

«Museo viviente del estilo de Cuba; del estilo logrado hecho ya cifra. Los muebles, lejos de robar espacio aquí donde el espejo es lujo imprescindible, lo dejan ampliamente. Alacenas, consolas, espejos, cuadros, distribuyen el espacio modulándolo, lo que es secreto de toda composición plástica acabada (…) A la hora en que la destrucción amenaza a las mas bellas y puras muestras del estilo cubano, la presencia viviente de esa Quinta San José adquiere categoría de ejemplo.»

María Zambrano. Bohemia. 20 de julio de 1952

En la Quinta San José, Lydia Cabrera desarrolló la mayor parte de su trabajo etnográfico y dio forma a sus obras más importantes: Allí nacieron sus «Cuentos negros» (1948) y «La sociedad secreta Abakuá» (1958) y se terminó «El monte» (1955), considerada como la biblia de las religiones y liturgias afrocubanas.

La Quinta San José se convirtió en un tenplo al que debían peregrinar las figuras más importantes de las letras y las ciencias cubanas, desde el aristocrático Alejo Carpentier hasta el sabio y achacoso Fernando Ortiz, cuñado y mentor de Lydia.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, Titina y Lydia Cabrera abandonaron el país y la Quinta San José quedó en manos del Estado cubano.

Increíblemente y a pesar de encontrarse en óptimas condiciones por haber sido cuidadosamente restaurada pocos años antes, las nuevas autoridades tomaron la decisión de sacar todas las riquezas de la Quinta San José y demoler la histórica casona para construir sobre sus cimientos el Consejo Voluntario Deportivo Jesús Menéndez, el cual fue inaugurado el 8 de marzo de 1962 (muchos vieron en ese acto de destrucción injustificado el anhelo in

De la histórica quinta nada quedó, sólo las palmas que custodiaban el camino de entrada a la vieja casona, que tantos hitos trascendentes de la historia de Cuba tuvo la suerte de contemplar.