Bajo el rictus cuasi marcial de Jorge Fernández Era se esconde una mente burbujeante y aguda, con la capacidad de convertir en comedia lo trágico de la existencia y hacer de la cotidianeidad un trámite frugal pero igualmente trascendente.

No basta para conocerlo las preguntas que presentamos, y que con amabilidad nos ha respondido. El entrevistador admite sentirse cautivado por el entrevistado y promete en el futuro profundizar en el diálogo que nos honra presentar en este sitio de encuentro que es FOTOS DE LA HABANA. Sin más dilación, que este espacio no pertenece a NOS sino a OTROS, con ustedes, Jorge Fernández y sus recuerdos de una ERA de comedia nacional.

Jorge Fernández Era, hacer reír es una cuestión muy seria

Eres habanero de nacimiento, así que ahí te va una pregunta que siempre hacemos: ¿habanero se hace o se nace?

El habanero nacido y criado en La Habana ya no abunda mucho, es un ser raro desde que muchos de los paridos acá se dieron cuenta de que era imposible dar un salto interior hacia un lugar más potable y salieron a buscar agua. “Hacer” un habanero es más complicado, porque los componentes son importados y ya la economía no está para eso.

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Jorge Fernández Era es un activista del pensamiento y de las búsqueda de respuestas fuera de los cánones corrientes de la sociedad actual, basta leer cualquiera de sus artículos en el medio La Joven Cuba (leer aquí)

¿Qué significa La Habana en tu obra, cuáles son las influencias más directas que te ha brindado la ciudad?

Nunca pienso en la capital para escribir lo que escribo. Conozco mucho a Cuba y me gusta imaginar otros ámbitos. Claro que por ser la ciudad más poblada del país, la más cargada en cuanto a instalaciones y problemas productivos y sociales, el incentivo para crear situaciones o reproducir otras proviene generalmente de los acontecimientos que (mal)vivo en La Habana.

¿Crees que el “espíritu habanero” influye en el tipo de humor o de literatura que se hace en la capital con respecto al resto del país?

No creo en el “espíritu habanero”, salvo para imaginar que mientras más se convierta esta ciudad en el fantasma de lo que fue ―ojo: no hablo solo de La Habana de antes de 1959, sino la de hasta el día antes de que algo más se nos derrumbe―, estamos obligados a atender la voz que nos recuerda cuánta desidia nos carcome, cuánto “sigue palante y no mires patrás” nos hace ser cada vez más complacientes con una realidad muy pobre visual y espiritualmente.

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Jorge Fernández Era

En el humor es preocupante que algunos colegas crean que el país, y hasta el mundo, se restringe a los diez kilómetros cuadrados que los rodean.

¿Qué crees que es más fuerte en el imaginario colectivo de la creación artística de La Habana: la idiosincrasia del habanero o la arquitectura monumental de la ciudad?

La arquitectura monumental de la ciudad es un tema que me compete desde mucho antes de ocurrírseme en la década de los ochenta matricular en la Facultad de Arquitectura de la Cujae. Aunque dejé esa carrera en mi tercer año al creer que el periodismo cubano era un tanto más edificable, me ha quedado la costumbre de admirarme ante cuanto monumento arquitectónico me topo, y (des)admirarme por el legado cultural olvidado, venido a menos por una pobreza que, más que material, es espiritual. Los personajes de mis cuentos puede que hagan reír, pero son amargos, quizás por la tristeza de habitar un espacio vital cada vez más marginado. La “ideo” se está quedando “sin cracia”.

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Eres exmiembro de ese importante grupo que fue Nos y Otros. ¿Crees que actualmente existen condiciones ―educativas, sociales…― para que vuelva a surgir otro grupo que explote ese tipo de humor inteligente?

Nos y Otros formó parte de un movimiento humorístico que surgió en los años ochenta y que nucleó en mayor grado a estudiantes de la universidad que escribían sus cosas y las actuaban por el placer de expresarse y de poner un granito de arena en la construcción de un futuro que aún se nos venía para encima, luminoso y comunista.

Nos burlábamos de la realidad con un optimismo de tres pares, y no cobrábamos nada por la osadía. Llegó el periodo especial y todo cambió, para que nunca volvieran a ser las cosas como antes. Mi frase nada tiene que ver con el clásico “el pasado siempre fue mejor”, solo que el presente establece pautas difíciles de superar, como el hecho de que los frijoles aprietan y los mercaderes dictan qué humor “desea” un público cada vez menos exigente.

Cualquiera se para en un escenario, y el repertorio huele peor que los platos que sirven en la mesa en espacios alternativos diseñados para “pasar un rato”. De las universidades cada vez salen menos humoristas, no sé si porque los estudios superiores, con eso de la municipalización de la enseñanza y otros crímenes, se ha banalizado también. Los que hacemos humor literario no tenemos dónde publicar lo nuestro.

Falta papel, pero sobra la censura a esta manera nuestra de ver las cosas que en esencia necesita, por el bien de la “sanidad social”, una mirada subversiva.

El orgullo particular de pertenecer a Nos y Otros nos permea a todos los que pasamos por él o tuvimos que ver con su historia en la literatura y en las artes escénicas, lo cual no significa que nos creamos el ombligo del mundo. Pero muy cerca del ombligo está el estómago y es fuerte el salto que tenemos en él cada vez que se menciona la importancia del grupo en el alcance conceptual y crítico de aquel movimiento.

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Los miembros del grupo Nos y Otros

No podemos dejar de preguntarte acerca de ese filme tan peculiar que es Alicia en el pueblo de Maravillas. Se ha dicho por algunos críticos que está muy cargado de símbolos, que son tantos que se amontonan y estorban. La he vuelto a ver mientras preparaba esta entrevista y me ha parecido muy actual. ¿Qué opinión tienes hoy, tantos años después, de la película?

Cuando se filmó, yo estaba recién entrado al grupo, no había participado en la escritura del guion. Un día me fui con mis compañeros hacia Canasí, un pueblo de la actual provincia de Mayabeque que sirvió de locación. Allí me tocó en suerte hacer de extra, nada menos que dirigiendo una conga, yo, que de congo tengo tanto como de carabalí. Para suerte del público, casi no me veo en la cinta, donde sí aparecen con más fuerza Eduardo y Cruzata.

El estreno me cogió movilizado. A los que estábamos en esa condición nos citaron para un teatro para advertirnos de que al otro día se estrenaría una película “contrarrevolucionaria” y nuestra función sería velar en los cines, tanda por tanda, de que no hubiera carcajadas ni aplausos que mantuvieran la integridad física de sus ejecutores.

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Jorge Fernández Era junto al escritor Eduardo del Llano

Pedí la palabra y dije que conmigo no contaran, pues, por pertenecer al grupo humorístico que realizó el guion de Alicia…, no podía ser juez y parte. Aquello me costó una larga carta explicativa dirigida a los órganos represores, y con posterioridad que tuviera que defenderme patas arriba para que no me expulsaran de la UJC.

No supe calibrar en ese entonces ―tenía 29 años― la oportunidad inigualable que se me daba para zafarme de semejante fardo. El saldo personal de aquellas jornadas fue que se solidificara mi unión al grupo, que comprendiera que Nos y Otros era algo más que un proyecto humorístico.

La película la sigo disfrutando. Los que vieron tras ella tantos fantasmas se perdieron los claroscuros del hecho cinematográfico, su ironía y múltiples lecturas. Que una obra de arte como esa ―que lo es― abrigue tantos símbolos es envidiable.

Que al poder ―no me quedan dudas de dónde vino la demonización― no le haya caído en gracia le ha adicionado méritos. Es menester volver a verla en tiempos en que regresan con fuerza los extremismos y la represión de las diferencias, para darse cuenta de cuánto ha crecido el pueblo de Maravillas.