No es noticia ver a Carlos Varela en Madrid. Desde hace más de treinta años aquí tiene otra guarida -cada vez más llena de amigos- donde se refugia para componer y tomar fotografías. Como en octubre del año 2019, es en la Sala Galileo Galilei donde se presenta el cantautor. Esta vez con doble fecha (15 y 16 de septiembre) debido a la impresionante acogida del público que agotó las entradas para ambos días.

En los últimos sesenta años pocos artistas han conseguido aunar un público tan fiel y comprometido como lo ha hecho el Gnomo de la camisa negra. El ambiente en la sala, con aforo para más de 500 personas, es de expectación y entusiasmo. El horario de inicio se retrasa cerca de media hora mientras ingresan los últimos asistentes. La sala se comienza a difuminar y la banda entra a escena. Silencio y gritos de expectación.

Carlos Varela en Madrid, La Habana o Miami

Sin apenas introducción Carlitos engancha su guitarra y se desata el homenaje a Don Miguel Matamoros. La primera canción de la noche da título al que, bajo mi modesta opinión, es el disco perfecto de Varela. Como los peces es una canción que en frío conmociona al público, pero rápidamente con los versos «este llanto mío tiene lágrimas negras» se produce la primera de las comuniones de la noche. Varela lo agradece y suelta un «¡Viva Cuba Libre!» que enloquece a los presentes, entregados de ante mano al magnetismo del «hombre de negro«.

Han pasado casi veinticinco años y sin embargo «los muchachos hablan de desilusión/ y en silencio van al mar y se largan/, como los peces, /y en la cara de una madre hay una lágrima rodando,/ lágrimas negras» sigue teniendo esa actualidad peligrosa que subyace detrás de cada verso varelístico. El profeta de la desilusión y los sueños rotos de la generación post 59 mantiene el vínculo intergeneracional. En la sala hay asistentes de todas las edades, la vigencia es otro éxito del cantautor.

Visiblemente emocionado después del primer round declara que viene «con ganas de cantar mucho y hablar poco«, mas se permite una breve introducción antes de zambullirse en la siguiente entrega.

«Serrat me dijo que las canciones son como seres vivos… hay canciones que resucitan y otras que tardan años en que la gente se las vaya tatuando en el alma, pero que se puede contar la historia de un país a través de las canciones».

Carlos Varela en Madrid, 16 de septiembre de 2022

Y como si tuviese que demostrarse algo a «aquel niño sentado sobre una piedra que sigue esperando que un día, los sueños se vuelvan realidad» se lanza en una versión enérgica de «El Niño, Los Sueños y el Reloj de Arena«. Como se irá palpando a lo largo de la noche, no está de vacaciones Carlos Varela en Madrid, sin sentir el cansancio de la noche anterior la canción no decae. Vibra paciente desde la batería de Fernando Favier, a mi derecha un amigo español me confiesa «suena igual que en el disco, ¡Qué maravilla!». Ser auténtico es lo que tiene.

Carlos Varela en Madrid

Con un breve «Las nubes del alma no se irán, no se irán«, Carlitos introduce lo que viene, pero añade no sin cierta molestia reivindicativa «para aquellos que piensan que los cubanos somos esa postal de turismo con las maraquitas y los colorines, los cubanos también hacemos y escuchamos rock and roll«.

Ovación cerrada, el trance es denominador común. Las palmas acompañan el ritmo rockero de esta versión de Nubes. La guitarra vuela precisa entre las notas y el corazón del público, el ambiente hace a Carlitos sentirse en casa. Es lo que tiene haber construido una el corazón de sus oyentes.

Cerrando la canción al borde del éxtasis. De pronto pregunta «¿todo bien?«, y como hace tantos años atrás en aquel concierto histórico, toma un vaso con un líquido oscuro, hielo y una rodaja de limón. Sonríe pícaramente, esta vez no dice que es agua, se limita a darse un sorbo largo mientras la banda mantiene la intensidad de la canción. Se acerca al micrófono y brinda «por una cuba libre, estén dónde estén sus hijos, piensen como piensen«. Levanta la copa por todos y el público le devuelve el gesto.

De la exhalación anterior pasamos a la intimidad en un retroceso cronológico en su discografía. Sondeamos en la esencia de su obra, es el momento de la más emocionante de sus canciones. Hace tres años explicó en esta sala el significado de la misma. Su trauma personal y la expiación que subyace en su letra.

Como los brazos con copas de unos instantes atrás, ahora es el turno de las «Monedas al aire«, eso sí, en una versión alejada del ritmo anterior. La guitarra varelística rasga referencialmente el ambiente de la sala. Su voz se alarga en el «tal vez un milagro baje, un milagro baje, hasta aquí«. El publico acompaña y Carlitos deja que sea la sala la que acabe la canción.

Ha rebasado un momento sublime y doloroso en sus presentaciones con la emoción rasgando su voz. Recuerda la primera vez que conoció a Charly García en Madrid mientras grababa con su amigo Joaquín Sabina una colaboración para el disco Yo, me, mi, contigo del referente andaluz.

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Una imagen del concierto de Carlos Varela en Madrid

El genio argentino le dijo entonces «todos tenemos números y notas musicales definidas en nuestra personalidad, esta es la base de la armonía en las interacciones humanas«. Por ese mismo tiempo había comprado en una librería en Madrid un libro sobre la explicación de los números, estas cuestiones conspiraron para componer Siete (que también da título a un disco como algunas de las anteriores canciones).

Ni tan cerca, ni tan lejos

Ya más calmado y dueño de la escena vuelve a tomar el vaso y bebe un sorbo largo. Mirando hacia el infinito le pide a su madre que lo ayude a cantar esta canción y por un momento el ser humano desgarra al personaje. La sala, permeable a sus emociones, aplaude y le acoge. Estamos en Madrid, en una céntrica ubicación de clase media pero podríamos estar en un parque del Almendares, o en Miami Beach alrededor de una hoguera con amigos dispersos reencontrados, años después, a través de la distancia y el destierro.

Repite varias veces el final de la canción, en un ascenso emocional y rítmico que rompe el concierto en aplausos. La batería y el bajo sostienen la atmósfera en la que Mestre y Varela se desatan vibrantes. Con «diecisiete instantes de una primavera y siete amaneceres» se produce el éxtasis general. La canción acaba de súbito mientras las luces se encienden brevemente. Varela se da la vuelta y vuelve a beber, completamente entregado a la energía que crea y maneja como pocos intérpretes.

Parece otro cuando se da la vuelta para introducir la sexta canción (un tercio del concierto). Menciona una frase de Bob Dylan sobre la libertad «nadie es libre, hasta los pájaros están encadenados al cielo«. El público aplaude reconociendo lo que viene. No está solo Carlos Varela en Madrid, así lo reconoce mientras añade «tengo a muchos amigos aquí hoy conmigo y les agradezco que hayan venido«.

Con un tono más íntimo, por debajo de otras versiones, suena Muros y Puertas. Carlitos discurre con suavidad por la letra y el público conecta con la canción, mientras un solo de bajo, antecede a «de qué sirve la luna si no tienes la noche, de qué sirve un molino, sino quedan Quijotes, pero eso mi amor, creo que eso ya lo sabes«.

La familia

Aprovechando el solo de Arian Suárez (bajo), presenta a la familia que acompaña a Carlos Varela en Madrid. Algunos de los miembros originales de la banda que grabó los discos Monedas al Aire y Como los Peces repiten en este concierto, como hace tres años. El tiempo no ha mermado la conexión de la banda que ríe e improvisa con miradas. El público los conoce pero Carlitos reparte el mérito y presenta a José Ramón Mestre (piano) y a Fernando Favier (batería y percusión). Vuelven a tocar mientras Varela afina la guitarra y añade «esta canción tiene algo especial, nos gusta mucho tocarla«…

El breve interludio es roto por los acordes de Graffiti de Amor. Reforzando lo dicho por Varela la chica que tengo delante que había ido a por cervezas a la barra vuelve corriendo a reunirse con su pareja y amigos. Esta canción es para cantar con las personas que quieres.

Por eso no me extraña que hacia el final Carlos Varela modifique la letra «una luna que Santi Feliú dibujó en la acera«, el público responde con Vivas a Santi, mientras Varela se detiene en «con su tatuaje» -silencio total por primera vez en la noche-, respira el hombre de negro y prosigue, «… de amor«. Explosión de emociones. La chica que tengo delante besa a su pareja, sonríe y se abrazan entre todos.

Una generación talentosa

Por las bandas de Carlos Varela han pasado talentosos músicos y cantantes como Diana Fuentes, pero el cantante recuerda «que hay una generación talentosa de músicos jóvenes cubanos en Madrid, y como nosotros estamos viejitos queremos invitar a un pianista enorme Jorgito Aragón. Con los años uno aprende a pasar la ballesta«, el público explota con esa última referencia.

Carlos Varela en Madrid

Carlitos añade «este es un tema dedicado a mi generación que a fin de cuentas, también es la vuestra«. Aragón da la entrada de piano a modo de nana que antecede a Telón de Fondo. La mística estalla cuando Varela a toda voz grita -con emoción y fiereza- «yo te di, mi ilusión, mi niñez, mi país y mi corazón«. La banda deja espacio para que Aragón se desate en un solo de piano magistral, armónico y al que el propio Varela termina rindiéndose.

Habáname

El concierto entra en su madurez. Las canciones elegidas con la dramaturgia característica de Carlitos van acompañando a los espectadores a un estatus emocional común. Parece que todo está cercano en este momento. Los amigos perdidos, las selvas que devoran los sueños de los emigrantes, las noches de los becados, los amores prohibidos y la isla distante. Carlitos no se guarda nada y su ascenso emocional transporta a la sala a dónde él quiere. Una realidad posible donde nadie desencaja.

Varela despide a Aragón y aprovecha para disculparse con los españoles presentes mientras personaliza el discurso en lo cubano, lo habanero. «Es muy difícil captar en tres minutos el paisaje de una persona, de una ciudad, de un país. Incluso para alguien como yo que viene del mundo del teatro porque en Cuba el artista está en cualquier esquina y la interacción con la gente siempre es directa«.

Sonríe y bromea «la gente se acerca con sus preocupaciones y a veces te dicen ¡Oe broder, cuándo vas a hablar de los apagones, de las colas! Y uno que ha escrito y dicho tantas cosas le pregunta si ha escuchado el último disco, porque el cubano siempre quiere estar a la última» -risas generales-«Bueno, en El grito Mudo (su último disco) hay una canción que hice intentando captar ese paisaje humano, social, esta canción se llama El Bostezo de la Espera«.

Entre mi hermano mayor y yo se extienden once años y más de ocho mil kilómetros, interrupciones de bytes y bajas coberturas, apagones y mil vicisitudes, sin embargo en este instante aquí está él conmigo, integrado en ese verso que Varela reivindica «ningún poder nunca jamás, nos vendrá a pedir perdón por no volver a vernos nunca más«. Y de repente mi drama personal es común, veo más de un teléfono en videollamada, sorteando todas las limitaciones para que alguien del otro lado escuche.

"Que estés aquí o allá, 
no te hace menos ni más, 
solo el amor es lo único que queda, 
el Dios que nos puede salvar". 

Las generaciones confluyen a pesar de las distancias (físicas, emocionales, económicas, educativas…), el horizonte de Varela es el mismo para cada uno de los presentes, no son las limitaciones materiales las que nos lastran, es la desilusión, el bostezo de la espera y el deseo de correr, correr, correr, sin mirar atrás. Se repite el Viva Cuba Libre, el Cuba para todos.

Nostalgias y reencuentros

De la euforia anterior se entra a un bloque íntimo. El meridiano del viaje ha pasado, la nave de la nostalgia que es la voz de Carlitos Varela y el acompasado vaivén de los argonautas que viajamos con él comienza a notar el peso de las palabras dichas y sentidas. Parece que ya no queda nada por decir y sin embargo, Una palabra lo cambia todo. Vuelve el plano mínimo y Mestre se luce entre las blancas y negras.

Carlos Varela en Madrid

La emoción palpitante se desborda en el siguiente asalto. Aquí en Madrid somos muchos los que vimos partir a nuestros primos, tíos y familiares cuando vivíamos en Cuba. Han pasado los años y nosotros también emprendimos ese viaje incierto de la emigración. Cada vez son menos los que quedan en la isla sujeta al mar Caribe, esa isla que seguirá ahí cuando ya no estemos nosotros ni nuestros desvelos.

Esa isla que seguirá más allá de distancias, nostalgias y traiciones, esa isla que no cabe en una sola Foto de familia y que se niega a plegarse a las incomprensiones e intransigencias, gubernamentales y personales. Esa isla inabarcable que no se percibe al mirar por el ojo de la aguja, donde las burbujas no se cierran y en la que frente al espejo, el cubano -esté donde esté- cada día se siente más solo.

Hogar

Quizás como quien percibe el límite de la noche Carlitos recompone el ánimo de una sala quebrada en lo emocional, rendida en lo físico y esperanzada en la eternidad del instante vivido que los teléfonos, por muy modernos que sean, no atrapan. «¿Se han dado cuenta que ahora los aplausos son más cortos porque la gente tiene una mano ocupada con el teléfono?«, sintiendo que ha ido más allá de lo humano Varela bromea para delirio del público.

Intenta continuar con la presentación del próximo disparo «se han escrito muchas canciones a La Habana» -alguien empieza a decir ¡Habáname, habáname! extasiado-, Carlitos le regaña cariñoso «Bróder déjame trabajar» tras una breve pausa con risa general incluida continúa «La gente ya sabe lo que viene, esta es mi canción que desgraciadamente por no representar ninguna postal fue… Ya tú sabes… Ya no me importa que no me pasen en la radio, estoy en el corazón de la gente«.

La Habana fluye a ritmo de «camello» a través de la voz de Varela. Referencial como pocas en la noche, esta vez Madrid no existe, esta sala está suspendida sobre el Parque de la Fraternidad y recorremos los óculos sonoros de una ciudad anacrónica, revelada bajo la llovizna del rasgueo de la guitarra y el temple del bajo de Suárez. La Habana ha tomado Madrid, y donde debería decir «la luz bróder, la luz» se palpa «La Habana bróder, La Habana«.

Sin detenerse para beber o respirar, decidido a extender el embrujo de Carlos Varela en Madrid la guitarra se transforma en un hacha y el Gnomo retoma el oficio del Leñador sin bosque. Una canción que rocanrolea en comunión con el público, fluyendo coreografiada en el mar de puños al viento y gargantas exhaustas.

La feria de los Tontos

Del bosque talado brota la introducción precisa «anoche fue increíble el estreno de esta canción, una canción muy teatral que compuse en Madrid. Me fui a Nashville a grabar con los chicos de Sweet Lizzy Project«. Puntualiza que esta canción es coral y suena la pista con las voces de Sweet Lizzy Project, vuelve a su piano Aragón y la sala es ahora una feria no muy distante de Jalisco Park. La termina y se despide en un gesto clásico de su repertorio.

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Imagen promocional de La feria de los Tontos. Carlos Varela junto a Sweet Lizzy Project (imagen tomada del Facebook personal de Varela)

Varela regresa al escenario mientras sonríe. Quizás recuerde ahora que la vida es ir para volver como decían los clásicos castellanos. Como de tantos lugares, Carlitos se va de Madrid, de La Habana, de California, de Miami y hasta de nuestra realidad inmediata pero vuelve, como le dijese Gandalf a Frodo, «ni antes ni después de lo necesitado, siempre puntual«.

Los hijos de Guillermo Tell

Pocas canciones capturan la esencia de una generación, el conflicto latente del hijo que busca salir de la sombra del padre. La sicología lo explica de diversas formas, siempre con ruptura y desencuentro entre las partes, sin embargo el carácter reflexivo y poético de Guillermo Tell -aupado por la frugalidad musical que acompaña a la letra- exime al hijo del pecado del padre y la manzana.

«En el ochenta y nueve, después de estar un tiempo prohibidos, a alguien le dio por dejarnos tocar algunas canciones que luego formarían parte del disco Jalisco Park (se refiere al mítico concierto de la sala Chaplin celebrado el 29 de abril de 1989). En ese disco algunas canciones me habían tomado días, semanas… algunas canciones no se acaban nunca -pienso en Memorias- y había una que escribí del tirón, ¡en diez minutos casi!

En ese concierto yo quise tocarla y la banda me miró como ¡Pipo, por favor, no se te ocurra! En fin, se desató luego una verdadera tormenta de ideas entre la prensa con periodistas que la atacaban y otros que la defendían, después seguí censurado otro tiempo, pero bueno, eso ya no importa»

La banda y el escenario -con el lumínico inefable de la Galileo Galilei- se convierten en parte del tapiz que envuelve a Carlitos. Nos sumergimos en el susurro de la voz y el rasgueo de su guitarra. Las imágenes mentales de ese niño que huye del padre y la ballesta, que se eterniza cual Sísifo, nos atrapa a cada uno.

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Sin salir de ese letargo Varela retoma la palabra y se desnuda sobre sus influencias «siempre han dicho que me inspiro en Dylan, en Pablo Milanés, Silvio, Serrat pero yo lucho contra las etiquetas. A los periodistas se les olvida que una gran influencia en mis canciones viene de ese gran cineasta que fue Tomás Gutiérrez Alea, Titón, a él y a la actriz Laura Ramos -presente en la sala- les dedico esta canción. La primera de las tres que le he dedicado a Titón en mi carrera«.

El niño, que huye del padre, la manzana inmóvil y la ballesta de poder, está de repente sentado en el contén del barrio con los pies desnudos y los sueños intactos. Acaso la canción de Varela que más modificaciones ha sufrido a lo largo de los años. La letra corregida en cada concierto sigue encerrando el conflicto de un muchacho que quería hacer teatro y terminó encerrando a varias generaciones en la mística de sus composiciones.

Las reivindicaciones de Memorias siguen sin apagarse. Los Beatles igualaron a padres e hijos y ahora Varela hace lo propio, en este resumen de daños vividos sigue persistiendo el deseo de lo humano sobre lo material, lo que nos une sobre lo que nos separa. Ese contén que luego fue muro del malecón y ahora es muro de Facebook parece la condena de la isla y la maldita circunstancia del agua por todas partes.

No es el fin

Los últimos versos, que Varela ha añadido con los años, son recitados -más que los cantados- entre la solemnidad de la sala y los sueños no cumplidos de aquellos muchachos que no llegaron a ningún puerto. Visiblemente emocionado Carlitos recibe quizás el aplauso más sincero de la noche.

La contención que se ha suspendido sobre la sala durante las más de dos horas de concierto deja de surtir efecto. El público se rinde a su cronista, el zurcidor de dolores lo agradece. Varios minutos que pueden ser años se suceden. Carlitos vuelve al centro de la escena y esta vez solo dice «esta canción nos encanta».

Una versión contenida de Como un Ángel embarga la sala. Varela en sotto voce da la sensación de no querer acabar esto nunca. La música que ha sido el pretexto de reunirnos en la Galileo Galilei deja paso al dolor. La banda y la canción en pleno crescendo reciben el agradecimiento de Carlos Varela que clama «Mi sangre» y se dirige a ellos. Se desatan Mestre, Suárez y el sonriente Favier, lo íntimo pasa a ser ceremonial. El viaje está hecho, la comunión consumada y el exorcismo es definitivo.

Mañana, otro día, los mismo problemas de la vida cotidiana vendrán a acecharnos, pero esta noche hemos sido eternos, y Varela que lo entiende como pocos, brilla en el mar de teléfonos encendidos. Presenta nuevamente a la familia y sus instrumentos. El sonido ha sido excepcional y Carlos agradece a la Sala Galileo, su hogar madrileño, a su ángel Olivia y a su suegra Diana que está cumpliendo años. Tiene recuerdos para otro gran artista que hoy es un espectador más (Jorgito Kamankola) y cuando parece que no queda nada por decir reitera, «que Dios bendiga al pueblo de Cuba, luz para Cuba, luz por una Cuba mejor«.