Conocidas y temidas, pero a fin de cuentas necesarias para algunos, las casas de empeño existieron en La Habana de forma legal desde tiempos coloniales. Amparadas por la legalidad y con contratos que ataban y, hasta cierto punto, protegían a los clientes, eran la contraparte de un personaje más peligroso, cuyas formas y ataduras eran casi siempre ilegales y hasta violentas.

Este «bandido» cuya arma era el interés y los plazos, se hizo también figura central de muchos debates en la sociedad cubana. No se podía desconocer su presencia al margen de la ley. Acudían a él lo mismo figuras públicas que empleados comunes que se veían asfixiados por el garrotero.

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Casa de empeño El dos de mayo, anuncio de 1897

Término que engloba perfectamente las artes utilizada por este prestamista para atar a sus clientes y asfixiar lentamente su bolsillo e ilusiones.

El garrotero

Si nos atenemos a la definición que da Constantino Suárez en su Vocabulario Cubano (1921) obtenemos que por garrotero en Cuba significa lo mismo que un «tacaño«, «usurero«. «Un comerciante muy garrotero«. Este término, por supuesto, viene del garrote (leer más sobre este instrumento de tortura aquí) y de la práctica de algunos prestamistas que iban asfixiando con intereses progresivos a sus clientes.

«Abonarla por lo menos los intereses de los 20 pesos que bondadosamente me facilitó un garrotero hace unos
meses». Así respondía en 1937 un empleado público a una encuesta de la revista Bohemia sobre qué haría con un millón de pesos.

7 de febrero de 1937

Aunque etimológicamente el término «garrote» probablemente procede de Francia y su acepción más antigua (de alrededor de 1300) sería «proyectil de madera que se lanzaba con una especie de ballesta«.

Eran común los anuncios de casas de empeño en inglés de finales del siglo XIX en una guía de turismo estadounidense.

Aunque señala Joan Corominas en su Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana (Tercera Edición, 1987) que la etimología es bastante oscura esta palabra proviene de waroc, del verbo waroquier o garoquier y probablemente de ahí proviene el término «agarrotar, apretar con cuerdas, lanzar» de origen germánico.

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El periodista José Marrero usó el seudónimo Fray Justo Garrote para escribir en varios periódicos de La Habana en 1814 algunas críticas de actualidad, el término no fue casual. El garrote era entonces sinónimo de «macana» palo que se usaba para golpear, justo lo que buscaba el periodista.

Quizás la acepción cubana del término proceda del uso que hicieron los prestamistas de este «método» para cobrar sus deudas, pero no existe mejor definición de este fenómeno que la crónica de ese gran costumbrista que fue Carlos Robreño.

La tragedia económica de cualquier cubano que por un imperativo categórico de la existencia tiene que comprar terminados muebles: un juego de cuarto o un juego de comedor.

Lee todos los anuncios de los periódicos; luego recorre diversas calles, con intención de observar las vidrieras; escoge uno con la vista y hasta se atreve a averiguar el precio.

Ya sólo falta tener el dinero en la mano para realizar la operación. Y se inicia el largo y angustioso proceso de encontrar en un «bicho» de la Charada, en un terminal de Castillo, en una centena de la «Central» o en un «parlay» de la China, la solución de su problema.

Al cabo de varias semanas se convence de la inutilidad del medio empleado, no sin que le haya costado algún dinero la experiencia, y al fin se decide ir a la mueblería a fin de llegar a un entendimiento con el comerciante y sacar los muebles a plazos.

Su valor es de 200 pesos, pero en esa forma dilatada, el dueño de la mueblería hace en su presencia distintas operaciones aritméticas que él no entiende y al fin, como una ganga, se lo deja en 600 pesos, a pagar 25 pesos al mes. ¡Un verdadero regalo!

Las dos primeras mensualidades son abonadas con escrupulosa puntualidad. La tercera es demorada por circunstancias fáciles de comprender. En la cuarta ocurre el primer fallo que, al unirse con el quinto vencimiento, se hace imposible de solventar. Se acumulan varios plazos.

El mueblista apremia, casi amenaza y, ante el temor y la vergüenza de que le quiten lo que ya considera suyo, recurre al extremo heroico. ¡El garrotero!

Aquel señor que en la oficina se le ha ofrecido en distintas ocasiones con idea de servirlo, puede salvarle por el momento la situación. Y efectivamente, como un favor especial, le presta los cien pesos que necesita para ponerse al día con el comerciante, mediante el módico interés del veinte por ciento mensual.

¡Casi un regalo!

Son ya cuarenta y cinco pesos los que tiene que pagar cada treinta días este resignado ciudadano que trata por todos los medios de cumplir sus compromisos, pero se entorpecen sus cálculos y agobiado por el comerciante y el garrotero, busca otro garrotero!

Rápidamente lo encuentra. Le facilita los doscientos pesos necesarios, mediante la firma de cheques en blanco y también con el módico interés del veinte por ciento…

¡Con ochenta y cinco pesos al mes queda libre de todo compromiso económico, cada treinta días, este buen hombre!

Y durante meses y meses trata de lograrlo, pero no puede más. Ya no encuentra quien le facilite dinero, porque se ha corrido la voz de su incumplimiento.

El cuitado se desespera y al cabo del año ha pagado más de mil pesos por lo que sólo vale doscientos y está a punto de perder los muebles, perder la vida, bien por la vía del suicidio o del homicidio o de perder la vergüenza… y seguir viviendo sin pagarle a nadie.

Carlos Robreño en El Mundo, septiembre de 1956

Las casas de empeño o «casa de padrinos»

Si buscamos los orígenes de las casas de empeño en La Habana probablemente sorprenda al lector descubrir que la primera de ellas fue estatal y respondía al nombre de Monte Pío. Fundada en 1844 y tras estar en varias ubicaciones estuvo durante décadas en la casona número 8 de la calle Oficios.

En aquellos años dicha calle era una de las principales arterias comerciales y de interés político-económico de la ciudad. El Monte Pío tenía a su lado el consulado de la República de México y el de Chile, que en 1859 estaban representadas por el comerciante Ramón Carballo. Este empresario poseía además en el número 9 una oficina donde ejercía como Dependiente Auxiliar de Corredores para Gregorio Ortega.

Algunos anuncios publicados entre 1884 y 1887 en la prensa habanera de la época.

En la guía comercial de La Habana de 1859 la describían así:

MONTE-PIO UNIVERSAL: Caja de ahorros para todas las clases. Compañía española de seguros mutuos sobre la vida, cuyos estatutos han sido aprobados por el Gobierno de S. M . de acuerdo con lo informado, por el Tribunal contencioso-administrativo y otras varias corporaciones.

Primera y única sociedad que cobra los derechos de administración en cinco años en vez de exigirlos al contado. Inversión inmediata en títulos de la renta diferida del 3 por 100 español.— Inspectores generales de América: D. Tomás Raya y D. Sebastian González. Inspección general de América, calle de San Ignacio n. 103, esquina á la de O’Reilly.

En el mismo edificio también compartía espacio con la Sombrerería de Manuel Carbajal razón por la cual se le llamaba también «ir a por sombreros«. Pero con el tiempo el Monte Pío, que aplicaba una tarifa del diez por ciento anual gracias a la financiación del gobierno, fue perdiendo poderío económico frente a los garroteros de oficio o las casas de empeño particulares.

A diferencia de la competencia el hecho de dar dinero casi por cualquier objeto conspiraba con el Monte Pío (también conocido como Monte de Piedad), sumado a que las ganancias de sus competidores, que aplicaban un 20 e incluso un 30 por ciento mensual, les permitían prestar sumas más elevadas, además de usar la violencia para cobrar las deudas.

Casas de PréstamoDueñoDirección
La Nueva Protectora D. Isidro AlonsoCalle Obrapía 45
La FavoritaD. Casimiro MartínezCalle Egido 4
Mi EsperanzaD. Miguel LópezCalle Suárez 4
Nueva MisceláneaS. S. López y Cía.Calle Compostela 44
La AmericanaD. Rafael R. MaribonaCalle Salud y Campanario
La Nueva ProvinciaD. Francisco SilvaCalle Reina 117
La UniónD. Manuel Muñiz y Celestino PulidoCalle Reina y Águila
La FavorecedoraD. José Valentin DapioCalle Bernaza 15
La Mina de OroS. S. Pendás, Suárez y Cía.Calle Bernaza 11
En 1880 había diez casas de préstamos en La Habana y una en Matanzas. Mientras que solo existía una casa de empeños La Fé, sita en la calle Reina 13 y registrada a nombre Domingo Falgueira y Cía.

Resulta curioso leer en la Gaceta de La Habana de enero de 1853 un anuncio de subasta donde entre otros enseres se divulgan «unas despabiladeras con su plato, un orinal, una tachuela, dos cucharones y una jabonera de plata». La tasación del lote era de cuarenta y nueve pesetas. Una cifra respetable.

Las casas de padrinos

Hemos mencionado en otros artículos la importancia que llegó a poseer la figura del padrino en la sociedad cubana de siglos pasados. El famoso dicho «el que tiene padrino se bautiza» (leer más aquí) pasó al habla coloquial para mitificar esta figura que salvaba a sus ahijados en momentos de desesperanza.

A las casas de empeños se les empezó a llamar «casas de padrinos» por proveer dinero rápido cuando no habían otras opciones. Eso sí, a cambio de alguna prenda, joya u objeto de relativo valor como fianza. Según costumbristas de la época para evitar usar la palabra empeño o garrotero existían frases como «voy a tirar la majagua a casa de padrino«, «¿mi reloj? hace tiempo lo tiene padrino» o «a esa fiesta voy yo de todos modos, aunque tenga que recurrir a padrino«.

Anuncios de casas de empeño y préstamo entre 1882 y 1884

Pero a veces los afortunados también eran los prestamistas, como cuenta Federico Villoch de un conocido suyo llamado Enrique Chao Floreiro a quien le empeñaron veinte décimos del número 14 346 de la Lotería Nacional por dos pesos. El dueño de dicho número desconfió u olvidó la fortuna y no regresó a por sus décimos. Casi catorce mil pesos sacó Chao Floreiro, que rápidamente convirtió en dos casas en la barriada del Cerro.

Federico Villoch además de escritor costumbrista fue un notable dramaturgo en el teatro Alhambra.

Con ese genio particular de Villoch, a medio camino de la realidad y la ficción, solo podemos repetir el cantar:

No creas que la fortuna, 
de nos se acerca o aparta, 
que si el anillo es de suerte, 
él solo viene y se ensarta.  

Calles de empeño

En la calle Oficios algunas casas quisieron emular al Monte Pío cuando este no pudo hacer frente a todos los empeños y préstamos. En La Habana la mayoría de las casas de empeño también prestaban dinero al por mayor, aunque las casas de préstamo solamente se dedicaban a ese negocio, sin involucrarse en los empeños que resultaban más trabajosos de cobrar.

Los emprendedores vieron rápidamente que el empeño iba acompañado del vicio y de la fiesta así que poco a poco se acercaron a los muelles y posteriormente la calle Bernaza se convirtió durante años en uno de los principales anzuelos de turistas, borrachos y desesperados. Esta calle tomó tal calado que el tramo entre Obispo y Obrapía era conocido como la calle de los brillantes.

Un anuncio de La Segunda Mina en el año 1920

Precisamente en esta calle tuvo asiento «La Cruz de Oro» -entre 1880 y 1882- primera joyería-casa de empeños de Joaquín Ardavín, uno de los joyeros más famosos de La Habana, quien posteriormente se trasladó a la calle Obispo y durante veinticinco años creó un imperio difícil de igualar. Algunos de los puños de bastones que vendían costaban más de mil pesos siendo joyas exclusivísimas, al alcance solo de los verdaderos millonarios.

Poseer un puño de bastón de Ardavín era un lujo que de por sí denotaba poder adquisitivo. Motivo por el cual el Cuerpo de Voluntarios decidió donar al Capitán General Sabas Marín un bastón de mando obra de Ardavín en 1887, cuando recibió el nombramiento que lo situaba al frente de la Isla de Cuba.

Consiste el presente, como hemos dicho, en una magnífica caña de Indias, con puño y regatón de oro. El puño , de estructura gótica, tiene sobrepuestos los escudos de España , la isla de Cuba y la Habana, de oro mate, con orlas de finísimos diamantes y rosetas de las mismas piedras preciosas.

En el anillo que une el puño con la caña se lee esta inscripción; «El Instituto de Voluntarios a su digno Subinspector, hoy Teniente General, Excmo. Sr. D. Sabas Marín. Julio 11 de 1887.»

Todo el trabajo está ejecutado con el mayor esmero y el mejor gusto artístico, como obra del muy acreditado y hábil artífice Sr. Ardavín.

Diario de la Marina, 8 de septiembre de 1887

Como vemos los prestamistas hicieron fortuna y conexiones sin ser denostados por el origen de sus fortunas. El mencionado joyero ejerció como comandante de la Tercera Compañía del 3º Batallón de Voluntarios de La Habana -incluso llegaría a general-, además de ejercer como vocal de la Sociedad Castellana de Beneficencia, vicepresidente del Partido Unión Constitucional en el barrio de Santo Cristo y alcalde de este barrio (1893).

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Anuncio de 1907

Cuando Ardavín se trasladó a la calle Obispo en su lugar se abrió otra casa de empeño con el polémico nombre de «La Nueva Mina» perteneciente a Manuel Torriente. Ese establecimiento fue famoso en 1920 por una disputa durante una subasta que provocó la muerte de un comprador. El agresor de apellido Granados fue posteriormente indultado por el presidente Alfredo Zayas.

Volviendo a las casas de empeño en la calle Salud existieron también varias casas por la cercanía al barrio Chino, pero donde estas afloraron fue en el barrio de Colón donde según algunos cronistas podían coincidir cuatro o cinco en cada acera. Estas casas modernizadas dejaron de aceptar cualquier tipo de objeto y comenzaron a especializarse en joyas y metales de valor.

La casas de empeños La Reforma, en calzada del Monte y Carmen tenía gran volumen de ventas en 1913 y se mantuvo entre las más famosas de la zona.

A partir de 1959 desaparecieron estas casas sin que por ello lo hiciese la necesidad del ser humano de obtener dinero rápido para alguna urgencia. Como no existían estos lugares de cierta legalidad no quedó otra al habanero que recurrir al garrotero de barrio, dueño de sus propias condiciones de cobro.