El teatro Alhambra es de sobras conocido por los más de treinta años que fue sede del teatro vernáculo cubano por excelencia, pero lo que es desconocido por muchos lectores son los duelos ocurridos en el escenario del teatro Alhambra.

Está usted leyendo bien, tras la tercera sesión del día los mozos de la limpieza procedían a adecentar el lugar para el primer espectáculo del día que nada tenía que ver con las funciones del negrito, el gallego y la mulata cubanísima.

En aquel «tablado de la antigua farsa» -como le llamó Enrique Uthoff– sucedía un hecho bastante común en aquellos tiempos: el duelo por desagravios, los más publicitados casi siempre se producían entre miembros de la política o del periodismo.

Sobre los duelos hemos mencionado a varios periodistas como Miguel de Marcos o sucesos como «Los duelos en la Acera del Louvre» de Luis Bay Sevilla que detallan en mayor profundidad sucesos específicos que rodean las querellas caballerescas entre la pluma y la espada.

Duelos ocurridos en el escenario del Teatro Alhambra

Notables figuras como el insigne General del Ejército Libertador y connotado caudillo liberal Enrique Loynaz del Castillo midieron su espada en el gran «teatro del regocijo» habanero. El padre de nuestra Dulce María Loynaz y Muñoz fue un hombre enérgico e impulsivo, su arrojo lo llevó a la manigua nuevamente durante la guerrita de agosto de 1906 que provocó la segunda intervención norteamericana, previo escape de película (leer más aquí).

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Enrique Loynaz del Castillo y sus hermanos durante el levantamiento de los Liberales en 1906, conocido como la Guerrita de Agosto. Loynaz fue uno de los políticos más conocidos envuelto en los duelos ocurridos en el escenario del teatro Alhambra.

Así que no debe extrañar su nombre en esta lista, tampoco el de su adversario, uno de los grandes nombres de aquel momento en el periodismo cubano, Enrique Quiñones. El entonces director del diario conservador «El Día«, que luego dirigió Armando Andréel hombre que quiso volar el Palacio de los Capitanes Generales con Weyler y su estado mayor dentro-, también era representante a la Cámara y allí tuvo algunos desencuentros con Loynaz del Castillo, que luego continuarían en la prensa diaria.

El General olvidó que también era un hombre de arte y pluma, había compuesto el Himno de la Invasión del Ejército Libertador, y conminó a Quiñones, acero de por medio, en uno de los más famosos ocurridos duelos en el escenario del Teatro Alhambra.

Apenas unas heridas leves se llevaron ambos del suceso, pero meses después en la esquina de Prado y Virtudes, asesinado por un esposo celoso y ultrajado, encontró Quiñones su fin, debido a un drama pasional y no a una cuestión política como se insinuó, con el objetivo de manchar a Loynaz del Castillo, por algunos de los políticos conservadores de la época.

Sangre, sudor y teatro

Poco importaba que aquella improvisada arena del teatro Alhambra fuera, al mismo tiempo, el centro por antonomasia del humor criollo con Regino López, Eloísa Trías y los excelsos libretistas Gustavo Robreño o Federico Villoch.

A primera hora del día, y con los ecos de la risa nocturna aún rondando el humilde coliseo, sonaban los honorables aceros, la mar de las veces torpemente manejados.

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Aquella sociedad habanera estaba acostumbrada a dichos duelos, vistos aún como rezagos de caballeresca hidalguía, esténtores anacrónicos del siglo anterior. De vez en cuando alguno de estos duelos tenía fatales consecuencias y provocaba la muerte de uno, o ambos, de los contendientes como ocurrió cuando Pancho Varona Murias apagó de un disparo la vida de Pascasio Álvarez.

Algo parecido ocurrió con el joven Rodolfo Warren en abril de 1913 cuando fue abatido de un disparo por un joven de aristocrática familia.

La revista Bohemia señaló «su muerte sentidísima, pudo haberse evitado, según unos, por personas que se excedieron en un rigor no acostumbrado, o muy pocas veces visto en idénticos lances«. Para terminar sentenciando «repetimos que la fatalidad si van a buscarla, llega precisamente; y la fatalidad llegó cuando el joven Warren, a veinte pasos se colocó delante de un buen tirador«.

El ilustre periodista Carlos Robreño, hijo de Gustavo, añade otro desenlace fatal, pólvora de por medio, entre Duzuvil y Jorrín. No fueron los únicos de la época, pero sí los más reseñados en la prensa habanera. En el interior del país esta práctica también se multiplicó con menor repercusión en la prensa.

Por supuesto, pólvora, polémica y honor de por medio, el suceso más trascendente de aquella época, aunque no fuese un duelo con sus marciales reglas, resultó el asesinato de Armando de la Riva por Ernesto Asbert, (leer más aquí).

Con estos precedentes entendieron los duelistas cubanos de la época que el pretérito desenlace de las espadas, y a primera sangre, era un acto más acorde con la modernidad y la conservación de la vida propia.

Curiosamente sería Eduardo Alonso, el reconocidísimo periodista y crítico teatral que firmaba como «Amadis», a quien se le conocería como el hombre de los mil duelos por su presencia, bien como padrino, bien como juez de campo, en la inmensa mayoría de los duelos en el escenario del teatro Alhambra. Aunque no todos se desarrollaban en el escenario, en algunas ocasiones por cuestiones del atrezzo colocado, no se podía desalojar el mismo y se realizaban los duelos en el patio contiguo a la sala de la platea.

La ubicación del teatro Alhambra en el universo teatral cubano como sede de lo más criollo de las tablas, es extensible también a la personalidad explosiva y orgullosa del cubano. Su desaparición significó el fin de una etapa llena de estampas de opuestas viceversas. Semejantes contradicciones no deben sorprender a día de hoy, cuando Cuba sigue siendo un isla milagro, donde la risa y el llanto emergen en segundos consecutivos.